miércoles, 30 de mayo de 2007

La perra faldera

Soy alérgica al aire. Últimamente no me encontraba muy bien. Me ha tocado perseguir a los políticos durante toda la campaña, e iba detrás de ellos con la lengua fuera. El día que me di cuenta, me preocupé mucho, porque creí que me había convertido en un perrito faldero. Así que llamé a un médico, y le pedí cita. Quedamos en un taxi que me llevaba de un acto en la Vall d'Hebron a otro que se celebraba en la Barceloneta, y preguntó: ¿cómo haces pis? Le respondí que no tengo tiempo para hacer esas cosas aunque sean necesidades, y puso una cara como de que estoy realmente muy mal. "Bueno, estudiemos los síntomas", continuó él.

Le conté que llevo 24 días trabajando sin descanso, y que el tiempo se escurre entre mis piernas, y que a veces tropiezo con las horas y se me caen los minutos del bolsillo, y que siempre tengo mucha sed. "Ajá", exclamó cuando le dije eso de la sed. "¿Bebes de las fuentes y de los charcos?". Pues claro, respondí yo. Bebo de las fuentes de información y de los fregaos en los que se meten los candidatos. El doctor frunció el ceño, y repitió: ajá, ajá. A todo esto, ya estábamos en plaza Urquinaona y no quedaba mucho para llegar a mi destino. El cabecilla del PP celebraba una sardinada con los suyos.

"¿Has notado una presencia masiva de pelos?", intentó de nuevo el doctor. "He notado que todo me sale por los pelos", ladré yo. Y entonces él dio con la respuesta: "Mira, tu problema es que crees que eres un perrito faldero, pero ese es el síntoma principal de los alérgicos al aire. O sea, que eres alérgica al aire".

Joder, qué fuerte. De modo que no es que me ahogue por culpa del agobio, sino porque no puedo respirar aire. Tuve un pequeño colapso, allí dentro del taxi, y cuando conseguí reponerme, le pregunté al tío que qué solución tiene eso. Por lo visto hay varias opciones. Una es respirar helio, sólo útil si no te importa tener la voz de pito. Otra es tirarte a la gasa, que es la puta cuyo chulo es el gas. También puedes tirarte al mar, que está más bueno. Pero entonces hay muchas probabilidades de convertirte en sirena y, con el ruido que hacen, luego van y te denuncian por contaminación acústica. Vamos, que lo tengo mal.

Llegamos a la Barceloneta, y el perfume de las sardinas a la brasa me hizo recuperar el sentido. Tal vez pudiera sobrevivir gracias al monóxido de carbono, después de todo. Para hacerlas pasar por el gaznate, me tomé una cerveza, como siempre. Y entonces, ocurrió el milagro: en efecto, soy alérgica al aire. Pero la birra es mi antídoto, mucho mejor que la insulina y la leche de soja. La única putada es que, ahora que han acabado las elecciones, se comenta por ahí que mis crónicas parecen haber sido escritas por un borracho. Lo cual no les quita mérito, al contrario. Han vuelto a contratarme para los próximos comicios, previstos para dentro de cinco meses...

sábado, 26 de mayo de 2007

La trampa

Sé que tiene que haber un mapa. Y a mí me gustaría encontrarlo para lograr salir, por fin, de esta noche.

lunes, 21 de mayo de 2007

Jesús


Anoche estaba viendo Cuarto Milenio. Y como era un coñazo, porque iba de la sábana santa y del sudario (que no sudadera) que le pusieron a Jesús, pues me puse a pensar en Jesús en sí mismo, sin atuendos.

Yo creo que existió. Pero no como lo pintan en las películas, ahí, medio maricón de los malos, hijo mimado de su mamaíta que debía ser una petarda de tía, porque ser virgen a su edad amarga a cualquiera, pobrecita mía.

Si Jesús hubiera sido tan blandengue, le hubieran hecho bulling en el cole, en plan: eres un hijo de madero. Bueno, no, que era hijo de carpintero. El madero es quien lo mató. Da igual, lo que quiero decir es que el tío habría dicho: "eh, que voy a multiplicar panes", y los demás se hubieran reído de él, en plan: "que eso ya lo hacen los científicos con la clonación, pedazo freaky, y al menos sacan un montón de ovejas iguales". Porque lo del pan, en serio, no tiene mérito.

