Aprendimos a sentir todos juntos. Los cinco, como el club de Enid Blyton. A ellos les costaba menos que a mí. Mi amiga Jo me los presentó y Julio todavía recuerda cómo me quité el jersey, y me senté con ellos naturalmente y resulta curioso que, doce años después, sigan destacando (son otros, no son amigos, son desconocidos) mi naturalidad.
Doce años se dice rápido.
Aprendimos a sentir como aprendieron a hacerlo tantos otros, con Silvio Rodríguez y Rayuela, unos porros que no sabían a nada, El lado oscuro del corazón, la parte lúcida del ingenio, la parte lúdica de los libros, la parte luminosa de nuestros nombres, horas en el bar de la facultad, horas en cualquier sofá. Buck y Mario tocan la guitarra, siempre es de noche. Siempre nos sorprende esa Hora Peligrosa en la que todo vale. Siempre vamos un poquito más allá, y descubrimos emociones, descubrimos sentimientos que no nos habíamos permitido antes, reunimos sin darnos cuenta tantos momentos. Nos vamos descubriendo, sin más.
Cada uno de nosotros llevaba siempre consigo un cuaderno. No era un cuaderno secreto, no existían los secretos entre nosotros cinco. Yo cogía el cuaderno de Mario, o Mario alcanzaba mi cuaderno, por ejemplo, y escribíamos cualquier cosa. Solíamos ser más íntimos en nuestros propios cuadernos que en el cuaderno de los demás. Entre los cinco fuimos inmortalizando un año que sería determinante y definitivo.
Mario trabajaba en un albergue o de camarero para pagarse la carrera. Julio estudiaba, pero no recuerdo si también curraba en algún sitio.
Jo salía con Buck, Buck es hermano de Julio. Buck canta de puta madre. Recuerdo un concierto a capella en la plaza Sant Felip Neri acojonante. Entonces Buck y Jo ya no salían juntos, pero da igual, porque seguían juntos de aquella manera no sé si espiritual o simplemente absoluta que sólo conocí con ellos. Era como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para dárnoslo todo. Mario y yo nos hemos dado los mejores abrazos del mundo.
Nuestra historia acabó de repente, con la tranquilidad de los acontecimientos que nadie sospecha que son para siempre. Habíamos estado ahí y, de pronto, desaparecimos. Mario y Julio dejaron el piso de Regàs, yo me fui una temporada a Mallorca, no he vuelto a saber de Buck, a Jo la he visto de vez en cuando.
Un día supe que Mario se había tatuado en el ombligo un sol en espiral que dibujé en su pared. También me llamó en una ocasión para que escuchara una melodía que había compuesto y que tocó al piano.
Jo se ha ido a vivir a Grecia. El otro día, en una entrevista radiofónica, el conductor del programa me preguntó: "¿Recuerdas a alguno de tus compañeros de piso?", dije que sí, que claro, que me acordaba de todos ellos. "¿Cómo se llamaban?", insistía él, y yo, que no entendía nada, acabé por nombrar a Jo.
Jo estaba al otro lado del teléfono.
Nos reímos mucho en directo, y aquella tarde nos conectamos a Skype para ponernos al día de esas vidas que sencillamente se fueron distanciando. Al principio, en Grecia, lo pasó mal. Además, sus padres se han divorciado y tiene la impresión de que no tiene adónde regresar, en caso de que quisiera hacerlo. Hablamos durante horas y horas, y fui feliz porque la felicidad es sentirse afortunada.
Julio me localizó por Facebook. Vivió una temporada en Oxford, creo, y tiene a la Dama de Shalott, de Waterhouse, en su perfil. Gracias a sus fotos puedo ver que se ha dejado el pelo largo, lleva coleta, y esas gafas de pasta enormes que ya tenía hace doce años, la misma barba espesa. En la carpeta Conciertos memorables, tiene imágenes de Carles Benavent, Ben Harper, Bruce Springsteen, Dee Dee Bridgewater, Dianne Reeves, Elton John, Dire Straits, Jet, Paco de Lucía, Javier Colina, Leonard Cohen, Chucho y Bebo.
