lunes, 2 de mayo de 2011

¿Qué hice el viernes?



La verdad es que ni puta idea, no lo recuerdo. Pero entre el sábado y el domingo recibí vía Facebook seis e-mails de sendos desconocidos que me hacen intuir que debió de ser algo gordo. O que es primavera.

Tendría que ir con cuidado porque acabo de deshacerme de un psicópata y ya tengo a otro acechando. ¿Qué es un psicópata? Pues un tipo que cruza unas palabras contigo (apenas diez minutos durante una conversación o mediante un correo electrónico cordial, gracias, encantada, punto) y ya cree que tenéis una relación. ¿Por qué lo cree? Es una incógnita. ¿Cómo actúa? Enviándote entre veinte y cuarenta emails diarios durante un año hasta que te cansas, le pones una denuncia y el auto dictamina que no puede contactar contigo nunca más so pena de algo.

Analicemos qué implican entre veinte y cuarenta emails diarios: primero, que te cuenta su vida, una vida que no te interesa y que satura tu bandeja de entrada y, como la BlackBerry no entiende de filtros, consigue que cada media hora sepas que has recibido un nuevo mensaje y tengas que acordarte de él y de toda su familia. Un psicópata es un pesado que se convierte en pesadilla.

Como no le contestas, el tipo se contesta a sí mismo. No está loco de verdad, por eso compara vuestro diálogo unilateral con la relación que tendría con esa plantita que necesita que la cuiden y le hablen y, aunque no articula palabra porque es una planta, responde estando bonita. Pero yo no soy un puto vegetal.

Tú no lees sus mensajes, sólo esperas que pare. Él intenta contactar con tus conocidos para sentir que tiene algún lazo contigo, crea personajes ficticios y manda correos electrónicos con pseudónimo y da con tu amiga La Loca, que le suelta: “Puto chalado de mierda, si no dejas en paz a Mel ahora mismo te meteremos una bengala por el culo y esparciremos tu higadillo por los montes de Rijeka”.

Un psicópata se inventa un lenguaje nuevo, te hace preguntas y, cuando agregas a un amigo en Facebook, considera que le estás contestando que sí, y cuando borras a un amigo, piensa que le estás diciendo que no. Por eso un día se planta en Barcelona y te llama y te dice: “No te preocupes por mí, estoy bien, ya sé que tienes mucho trabajo y vas muy agobiada, pero si me das tu dirección iré a tu casa y pasaremos la noche juntos y nos abrazaremos y haremos el amor muy despacio”.

Te deja cinco mensajes en el contestador, cinco mensajes que repiten la misma idea alterando el orden de las frases, que también son las mismas: "Quiero pasar la noche contigo, ya sé que estás muy agobiada, pero basta con que me des tu dirección y yo me acercaré, no te preocupes por mí, estoy bien". Y en otro: "¿Por qué me haces esto? Sólo quiero abrazarte y hacerte el amor muy despacio, ya sé que estás muy agobiada, pero no tienes que preocuparte por mí". Afortunadamente, cuando te llama estás en Croacia.

Un psicópata no hace caso del abogado que le amenaza con que va a denunciarle, ni tampoco a tu novio, que le dice que le quemará el pelo, ni a los amigos de tus amigos que fueron amigos suyos alguna vez y le advierten de que se está pasando tres pueblos. Corta con su novia y eso también te lo cuenta en esos emails que no lees nunca porque si lo hicieras tal vez tendrías miedo. Corta con su novia y se inventa que es por ti y en realidad es que eres el fruto de los váliums que se toma, fuente de sus deseos, ninfa de sus delirios.

Un psicópata repite las mismas fórmulas. Siempre. Por ejemplo, en lo de querer hacer el amor lentamente. O en lo de matarme muy despacio. ¿Acaso no podría ir más deprisa y acabar de una puta vez, el muy capullo? Por ejemplo, en repetir mi nombre en casi cada frase, y utilizar un mmmmmmm... sin venir a cuento. Por ejemplo, en enviarme canciones o fragmentos de letras de canciones.

Insisto en que, como mucho, estuvimos hablando siete minutos una noche de febrero de 2010 con dieciocho amigos míos sentados a la misma mesa.

Un psicópata se presenta a tus conferencias y se va antes de que acabes porque sabe que no está obrando bien. Un psicópata te avisa antes por email de que al día siguiente se mezclará con el público de tu conferencia. Un psicópata te corrige después y te dice cómo hubiera quedado mejor.

Pues bien, transcurrido un año, me decido a ir a la Policía y pongo una denuncia y la jueza le llama y el tío, por fin, para. Siento una ligereza nueva, como cuando te duele la regla y con las pastillas se te pasa y te sorprende que no nos demos cuenta de lo bien que se vive sin dolor. Un alivio recién estrenado que en realidad estrenamos cada día.

Vivo un par de meses con una euforia que no sé muy bien de dónde sale porque nunca me atreví a reconocer el agobio que provoca tener un acosador. Pensé que si lo ignoraba por escrito y no se lo contaba a nadie, acabaría por conseguir ignorarlo completamente. Pero su existencia, igual que la de las hadas y los monstruos que se ocultan bajo la cama, depende de nuestra atención. Por eso el psicópata reivindicaba que le hiciera caso y persistía como una astilla clavada en la planta del pie. En caso contrario, desaparecería para siempre. Moriría para mí. Y, por ende, también para él.

El viernes pasado mi amiga La Loca y yo bebimos mil cervezas sin cenar. Ella se acercó de rodillas a dos chicos con su estética nude. Creyó que podría convencerlos para que luego hicieran lo mismo y vinieran a nuestra mesa también de rodillas, pero olvidó un pequeño detalle: eran de Barcelona.

Así que cambiamos de bar. He olvidado por completo los rostros y conversaciones que apenas registró mi estado etílico, pero sé que mi amiga La Loca acabó agarrándome del brazo y huimos por las calles de Gràcia porque un tarado se obsesionó de repente y salió corriendo detrás de nosotras gritando mi nombre. Intentamos escondernos tontamente tras una esquina, pero nos encontró. Entonces nos abalanzamos sobre un taxi que pasó en ese momento y acabamos en el parque infantil de la plaza del Tripi, del que nos echó un mosso de esquadra. Porque, de nuevo, esto es Barcelona y está lleno de ejemplos de urbanismo preventivo: si ponemos cuatro columpios en la plaza más yonki de la ciudad, fijo que la peña dejará de beber y de fumar frente a la puerta de los cien bares que hay.

Durante el fin de semana recibí, como digo, mensajes de seis desconocidos con los que supongo que estuve hablando el viernes por la noche. Bueno, uno de ellos dice que sólo nos mirábamos y sonreíamos, valiente presunción, teniendo en cuenta que yo llevaba un ciego de tres pares que me impedía ver ni distinguir nada.

En general los mensajes son simpáticos y amables y reclaman como mucho una solicitud de amistad o un simple “jo, qué noche”. Todos menos uno: el del tarado que nos persiguió por la calle. El suyo es un email larguísimo cuyo contenido me resulta terroríficamente familiar. Lo que más me inquieta es que incluye "mmmmmmm...", el fragmento de la letra de una canción, su dirección y su teléfono. Y la invitación para que vaya y hagamos el amor lentamente.

No es el mismo psicópata. El otro tenía greñas y éste la cabeza redonda, el otro era alto y éste es de mi estatura, el otro está en otra parte.

Pero empiezo a sospechar que me hostiga un espíritu diabólico que despojará de personalidad a todo aquel que haya cortado recientemente con su novia. Y se introducirá en su cuerpo para perseguirme hasta que logre poseerme.