Jesús tenía que ser un tipo molón, rollo el ex de Claudia Schiffer, ¿cómo se llamaba? el mago ése que atravesaba la Muralla China. David Copperfield. Tenía que tener ese tipo de morro para poder enrollarse con la Claudia Schiffer de la época (véase María Magdalena) y no casarse con ella, ni nada. Simplemente fardar de tenerla de novia. Hey, colegas, qué pasa, os presento a mi chati. Y venga cenas y a lavarse los pies los unos a los otros. ¡Los pies! Seguro que por ahí pasó la censura, en la traducción de la Biblia.

Jesús debía tener aquella cualidad por la cual todo el mundo quisiera seguirle (fácil, si repartes porros o Donetes, que supongo que es lo que hacía). Entonces me pregunté retóricamente (es decir, sin exigirme una respuesta): ¿cómo lo conseguiría en nuestros días? ¿Ya no funcionamos con los mismos valores?

Entonces tuve una revelación. Y fue la hostia, en serio, mucho más fuerte que si se me hubiera aparecido la paloma ésa de la anunciación que, al fin y al cabo, la plaza Cataluña está llena de palomas y seguro que dicen un montón de cosas, pero la cagan siempre.

Iker Jiménez seguía con lo suyo, hablando con esa pandilla de colaboradores que sólo Dios sabe quién o qué los habrá creado, cuando lo entendí todo. No es tan descabellado eso de que la gente flipe con un tipo sólo por el hecho de que sepa convertir el agua en vino. No tiene mérito: yo, a partir del tercer whisky, me bebo los demás como si fueran agua.

Un tío guaperas, con capacidad de convocatoira, que prometa un montón de cosas, que te ponga la miel en la boca, que tenga Maríos Magdalenos revoloteando siempre a su alrededor. Jesús Vázquez. Que se callen la boca Dan Brown y compañía, porque él, y no otro, es el auténtico bisbisbisbisbisbisbisbisnieto de Dios. El único descendiente directo del tipo del sudario y la sábana, que después de tantos siglos, ya va siendo hora de limpiarla.

Jesús Vázquez tiene a toda la población pendiente de una puta caja cada día. Y a veces convierte la caja en miles de euros, y otras no. Además, es omnipresente, porque allí donde miro, está él. Y es omnipotente, porque impotente me parece que no. Pero no hacen falta tantas pruebas: ahí está el nombre. Y él es el que es. Así que ya sabéis, cuando querais, podeis lanzarlo al mar, y vereis cómo camina

sábado, 19 de mayo de 2007

El cara morsa

Cuando llegué a Inglaterra, un policía con cara de morsa vio mi DNI español, y me preguntó que qué iba a hacer yo allí. De los nervios (porque ese hombre daba mucho miedo), le dije que iba a ver a mis "parents" por "parientes". Y la lié. Porque cuando me acordé de que "parents" es "padres" y no "parientes", tuve que rectificar, y dije que iba a ver a mis tíos. El hombre creyó que le estaba montando una bola, o que le estaba tomando el pelo. Y me hizo abrir la bolsa. Entonces me alegré de haber puesto las braguitas al final del todo, que quedaban arriba del todo, allí expuestas, nada más abrir la bolsa. Y me alegré de eso por dos razones: una, porque tengo entendido que los ingleses son muy pudorosos y sólo follan cuando están borrachos en España. Dos, porque la alternativa al inglés pudoroso es ser del tipo Benny Hill, y si el policía con cara de morsa era como Benny Hill, pues ya sabía lo que pasaría: que cogería uno de mis tangas, y saldría corriendo para que lo persiguiera por toda la estación con la música esa de fondo, taaaaa-na-ta-ta-tara-ta-na-na-ná ta-na-na na-na-na-ra... Y bueno, yo no lo iba a perseguir.

El desastre es que, al hombre, mis tangas y braguitas le interesaron cero. En cambio, se quedó pillado con la funda de un támpax, y me exigió que la abriera. Le contesté: "tampons, tampons for my rule", porque no tenía ni puta idea de cómo se dice tampones en inglés ni mucho menos tener la regla. "No, you ca'nt take yourself rule", contestó él (o algo parecido), "The only one who make rules here is me". Cuya traducción chabacanera sería: aquí el único que pone las reglas soy yo. Evidentemente, él lo dijo en inglés correcto.

