domingo, 30 de septiembre de 2007

Respalda


Ayer me levanté de espaldas a mí misma. No es lo mismo que levantarse girada. Tampoco es lo mismo que levantarse al revés. Si te levantas al revés, te pones de patitas en el techo y listo. Levantarse de espaldas a ti mismo es más complicado, porque intentas entrar en razón, pero no hay manera: no te haces caso. Y además, que yo sepa, la razón no tiene ni derecho ni derecha, aunque La Razón sea de derechas y los derechos se tengan que firmar en plenas facultades mentales y racionales.

Pero a lo que iba, cuando te levantas de espaldas tampoco puedes encararte a ti mismo. Como mucho, puedes intentar perseguirte un rato. Decirte: "Eh, espera, date la vuelta", algo así. El problema es que cuando te levantas de espaldas y caminas, las rodillas se te doblan en dirección contraria a la que les corresponde y es muy incómodo, te sientes como una grulla, o como un flamenco. Y una es belga, pero no tanto.

Encima tienes la impresión de que lo dejas todo atrás y, a la vez, de que no avanzas, y bueno, a eso sí que estamos acostumbrados. Pero una cosa es estar acostumbrado porque te crees un filósofo, y ves el tren de tu vida pasar, dejando atrás los viñedos y los campos de tu niñez, mientras el resto del convoy, tan largo él, tan lleno de camarotes y vagones-bar, impide que divises el futuro... una cosa es imaginarte eso porque te crees poeta filósofo, digo, y otra muy distinta darte cuenta de que, de repente, tu vida es así de verdad, sin metáforas. Todo porque te has levantado de espaldas.

Entonces estás obligado a reconocerte, como cuando te ves de perfil, pero de espaldas. Y reconocerse es un coñazo, porque todos los re-algo son un coñazo. Porque, de hecho, la nota re es un coñazo, aunque también es necesaria. Aunque no tiene la gravedad del do, ni la simplicidad del sol, ni la posesión del mí, ni la duda del si, ni la la de la.

El re es como un fa, pero en re. O sea, lo mismo que como cuando te ves de perfil, pero de espaldas. No sé si me explico.

La cuestión es que ayer me levanté de espaldas, supongo que porque la frente se me quedó pegada en la almohada. Y decidí que, ya que estaba, cambiaría de vida. Mi miré al espejo, me sentí como Magritte, belga como yo, no sé si flamenco. Y desde entonces veo en mi reflejo el imposible.

Re-flejo. Otra vez re.

En francés, re se dice je. No saben pronunciar la erre.

Recomencemos, reinterpretemos, reinventemos. Repitamos. Re. Je, a lo francés.

Rererere.

Jejejejeje.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Bugada de madrugada

Siete y media de la mañana, y el señor Fregono ya está tendiendo la ropa.

Las grúas también se ponen en marcha, ilegalmente, y tienden ese trapo estampado que es Barcelona.

domingo, 23 de septiembre de 2007

El show de Trhumana

No sé si me esteréis viendo, pero me siento como un personaje de Sexo en Nueva York, y no me hace la más puta gracia.

Acabo de llegar de una boda. Hace exactamente una semana y dos días, mi ex compañera de trabajo me dijo: "Tengo una noticia: me caso". Creí que me daba algo. "¿Cuándo?", se me ocurrió preguntar. "El jueves que viene, pero la fiesta es el sábado".

Mi ex compañera de trabajo, además de ser mi ex compañera de trabajo, es una de mis mejores amigas. Y me dijo que hoy celebraba su boda, hace una semana y dos días. Me sentí traicionada.

Hoy ha sido un día duro (ver post anterior, y comprender la metáfora, porque no hay moraleja). Hoy ha sido un día duro, e ir a la boda ésa me daba mucho palo. Mi ex compañera de trabajo y una de mis mejores amigas me había prometido que no sería una boda al uso, sino una fiesta. Pero yo sabía que no conocería a nadie, o a casi nadie. Y no tenía ningunas ganas de hacer vida social.