Todavía nos recuerdo en la plaza de la catedral esperando a Lou Reed, estábamos en primera fila. Pasamos tantas horas esperando y había tanta gente en esa plaza, que Julio empezó a encontrarse mal. Tuvo que irse antes de que empezara el concierto. Nos esperó junto a la furgoneta de la Cruz Roja.
Jo se estaba meando, pero como era imposible salir de allí, decidió orinarse en los pantalones. Un chico junto a ella le dijo: "Creo que eres la mujer de mis sueños".
Julio, Jo... poco a poco nos fuimos reencontrando mediante una distancia que no conocimos mientras éramos amigos. Nos encontramos gracias a los demás, creo. Mejor dicho: nos localizamos aunque no llegáramos a vernos.
Escribí un libro. En el libro, aunque de forma oblicua, hablaba sobre ellos. Hablaba mucho de Jo. Hablaba de los peces, los pisos de estudiantes, las horas peligrosas que pasábamos aparentemente sin hacer nada, inconscientemente dándonoslo todo.
El libro ganó un premio. Me hicieron entrevistas. Muchas entrevistas. Llegué a casa agotada, tenía doscientos mensajes en la bandeja de entrada. Los contesté todos. Luego, no sé muy bien por qué, supongo que por inercia, consulté un correo electrónico antiguo.
Ahí estaba Mario. Mi querido Mario. Asunto: "Hoy me has hecho llorar".
Entonces también yo rompí a llorar y a llorar, a lágrima viva. Porque en su e-mail él recordaba cosas que yo también recordaba, y que había escrito en este blog y en mi novela, sin que él lo supiera. Lloré por esas conexiones que traspasan la distancia que marca el tiempo, y lloré porque entendí que todo lo entendía gracias a ellos.
Gracias a él.
La felicidad es sentirse agradecido.
Lloré porque viví una temporada en París y él no lo sabe. Lloré porque soñamos muchas veces que vivíamos juntos en París y nos encontrábamos sin buscarnos, aunque supiéramos que andábamos para encontrarnos.
Lloré porque, en realidad, hemos estado juntos todo este tiempo, mi sol tatuado en su ombligo.
Llegó mi amor sobre ruedas y me vio llorando. Nos reímos mucho porque llorar así resulta ridículo. Le dije que estaba llorando de cansancio, y de pura felicidad. Porque con Jo, con Buck, con Julio y con Mario aprendí a sentir. Aprendimos juntos.
Ayer vi a Mario. Le invité a una fiesta y sabía que no podría hacerle mucho caso, pero también sabía que vendría y visualicé tantas veces el momento de su llegada que cuando al fin llegó, lo recibí como si nunca hubiéramos perdido el contacto: con un abrazo, pero naturalmente. Hacía doce años que no nos veíamos.
Se sentó en un banco y se sirvió cervezas, se lió unos cuantos cigarros, hablé con él menos tiempo del que me hubiera gustado. Él parecía contento observándome, recordándonos. Llevaba consigo dos cuadernos. Los cuadernos del piso de Regàs. Me dijo que los había traído por si también venía Julio, para prestárselos. Julio ha escrito unas cuantas cosas en aquellos cuadernos. Yo, muchas menos.
Julio no estaba, así que los cuadernos me los he quedado yo. Uno tiene la Cuadratura Humana de Da Vinci en las tapas, tamaño cuartilla. El otro es más grande, de color amarillo con una uve roja lateral que lo atraviesa. Los dos cuadernos son de espiral y tienen las tapas duras.
He empezado a transcribirlos, sin permiso. No sé si continuaré haciéndolo. Pero los leeré, eso seguro. Me reencontraré en todos ellos.
Cuando Mario se fue, nos dimos el mejor abrazo del mundo.
Inabordables
-
El corazón no es una fortaleza inexpugnable porque siempre puede volver a
ser conquistado.
Hace 14 horas