Como me vi acorralada, le respondi que me había sorprendido mucho ver el buen tiempo que hacía a través de la ventana del tren. "Your're really lucky", articulé con emoción y la seguridad de estar diciéndolo correctamente, gracias a los paquetes de tabaco Lucky Strike. Y ahí lo pillé, claro, porque no hay nada que desmonte más a un inglés que un español hablándole del buen tiempo.

El cara morsa cambió de cara a cara ardilla, sonrió de oreja a oreja, y me respondió, yes, oh, yes, a la vez que me enseñaba un bote de crema bronceadora de coco y me guiñaba un ojo, en plan: "mira lo que me he agenciado de la viajera que venía antes que tú".

Nada, que el buen hombre me dobló toda la ropa (incluso los tangas, que yo había puesto en la bolsa de cualquier manera) y me dio recuerdos para mís tíos, mis padres o quienquiera que fuera que iba a visitar yo. Cuando me devolvió el portatámpax, dijo algo así como "disfruta de la fumada". ¡En castellano! Y al principio pensé que él creía que llevaba la maría allí escondida, pero no, porque la llevaba en el dobladillo del pantalón; pero luego entendí que el buen hombre con cara de morsa había confundido el támpax con un puro. El que había intentado meterme.

martes, 15 de mayo de 2007

París-Londres

Hoy me ha pasado una cosa que no puedo contar, pero que me ha hecho sentir muy rara, como si alguien me hubiera atado muy fuerte el nudo de una corbata, o estuvieran a punto de ejecutarme en la horca. Y como si, a la vez, me hubieran tirado polvos pica pica en los ojos, y de paso me estuvieran dando puñetazos en el pecho.

Como no puedo hablar de ello, hablaré de la vez que fui a Londres. Pero para eso, antes tengo que pasar por París. Dice una leyenda urbana que todos venimos de allí, porque las cigüeñas nos traen en el pico y nos reparten por las clínicas. Me perdí ese capítulo de House, pero seguro que existe, y House utiliza las cigüeñas para hacer tiro al blanco.

Dice otra leyenda urbana que es bueno recuperar las raíces, supongo que son buenas para la dieta, o no sé. En cualquier caso, mis raíces son belgas, pero también parisinas, porque todos venimos de allí. De manera que una vez, después de siete meses trabajando como una burra, cogí todos mis ahorros y me largué a las tierras donde se habla francés. Menos a Canadá, porque tampoco había ahorrado tanto. Y menos a África, porque me pillaba en dirección contraria. Y menos a... Que me fui a Francia, con intención de pasar por Bélgica después.

Vivía en lo que llaman una "chambre de bonne" (habitación de la criada) en el barrio más pijo de toda Europa, al lado del Bois de Boulogne. Y bueno, me familiaricé con los micropisos (creo que el cuartucho tenía unos 4 metros cuadrados, tirando por lo alto). Para los que nunca habéis intentado vivir en París, tengo que decir que sus funcionarios son peores que los de Larra, porque para darte de alta en una cuenta bancaria tienes que presentar un contrato como aval... y, claro, no puedes contratar nada si no tienes una cuenta bancaria.

Por culpa de estos rollos, y también porque me creía muy bohemia, durante las primeras semanas me dedicaba únicamente a pasear, que es una de las dos únicas cosas gratis que se pueden hacer en la Ciudad Histérica. Entonces, en uno de esos paseos interminables, me acerqué a Montmartre, porque sabía que en la rue du Chevalier de la Barre vivía un escritor argentino que estaba muy bueno. Y, bueno, a lo mejor me encontraba con él por casualidad.

Estaba buscando esa calle detrás de Sacré Coeur, cuando un chico en bicicleta se me acerca y me dice: "Hola". No porque estuviera especialmente buena (que lo estoy), sino simplemente porque imagino que allí van escasos de sexo, y le tiran los trastos a todo lo que se mueva.

Como no tenía nada mejor que hacer, y estaba sedienta de una buena historia que poder explicar algún día, le respondí: "Hola". Y nos pusimos a hablar. Resultó ser un artista americano que había abierto una galería en Barcelona. Al decirle yo que era periodista, aseguró que conocía al padre de Manu Chao, uno de los importantes de Radio France International. Que si quería que me diera su teléfono. Y contesté: "Pues vale".