Al final he ido a la fiesta con otras dos compañeras de trabajo, muy triste, porque lo que une Dios, el hombre lo separa al mismo tiempo. Y también porque el mismo día que unos se casan otros se dicen adiós.

Lo que diferencia una boda de una fiesta es la música. Y esa música era de boda. Camilo Sesto, Hombres G, Chayanne.

Además de la novia y mis dos compañeras acompañantes, sólo conocía a otra chica invitada. Y esa chica invitada llevaba el mismo vestido que yo. Un Adolfo Domínguez negro con las costuras marrones.

Entonces es cuando he empezado a sentirme como un personaje de Sexo en Nueva York.

Me he arrancado los tirantes para disimular, y he intentado no acercarme mucho a ella, para que los demás no se dieran cuenta de que íbamos vestidas igual. Pero, ¿cómo no iban a fijarse, si todos los invitados eran periodistas radiofónicos acostumbrados a radiografiar a sus entrevistados?

Encima, estoy tan despechada que me he medioenamorado del novio. Pero en realidad no me he medioenamorado de él, sino del enamoramiento que él profesaba hacia su mujer. De todos modos, me ha parecido muy guapo.

Lo malo de ser un personaje de Sexo en Nueva York es que te sientes como una hortera toda la noche. Pero lo peor de ser un personaje de esa serie es que esperas a que pase algo más.

No ha pasado nada más. Bueno, sí, que se ha acabado la ginebra, y he tenido que abordar el whisky. Quiero decir que no ha venido un príncipe azul a salvarme, ni he conocido al hombre de mi vida, ni he recibido una llamada alentadora. Nada.

Simplemente he pensado que todo el mundo se casa, que mi ex compañera de trabajo y su marido pegan mucho, que me cago en el puto Adolfo Domínguez, y que no tengo que ver más la televisión.

Eso ha sido todo. O casi. Justo antes de irme de allí, la madre de la novia me ha dado un ramo de ésos de centro, con una vela y flores, y piedras blancas, que pesaba un huevo.

Ahora mismo el novio debe estar pasando el umbral con mi ex compañera de trabajo y una de mis mejores amigas cogida en brazos.

Yo me he servido una cerveza con el vestido todavía puesto.

Mosqueada. Consciente, convencida... de que a esta noche le falta algo.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Lobotomía

La historia es la siguiente: estaba barriendo mi casa como cada sábado, cuando me encontré un billete de cinco euros. "Oh, qué afortunada soy", pensé. Y luego llegó la parte difícil, que consistía en decidir qué hacía con ellos. "A ver, a ver", decía una nubecilla encima de mi cabeza. No podía comprarme un lazo porque no soy tan presumida. No podía comprarme un billete porque no hubiera llegado muy lejos.

"Ya está!", dijo la nubecilla encima de mi cabeza. Y como según Al aquí todos soy telepáticos menos yo, ya sabéis lo que hice: bajé a la plaza que hay debajo de casa, entré en uno de sus tres bares, y me tomé una cerveza.

Cuando todavía iba por el primer sorbo, entró un gallito. "Cocoricó, qué hace un pollito como tú en un lugar como éste", dijo. "Pues ya lo ves, si es que esa cresta te lo permite", respondí. Y bueno, me propuso que pasáramos la noche juntos, pero como yo sabía que era un cantamañanas, le dije que era un gilipollas y que me dejara en paz.

Cambié de bar, pedí una segunda cerveza, y al rato entró un cerdo. "Hola, guarrilla", roncó, "¿qué haces esta noche? ¿Qué te parece si me lames la manteca?". Ya, lo siento, suena un poco fuerte, pero así fue y así se lo estamos contando. "Oye, puerco hijodelagransebosa, haz el favor de salir ahora mismo del bar porque apestas", respondí yo. No me obedeció, claro, pero me desahogué bastante.

