viernes, 30 de marzo de 2007

Hallada nueva foto carnet


Esta foto estaba en la calle Doctor Dou. Primero pensé que eran la foto de un tipo mexicano que estaba de becario en la editorial donde trabajaba antes. Era un mexicano que siempre iba de tirado, en plan piltrafa, pero que se pegaba unos viajes de escándalo porque, no sé sabe muy bien cómo, siempre le daban un montón de becas. Los de la editorial acabaron por echarlo; era un vago. Y es verdad que no cobraba, pero desde cuándo eso te exime de currar. Filosofía de la empresa. Creo que ahora vive en Cancún.

En fin, que cuando me agaché a coger la foto, vi que quien aparecía en ella no era el mexicano pijo, porque si hubiera sido siamés, me habría fijado.

O sea, que si conocéis a un tricéfalo, ya sabéis dónde está su foto carnet. Aunque, pensándolo bien, a esas horas yo llevaba un ciego importante. O al revés: a lo mejor es que veía triple.

En cualquier caso, supongo que el propietario de la foto la debe estar buscando como un loco, porque hay muy pocas posibilidades de que un alma caritativa pegue tu careto en el cuerpo de Rocco Siffredi; en cambio, quién sabe lo que puede llegar a hacer el Photoshop con esta foto y la imagen de Aznar saliendo del agua en la playa de Estepona.

domingo, 25 de marzo de 2007

En un lugar de Leipzig




Lunes. Veo La vida de los otros.

Martes. Recibo una llamada sin misterio.

Miércoles. Salgo hacia Frankfurt. De allí iré a Leipzig. Todavía en el aeropuerto del Prat, una chica me hace una encuesta. Una de las preguntas es cuál es mi destino. Se lo digo. Pone cara rara. Dice: "¿Eso cómo se escribe?". Es otra manera de preguntar: "¿Eso dónde está?".

Posible respuesta: en la vida de los otros.

Llegamos a Frankfurt. Un técnico lanza nieve en la pista de aterrizaje. Aquí los frankfurts no se llaman así; lo descubro al pedir uno. Luego también llegamos a Lepizig.

Por la noche conozco a un bibliotecario berlinés que quiere saber dónde se baila tango en esta ciudad. Le digo que también hay quien quiere saber cómo se deletrea.

Jueves. Al técnico de la nieve se le ha ido la mano y la primavera parece blanca navidad.

Voy a la Feria del Libro. Aquí la gente paga para leer, y para oír a los autores hablando de sus novelas, y para oírlos recitar sus poemas, y la feria está llena de gente encantada por haber pagado para eso y para comprar un montón de libros.

Empiezo a pensar en la teoría de los opuestos y los espejos. Eso de que si hay algo blanco tiene que haber algo negro en otro lugar del mundo. Y que para que exista la izquierda necesariamente tiene que existir una derecha. Y que Leipzig es el antagónico a España, donde no leemos ni aunque nos paguen.

Viernes. Abro un libro. Lo saco de un estante donde hay títulos antiguos. Es el primer número de la colección Insel Bücherei. Die Meife von Liebe und Tod des Cornets Christoph Rilke, de Rainer Maria Rilke. Editado en 1899. Me cuesta leer la tipografía gótico germánica.

En la primera página, hay una dedicatoria que no entiendo porque está escrita con pluma de ave. Y porque está escrita en alemán. Empieza con una cita de Matthias Claudius, y pone (transcribo más o menos): "Hit slueze dunsdun kindes find eitel arue fünder und sinen gar nicht biel; hit spinnen Luflpespinste und suchen viele Rinsle und Rommen kneiter frundam". O algo parecido.

Está dedicado a Vera Bendit el 21 de septiembre de 1937.

Mi abuela se llama Vera Bendit.

Sólo que mi abuela no sabe alemán. Que yo sepa. Ni conoce a ningún Dineldorf. Que yo sepa. Compro el libro por 4 euros.

Sábado. Visito las iglesias de San Nicolás y Santo Tomás, donde está enterrado Johannes Sebastian Bach. En su tumba hay flores frescas. Un coro ensaya. Escucho a la soprano hasta que los ojos se me empañan.

Domigo. Pienso que hace una semana yo no era ésta.