"¿Sabes?", me dijo el artista de la bicicleta, "hace exactamente nueve años iba por esta misma calle, encontré a una chica española como tú, la invité a subir a casa, tomamos un café, al cabo de tres meses empezamos a salir, y desde entonces vivimos juntos".

"Qué fuerte", respondí yo, "que al cabo de nueve años te encuentres a una chica como yo en la misma calle, que también sea española, también la invites a subir, y te diga que no".

La cuestión es que, sin rencor, subió solo a su apartamento (y pensé: "Me cago en la puta, soy gilipollas, cómo es que estoy viviendo en una mierda buhardilla pudiendo meterme en la cama de este tío y levantándome cada mañana viendo el Sacré Coeur"), y bajó el número de teléfono de Ramón Chao apuntado en una nota.

Pasó un mes antes de que me atreviera a llamarle. Lo hice desde una cabina de la calle Saint Germain, porque por allí cerca estaba la Alianza Francesa donde me dedicaba a aprender un poco más de la lengua que el simple francés, y él me convocó en la radio. El hombre es un encanto, y un poco viejo verde, que cada noche llama a su nieto para leerle fragmentos de Don Quijote y no se le olvide el castellano. Lleva tatuajes por todo el cuerpo, y me invitó a una fiesta superpija de Le Canard Enchainé, que es un diario gráfico muy importante. Me planté con dos amigos de Barcelona que llevaban cuatro años en París y que nunca jamás de los jamases habían visto tanto petardeo. Me trataban como una héroe.

La cuestión es que, como de eso hace unos cinco años, mi cumple cayó por aquellas fechas. Y los que me alquilaban la habitación (al módico precio de hacer de canguro de sus hijos), me regalaron un viaje a Ascot, que es el sitio ése ultraglamuroso de los caballos y los sombreros extraños. Por lo visto, la hermana de uno de mis anfitriones tenía una pedazo de casa de cagarseporlapatabajo allí porque su marido es el notario de la firma de las patatas Pringles, que es, a su vez, la empresa de no sé cuántos jabones y ropa de bebés, y la marca Schweppes. El tío vive a cuerpo de rey a cambio de ir cambiando de casa cada dos o tres años: ahora Suiza, ahora Nueva York. El sueño de todo winner.

El problema es que soy un poco looser. Y ya me veía diez días tomando el té de las cinco, hablando de lo cloudy que estaba el tiempo y ejerciendo de milady. Así que antes de coger el Eurostar (que es un tren que flipas porque va por debajo del mar y si miras muy, muy, muy atentamente, incluso puedes ver tiburones y pulpos por la ventanilla), llamé a Ramón Chao. Y él me dijo: "Mnudo coñazo es eso que me cuentas de Ascot". Entonces me pasó el teléfono de Anne Wright, que está más zumbada que él (si cabe) y es la traductora al inglés de García Márquez.

Como me temo que os estoy aburriendo, paro aquí. Contar esto ha sido un ejercicio egoista, porque ha permitido que me desahogara en sustitución de lo que no puedo contar.

domingo, 13 de mayo de 2007

Huelga apalabrada

Hace unos días, las palabras de mi vocabulario se pusieron en huelga. Por lo visto, están hartas de mí. Dicen que las exploto, que las utilizo absolutamente para todo: para trabajar, para cotillear, para insultar, para escribir en este blog, incluso para ordenar lo que pienso. Se pasan... no sé, unas veinte horas a mi servicio cada día. Y ya no pueden más, porque lo que les doy a cambio no les compensa.

Que las palabras se pongan en huelga es una putada. Sobre todo si te dedicas a lo que yo me dedico. Al principio no supe muy bien qué hacer. ¿Pagarles más? Pero si les doy un montón de protagonismo: salen en el periódico, están en Internet, me las llevo de bares conmigo y a veces incluso dejo que resbalen en mi lengua, o se digan las unas por las otras, o se traben, o se queden a medias. No me importa.

Luego, poco a poco, entendí que no había nada que hacer. Las palabras pueden ser muy duras. Y son tercas: hacen exactamente lo que dicen y saben exactamente lo que quieren decir. O sea, que si ponen a hacer huelga, no hay manera de que salgan.

Decidí empezar a utilizar esas palabras que no utilizo nunca. Hacía años que estaban esperando una oportunidad así, por fin serían declaradas palabras útiles, y estaban encantadas de brindarme un servicio. Dije: Esternocleidomastoideo, y noté cómo se me llenaba la boca. Dije: Detrito. Dije: Retruécano, imprecación, blenorragia, mucama, quimbundo, mucilaginoso. Dije: colecistitis, ribonucleótido, zapoteca.