Quien tuvo que cambiar de bar fui yo, y de los cinco euros que me había encontrado sólo me quedaba para una tercera cerveza.

Entré en el bar de los chinos, al que nunca va casi nadie porque tienes que pedir haciendo mímica y todos los clientes son muy malos actores, con lo cual la faena se alarga durante horas. En fin, me puse sobre la barra a cuatro patas, con la esperanza de que se acordaran de aquel anuncio de Carlsberg en el que una chica iba a cuatro patas por una barra y, bueno, se acordaron. Pero también recordaron que el anuncio era de una Carlsberg sin alcohol. Así que luego tuve que dedicar una media hora a explicarles que quería una cerveza normal, una de las que emborrachan un poco.

Fracasada porque no me entendían, ya estaba dando media vuelta para irme, cuando entró el lobo. "Adónde vas, nena?", preguntó. Y acto seguido: "Pedazo de ojos que tienes".

"Sí, bueno, es por culpa del estrabismo", contesté.

"Y menudas manos", prosiguió.

"Sí, es que toco el piano muy bien".

Y él: "Oye, qué orejas tan pequeñas".
Yo: "¿Cómo?".
Él: "Y vaya dientes".
Yo: "Son para morderte mejor".
Él: "Tus labios están para comérselos".
Y se los comió.

Nunca me bebí aquella tercera cerveza, y a cambio metí un lobo en mi casa. Un lobo que le cantaba a la luna, que aúllaba y me daba dolor de cabeza, un lobo que comía demasiado turrón. En mi casa montó su guarida, y dormía, y dormía y dormía. De vez en cuando me enseñaba los dientes, de vez en cuando se los clavaba yo a él.

Un lobo que dejaba pelos. Un lobo estepario, la solitaria soy yo.

He empezado diciendo que ésta es la historia. Una historia no es un cuento, un cuento se escribe siempre partiendo del final. Lo importante del cuento es cómo acaba. La historia puede no acabar nunca. En cualquier caso, todo apunta a que muy pronto alguien dirá: "Menos lobos, Caperucita"

martes, 18 de septiembre de 2007

Soy telepatética

Hoy he descubierto que tengo telepatía. O sea, que sufro a distancia. Tele quiere decir "lejos" en griego, y "pathos" quiere decir que eres un patoso, es decir, que lo pasas muy mal porque siempre haces el ridículo y no te mueves con agilidad. Si encima eres un pato del Parc de la Ciutadella, peor, porque se están muriendo todos, y nadie sabe por qué. Bueno, House sí lo sabe, pero como los patos y los patosos le caen mal, pues le da igual.

En fin, que telepatía quiere decir sufrir a distancia, y hoy he descubierto que cuento con esta particularidad. Iba por una calle que une la calle Elisabets con la calle Pintor Fortuny, y me decía a mí misma: "Sé demasiado". Como me lo decía a mí misma, nadie más podía oírlo, porque cuando hablas para ti mismo hablas con la cabeza, no con la boca. Además, si alguien que no fuera yo me hubiera oído habría pensado que soy una arrogante, y no es que sea una arrogante, sino que sé demasiado, y eso es lo que he pensado: "Sé demasiado".

Entonces una señora de ésas que siempre van con un carrito lleno de cosas que van recogiendo por la calle ha pasado a mi lado, y justo cuando yo pensaba: "Sé demasiado", ella ha empezado a cantar: "No, no, no, no quiero saber nada". Ahí es cuando me he empezado a mosquear. Pero no le he dado demasiada importancia.

He seguido caminando, ahora más atenta a lo que estaba pensando. Dicen que la cara es el espejo del alma, pero a mí mi alma se me fue de pequeña por el desagüe de la bañera. Fue sin querer. Acababa de bañarme, mi madre decía que ya estaba bien, que estaba arrugada como una pasa y que iba a envejecer antes de hora, y decidí obedecer.

Cuando eres pequeña es mejor no obedecer, porque obedecí. Es decir: salí de la bañera, quité el tapón, y con las prisas no me di cuenta de que mi alma seguía jugando con el barco de la familia Fisher Price. La cuestión: que se fue por el desagüe. Un drama. Porque ya me dirás. Ser una desalmada a esa edad es muy duro. La cosa fue tan grave que casi me llevan a un exorcista, pero claro, el hombre dijo que si ya me había quedado sin alma no me iba a quitar encima otras cosas, a ver si me iba a quedar vacía. O peor: hueca. Porque una persona vacía es muy desgraciada, pero una persona hueca es insoportable.

Sea como sea, como mi cara no puede ser el espejo de mi alma porque no tengo, yo tenía miedo de que fuera el espejo de mis pensamientos por lo que me había pasado con la señora del carrito. Así que en lugar de pensar cosas arrogantes, como "sé demasiado", he pensado lo más vano que se me ha ocurrido: "Tengo hambre". Que además era verdad.

Pues nada, que estoy yo en la calle hospital pensando: "Tengo hambre", cuando un tío que pasa por mi lado, un tío bastante feo, todo hay que decirlo, va y me suelta: "Te comería toda".

Entonces ya no me he mosqueado. Me he acojonado viva. Porque es verdad que a mi alrededor todo el mundo sufre mis dolencias. La señora del carrito no quiere saber porque sabe que sé demasiado, y el tío feo quería comerme porque sentía mi hambre.

Muy fuerte.

Me he dicho: "Bueno, pues no pienses", y a mi lado una pija le decía a otra: "Pero, ¿te lo has pensado bien?". Yo cada vez estaba más asustada, y la pija que iba con la otra pija va y le contesta: "Tengo que tranquilizarme un poco".

Entonces me han venido muchas ganas de gritar, pero muchas, muchas, muchas, y me he cruzado con un encorbatado que le gritaba al móvil: "Te he dicho que no me grites".

"Oh, no, estoy perdida", me decía a mí misma muy flojito para que nadie pudiera ni sospechar lo que me estaba diciendo. Y entonces aparecía un cartel de autobuses en el que ponía: "Usted está aquí".

"Tengo que salir de aquí", me decía todavía más flojito que antes. Y un chico que creía estar hablando con su perro exigía: "Quédate, no te muevas, aquí".

Luego me he limitado a aceptar que vale, que bueno, que soy telepática, lo cual está muy bien, porque provoca que sean los demás los que sufran por mí. Sufren la sabiduría, y el hambre, y el miedo de una pérdida.

Ahora lo que tengo que probas es si también puedo encender la tele con la mente.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Se busca resguardo de 800.000 euros

Hoy me he comido un bogavante. Es la primera vez en mi vida que me como un bogavante entero. Uno de verdad. Uno de ésos que cinco minutos antes de que te los comas todavía están vivos, pero no son muy felices, porque están en una pecera con otros bogavantes y como les atan las pinzas ni siquiera pueden tocar las castañuelas.

El hecho de comerme un bogavante me ha hecho pensar que no tengo sentimientos. Tengo sentidos (y el del gusto lo tengo superdesarrollado), pero sentimientos no, porque no me ha dado ninguna pena. De verdad que lo he intentado. Primero he recordado al bicho ése de Futurama, pero claro, como no me cae muy bien, comerme a un primo suyo me ha importado tres cuernos.

Este verano he pasado quince días en una casa cuya terraza daba al puerto. Un puerto pequeño, con barcas, porque si no tuviera barcas no sería un puerto. En esa casa he aprendido cómo se dice cangrejo en casi todos los idiomas del mundo. Y es que en este tipo de puertos la palabra cangrejo se utiliza mucho.

Estás sentada tranquilamente en la terraza y siempre hay un niño con un salabre que le dice a sus hermanos, a sus padres o a sus amigos: "Mira, un cangrejo". El niño puede ser gallego, mallorquín, inglés, francés, y sobre todo alemán, pero dice lo mismo sea cual sea su nacionalidad: "Mira, un cangrejo". "Guaita, un cranc!". "Look a crab!", "Regard le crabe!", "Werzebezzeflunjen Wes Craven!".