Aquellas palabras, tanto tiempo abandonadas, estaban encantadas. Pero nadie me entendía. Y empecé a sentirme muy sola. Tanto tiempo oyendo hablar de ello, y resultaba que me había tocado a mí: tenía problemas de comunicación.

Cuando te pasa eso, no puedes ir al psicólogo, porque no pilla lo que quieres decir. Tampoco puedes ir a los catedráticos de la Real Academia, por todo lo contrario: quieren ficharte. Ya nadie habla como tú, y ésa es la mejor garantía de que tú preservarás la lengua.

Les dije a las palabras de mi vocabulario que, si volvían, cantaría con ellas. Ellas se cabrearon aún más, porque lo consideraban una ridiculacización pública. Les dije que no las utilizaría más que de nueve de la mañana a una de la noche. Eso empezó a gustarles un poco más, pero no estaban convencidas, porque se temían que hablara todavía más rápido de lo que hablo, para amortizar, y a las palabras les gusta tomarse su tiempo para sentir que son las apropiadas ante cada ocasión.

Al final hemos llegado a un acuerdo contractual. Tengo una cuota diaria. Puedo utilizar 41.531 palabras al día como máximo. Ni una más, ni una

martes, 8 de mayo de 2007

Cómo me llamo





Estaba reflexionando sobre las atribuciones evidentemente sexuales y sin embargo subliminales de los Pelochos del onceochooctentayocho, cuando, ya sea por telepatía, ya sea por casualidad, ya sea por sinergia (que no sé lo que es pero da igual) me llamaron por teléfono.

Entonces ocurrió lo más espeluznante que me ha pasado en la vida. Casi tan espeluznante como cuando en Lost Highway (también conocida como Carretera perdida) el hombre feo de la cara blanca le dice al primer protagonista cuando todavía no se ha convertido en segundo protagonista que lo llame a su casa (la del primer protagonista) porque él (el hombre feo de la cara blanca) está ahí. Sí, parece un lío, pero David Lynch tiene mucho caché, y los productores tragaron y le dejaron hacer la película.

La cuestión, que no le tengo nada que envidiar a los personajes de David Lynch, porque, como digo, suena el teléfono, me pongo, respondo: "¿Sí?", porque no soy de las de "¿diga?", ni de las de "sí dígame", sino de las de "sí" a secas, me pongo, insisto, y ¿quién hay al otro lado? Pues yo. Pero yo de verdad.

Al principio pensé que era cosa del eco, a veces pasa eso con los teléfonos, que hacen rebotar la voz y oyes lo que acabas de decir. Pero el eco tiene una particularidad: se limita a repetir lo que acabas de decir. O sea, que si yo dije "sí", mi eco tendría que haber dicho "sí". Pero no. En cambio, contestó: "Así que pensando en chochos haciendo ochentayochos...". Y yo pensé: "coño, esa voz me suena". Entonces deduje que era una de mis tías, o mi propia madre, porque a lo mejor es que he crecido tanto de repente que ya tengo incluso su propia voz. A veces pasa, que oyes a alguien por teléfono y crees que estás hablando con su hermana o con su madre, y como fue mi cumpleaños hace poco, pues mira, a lo mejor es que ya me he hecho mayor.

Insistí: "Hola, ¿quién eres?". Y la voz dijo: "Yo". Y como ya había tenido una discusión similar con el diablo hace unos meses, me dio palo volver con lo de siempre, que si yo sólo soy yo para mí misma, y tú eres tú cuando hablas con alguien más, y todo ese rollo. Corté por lo sano: "No. Yo soy yo; tú no tengo ni puta idea de quién eres".

La voz carraspeó, y continuó: "Vas a flipar con lo que te voy a decir ahora: yo soy tú, pero mañana". Buf, pensé yo, mi yo de mañana ha vuelto a beber. Y le dije: "pero a ver, ¿para qué coño me llamas? ¿Qué sentido tiene lo que estás haciendo?". Porque a lo mejor me advertía de algo importante, como en Terminator o en Regreso al futuro. Yo qué sé, a lo mejor soy la inventora de la puta máquina del tiempo y todavía no lo sé. Y si me iba a decir eso para hacerme rica, pues a lo mejor me caía bien y todo, la yo de mañana. Pero si simplemente me llamaba para preguntarme cómo estoy, pues qué queréis que os diga, yo estaba muy bien sin saber de su existencia.