Haber aprendido el nombre del cangrejo tampoco ha sido un impedimento a la hora de comerme el bogavante.

PD. Que me haya comido un bogavante no está relacionado con el hecho de que un vecino de Azuqueca de Henares haya perdido el resguardo por el que le hubieran dado 808.157,40 euros. Se recompensará a quien lo encuentre.

domingo, 9 de septiembre de 2007

El Premio Putada

Un abuelo-hermano del caratonto Vicentín


Hoy mi hermano el maligno me ha hecho reflexionar. Estaba en su casa, que no es suya de verdad, porque se la alquila a un propietario que debe tener un montón de pasta, y de repente he visto un gato. Era un gato marrón, con los ojos marrones, y he exclamado:


"Tiene cara de tonto".

Se parecía un poco al gato de Alicia en el País de las Maravillas, ése que se reía y se quedaba su sonrisa flotando, el gato de Cheshire, creo que se llama. Bueno, pues el gato de la casa de mi hermano el maligno no se reía, pero se parecía al gato de Cheshire, aunque con cara de tonto.

"Ojo", ha dicho mi hermano el maligno, "que tiene pedegree".


Y me ha enseñado un diploma en el que aparecían los padres del gato, y los cuatro abuelos del gato, y sus ocho bisabuelos y sus tatarabuelos, y todos tenían unos nombres muy extraños, como Tania Tarabina de la Buena Compañía, o Rudolf Cat Dagrado de Birmania, o Van Gal Van Turco de las Casas y Palacios, o Linda Tiffany Munchkin Perla. Nombres, en fin, por los cuales nunca, nunca, nunca, nunca he oído llamar a un gato.


He empezado a sospechar.


"Y el gato éste, ¿cómo se llama?", le he preguntdo a mi hermano.


"Vicentín", ha contestado.


Entonces yo le he dicho al gato: "Vicentín!", pero no me ha hecho ni puto caso. "Vicentín, Vicentín", insistía, y nada. Una de dos, o el gato sabe que en realidad se llama algo parecido a Seferino Cat Tow de la Compañía de la Buena o, como tiendo a pensar yo, "es tonto", he concluido. Entonces ha sido cuando mi hermano el maligno me ha hecho reflexionar.


Lo que voy a poner a continuación no es apto para aprensivos.


Preámbulos. Mi hermano el maligno ha repetido:


"Es de pedigree. Sus padres y sus abuelos y sus tatarabuelos y los tatarabuelos de sus tatarabuelos son todos hermanos. Y ya sabes qué pasa cuando la procreación queda en familia".


Aquí es cuando hay que dejar de leer.


Ahí va la conclusión de mi hermano el maligno: "Si los humanos fuéramos gatos, los que tienen síndrome de Down serían los más caros".


Dicho esto, debo cambiar de tema para anunciar que La Chirvi me ha dado un premio putada. Un premio putada es lo mismo que un regalo putada pero en premio.


Ejemplo: un regalo putada es cuando el tío con el que hace dos semanas que estás saliendo te regala... pues eso, un gato con síndrome de Down, con su título y todo. A ver cómo le dices tú que eres alérgica a los gatos. A ti te mola que el tío con el que hace dos semanas que sales te haga un regalo tan importante, pero por otro lado no sabes cómo asumir semejante responsabilidad. Cuidado, que eso no quiere decir que salga con La Chirvi, era una metáfora.



La cuestión es que el premio éste es muy exigente, y tienes que dar siete premios más, y decir por qué los das, y sigue una mecánica que me viene grande. Lo mismo que un gato tonto, al cual tienes que alimentar para que no se muera, y darle los mejores piensos, y peinarlo de vez en cuando. Pero lo peor es que tienes que explicar por qué lo haces. Y ahí sí que ya no llego, porque, volviendo a las metáforas, sería como si a tu gato síndrome de Down con pedigree li dijeras: "ahora te doy de comer para que no te mueras, ahora te doy un pienso muy bueno porque tú lo vales y ahora te peino para que no me dejes la casa llena de pelos".



No me gustaría darle un premio putada a nadie. Pero, por otro lado, tampoco me gustaría despreciar el premio que me ha hecho La Chirvi. Entiendo que hay unas reglas que seguir.



Por lo tanto, voy a dar siete premios, pero no voy a decir a quién van dirigidos. Soy tan generosa como quien abandona su gato Vicentín en la calle. El primero que lo pille, se lo queda. Tiene pedigree. Y al chico que me lo regaló... pues que se lo trague la risa de Cheeshire.

Premio al alcoyano que se fue en chándal y volvió con el perfume de un vellocino de oro en la sudadera. Es un héroe nacional y viva Suecia.

Premio al otro alcoyano que cambió una bombilla y vio la luz en los confines de su habitación.

Premio al maligno por ser mi hermano.

Premio al señor Naftalino.

Premio a quien eligió un mal día para abrir su cajón de sastre, y al ver que tenía los días contados tuvo arcadas y se quedó a cuadros, porque entendió que sería un muerto escribiente, y amaestró a un detective quien le dijo: "Hola, soy coco, lo tuyo es un Milagro porque tu ingenio está de capa caída y encima estás transgordo". Premio porque todavía tuvo fuerzas de contestar: "Pero qué churras son éstas, Vade Retro, cordero, tu vida es de mentira y no me cuentes zarandajas". Un filósofo del pincel apareció entonces y dijo: Klaatu Barada Nikto.

Premio a los que se quedan en la punta de la lengua.

Premio al colgado o la colgada que me lee desde Kazajstan y a quien lo hace desde Isle of the Man por haberme descubierto lo lejos que puedo llegar.

Et voilà. Los agradecimientos y las referencias a todos los santos los haré en su lugar y momento pertinentes.

Bonsoir.

viernes, 7 de septiembre de 2007

La profecía de Moisés

Ayer me pasó una cosa muy rara. Tenía que hacerle una entrevista a un tipo que ha escrito un libro y el libro se titula El testament de Moisès. De Moisés sé lo que sabemos todos: pues que tenía barba y el pelo largo, y que nos jodió a saco con los diez mandamientos, que menos mal que se le cayó al suelo una de las tablas y se rompió, porque no sé cuántos mandamientos cabían en una tabla de ésas, pero por lo menos cinco. Y ya no se me ocurre qué más podían mandarnos, pero cinco mandamientos son la ostia de mandamientos y que Dios me perdone por lo de la ostia.

En fin, a mí el nombre de Moisés no me gusta nada. Resulta que cuando era jovencita y virgen y pura y feliz (pero no tan feliz como cuando dejé de ser virgen), resulta que entonces, digo, conocí a un tal Moisés. Tenía el pelo como el de la Biblia, y la intención perversa de separar mi Mar Rojo. El muy cabrón decía frases como "no intentarlo por miedo a fracaso es como suicidarse por miedo a morir", y basuras por el estilo. Yo le decía: "Macho, si yo no quiero suicidarme, pero tampoco quiero que me hagas un bombo, porque entonces tendré que abortar y será un doble homicidio por tu parte porque me moriré de pena, de rabia y de odio hacia ti".

Al Moisés ése no se le iba la fuerza por el pelo, como Sansón, que por cierto, ya me dirás tú qué gilipollez es ésa de que se te vaya la fuerza por el pelo, porque entonces Don Limpio sería un blandengue, y Mister T también, y también Hulk Hogan, que el otro día lo vi por la tele y se está quedando calvo. Por dónde iba? Nada, que al Moisés ése no se le iba la fuerza por el pelo, sino por la boca, porque además de esas frases estúpidas que decía, no dejaba de morrearme sin parar. Y es que se nos habían enganchado los aparatos de la ortodoncia.