"¿Qué pasa mañana? ¿Me ponen una multa por haber aparcado mal esta noche? ¿Se casa alguien que no tendría que casarse? ¿Puedo salvar a la humanidad de morir en una patera? ¿Me echan del trabajo?", le pregunté a mi yo de mañana. Pero mi yo de mañana demostró tener algo parecido a la ética: "Ah, no puedo contarte nada, porque entonces sabrás más que el resto de la gente, y podrías aprovecharte y eso no está nada bien". Manda cojones, la tía. Y pensar que al día siguiente yo iba a ser tan rematadamente gilipollas.

Así que la amenacé con colgarle el teléfono. "Haz lo que quieras", contestó ella, "pero ten en cuenta que cuando mañana quieras hablar contigo, tu yo de ayer querrá colgarte, y te quedarás sin conversación". Qué fuerte. Incluso mi yo de mañana se ofende cuando le doy una mala excusa para colgarle.

De modo que le pregunté que qué tal el tiempo, que si iba muy agobiada de curro, que si mi jefa se había incorporado después de la baja... nada que no salga en el telediario. Ella, claro, no preguntaba nada, porque ya lo sabía todo de mí. De repente me di cuenta de eso, y me tocó la moral, porque era como estar hablando con una cotilla de ésas que se han pasado el día entero espiándote. Es decir: como mi vecina del entresuelo, pero peor, porque mi vecina del entresuelo no me llama cuando estoy pensando en las particularidades evidentemente sexuales de los Pelochos.

En fin, que acabé por sentirme muy incómoda. Sobre todo cuando mi yo de mañana confesó tener dolor de cabeza porque había pasado muy mala noche por culpa del estrés. Le dije que muchas gracias por la llamada, que me había alegrado mucho de oír mi voz y que esperaba ser tan inteligente como ella algún día (está bien eso de enjabonar a tu yo de mañana, porque ella se siente bien consigo misma, y sabes que en breve tú también te vas a sentir así).

Bueno, hace un rato he llamado a mi yo de ayer. Le he dicho: "Así que pensando en chochos haciendo ochentayochos", porque es un juego de palabras con los Pelochos y el sesenta y nueve que sólo yo podía entender. La putada es que me he equivocado de número, y me ha contestado Aznar, que ha dicho algo así como que quite mis sucias manos de su capó, porque si quiere conducir beodo es su puto problema y de los demás seres detestables que se crucen con él en la carretera. Luego ha empezado a gritar como un loco: "Sarko sí, Sarko sí", pero como tiene esa voz tan nasal de Pinocho sonaba a: "Narco sí, narco sí".

Da igual. Que al final he conseguido contactar con mi yo de ayer, pero ha resultado ser una borde de cuidado que únicamente quería colgarme todo el rato. Menuda colgada.

lunes, 7 de mayo de 2007

El sexo de los ángeles

Por lo visto, el tío Dios me envió un ángel para que me centrara. Esa era su misión, llevarme por el buen camino. Pero el ángel resultó ser el sexo de los ángeles, y lo que pasó es que me llevó por el buen camino a la cama. Y a la cocina, y al sofá. Y durante dos años estuvo revoloteando por toda la casa.

El otro día, el ángel confesó. Me dijo que ya había cumplido su misión, que yo ya soy una chica seria y responsable, equilibrada, y que tenía que irse. Fue un drama. Le dije: "Pero no negarás que estuviste enamorado de mí". Y él: "Bueno, sí, al principio. Hasta que te tiraste el primer pedo. Ser ángel es lo que tiene: nosotros no tenemos gases, sólo eructamos".

Entonces empecé a sospechar, porque diría que nunca he ventoseado delante del ángel aquél, pero bueno. El tío se coloca el aura en la coronilla, me guiña un ojo y me dice adiós. Que tiene que cumplir su próxima misión. Y yo: "¿Y de qué se trata, si puede saberse?". Y él: "Pues resulta que Charlize Theron anda un poco deprimida, últimamente, y no rinde en las películas. Nada que no pueda solucionar un ángel como yo". El muy cabrón.

Moraleja: nunca te fíes de nada que te venga caído del cielo. Amén.