Moisés cumplía años el uno de enero. No sé por qué me acuerdo de eso.

En fin, que la única tarde que pasé con Moisés fue una de las más patéticas de mi vida. Y me preocupé mucho, claro, a ver si de verdad iba a ser un profeta y todos los demás hombres (niños en aquella época) iban a ser igual que él. En tal caso, me hubiera quedado virgen, como María, y ahora no sería tan feliz com0 en realidad soy.

Por cierto, María no podía ser virgen, porque eso la convertiría en una marciana, o algo así, y la Biblia dice que Jesús era hijo de ser humano y Dios. Y si María era marciana, entonces Jesús no era humano, con lo cual no sé por qué le hicimos puto caso. Joder, menuda idea para un nuevo best-seller.

La cuestión: que estaba ayer preparando mi entrevista al autor de El Testament de Moisès, cuando suena el teléfono. Era mi amiga Ics (Equis en castellano), a quien hace cosa de dos años que no veo. Al ver su nombre en el móvil, le dije: "Eh, puta, qué es de tu vida?", porque cuando nos conocimos éramos todo lo contrario de María la virgen; es decir: muy humanas.

Y ella: "Hola, reputa, cómo estás cabrona, que no me llamas nunca".

Rollo excusas, trabajo, blablabla, y al final le digo: "Bueno, ¿qué novio tienes ahora?". Ella: "El de siempre". Y ahí ya me acojoné un poco. O mejor dicho me ovarié un poco. Porque eso de "siempre" unido a un "novio", a dos putas como nosotras pues como que no nos va.

Yo: "¿El alemán?".
Ella: "El alemán???? Qué alemán? Uf, no, tía, el de fin de año".
Yo: "Qué fin de año? De qué año?".
Ella: "Pues el último no, el anterior. ¿Tanto tiempo hace que no nos vemos?".
Yo: "Joder, a este paso, la próxima vez que te vea vas a estar casada y con hijos".
Ella: "Casi".
Yo: "Casi, qué????". Y ahí tuve que sentarme.

Está embarazada de cinco meses. Y el padre de su hijo se llama Moisés.

Todavía no sé cómo interpretarlo.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Jorobada


Creo que el problema es que iban jorobados. Los camellos, digo. He conocido a un montón de animales este verano y todos eran un poco asnos; también he visto unas cuantas focas y algún ballenato. Y que no me vengan las asociaciones antianoexia por lo que acabo que poner, porque me aburren. O sea, me ponen burra. Y prefiero ponerme burra que ponerme hecha una vaca, aunque también quisiera ser una vaca, porque las vacas no piensan y sólo están dale que te pego con la hierba.

Pero estábamos hablando de camellos. Camellos a quienes han jorobado este verano. El uno de agosto. Qué lejos queda eso. No recuerdo ni el nombre de aquel pueblo.

Ya estoy aquí. Jorobada y detenida, pero no en Los Caños, como los camellos. Sino aquí. Yo creía que Los Caños era un grupo de música de cuyos acordes no quiero acordarme.

Dios. Tengo las palabras oxidadas. Sé que estoy aquí porque llevo toda la mañana limpiando la casa, lo cual me hace pensar que tal vez yo no sea yo, sino el señor Fregono.

Me parece que estoy empezando a tener un ataque de pánico.

Putas vacaciones. Te enseñan que tu identidad no va relacionada con el trabajo. Al contrario: el trabajo nos despoja de toda identidad. He vuelto demasiado inteligente. ¿Y a qué puede aspirar una persona inteligente? Mi identidad, qué es eso, si podría ser una vaca que ríe, o una dromedaria jorobada o el señor Fregono.

Estoy demasiado profunda y ahí es donde se ahoga la gente. Creo que el gas de una buena cerveza puede devolverme a la superficie. A vuestra salud!