Me veo en la vida de los otros.

martes, 20 de marzo de 2007

El sueño de la sinrazón

Imagínate que, una tarde, tu sueño te llama por teléfono. Llevas casi treinta años esperando esa llamada y, aun así, la llamada te toma por sorpresa. "Hola", te dice tu sueño, "soy tu sueño, reunámonos para que puedas cumplirme".

Tu sueño y tú quedais en una cafetería de la ciudad. Te traicionan los nervios: coño, es tu puto sueño y, coño, estais tomando café y la cafeína tensa. Tu sueño te hace una propuesta. Es deshonesta, y tan deshonesta como indecente. Te dice: no sólo voy a hacerme realidad para ti, sino que, además, te voy a pagar para que me cumplas.

Hablar de tú a tú con tu sueño cambia un poco las cosas. Sabes que tendrías que abrazarte a él como en los anuncios o, por lo menos, deberías salir dando brincos del bar. En cambio, te pones a pensar que, tal vez, cumplir tu sueño no te conviene. Es más: tienes la paranoia de que el tipo con quien te has tomado el café no era exactamente tu sueño, sino uno muy parecido porque, a lo mejor, lo que pasa es que tu sueño es bastante vulgar.

Claro, era un tipo parecido a tu sueño que ha intentado engañarte para que cumplas algo que no es exactamente lo que quieres cumplir. Y que te llevará a una realidad próxima a la que aspiras, pero que no es exactamente...

"Cobarde", te dice tu conciencia, que está un poco celosa, pero que reconoce que en ocasiones es mejor dejarse llevar. "Ya, no puedo perder esta oportunidad", me encojo de hombros. "Esto es mucho más que una simple oportunidad", insiste mi conciencia, "¿qué más quieres?".

Eso es: qué más quiero. Ni siquiera todo me parecería suficiente.

Llamo a mi sueño y le doy mis datos personales para que formalicemos el contrato.

domingo, 18 de marzo de 2007

Pierno Doyuna


Ayer me encontré unas piernas en casa. No sé por dónde se colaron, supongo que por la ventana. Serían unas piernas trepadoras, de ésas que sirven para ir a la montaña o encaramarse a los andamios, que son los árboles de nuestro tiempo.

Eran unas piernas bastante femeninas, además de lectoras y, al verlas, me sorprendí un poco, pero agradecí que estuvieran depiladas. Al principio no sabía muy bien qué decirles, no acostumbro a hablar con las piernas. Con los pies sí, les digo: "pies, para qué os quiero", o "malditos juanetes", porque no sé por qué, los pies llaman Juanetes a lo que nosotros llamamos Dolores. Tengo amigos que incluso bautizan a sus pies, y los llaman Quesito la Vaca que Ríe, o directamente Camembert. Pero bueno, yo no sabía cómo dirigirme a esas piernas.

"Joder, pues no sabes cuánto se habla de nosotras", contestaron con orgullo, al verme dudosa. Pero no entendí muy bien a qué se referían. En serio, yo estaba más preocupada de qué podía servirles (imaginé que café no; sé que hay masajes de chocolate, a lo mejor les hubiera gustado, aunque en seguida lo pensé mejor, quién soy yo para darle masajes a esas piernas desconocidas e intrusas, y además, el chocolate engorda). De repente me dieron ganas de echarles cera caliente. O de echarlas, directamente. Al final me decidí a preguntarles:

"Bueno, ¿y dónde está la otra parte?".

Entonces me explicaron su historia. Resulta que estaban rodando un capítulo para una serie de dibujos animados. Algo habitual: el personaje tiene que huir, toma carrerilla, las piernas hacen el remolino a la vez que suena una melodía extraña e irreploducible (rollo: plitiploncplitiploncplitiplonc) y salen corriendo antes que la otra mitad del cuerpo. Se ve que, en la carrera, perdieron a la otra mitad.

"Pues tendríais que ir a buscarla", les dije, "sin piernas no vas a ninguna parte".

"Pero qué dices, elitista", me soltó una de las dos con una coz, "hoy en día hay un montón de sistemas para suplirnos".

"Además, ya no volverán los oscuros golondrinos a anidar en el jardín de esos sobacos", añadió la otra en plan patada voladora.

La cuestión es que las piernas están muy contentas de haberse independizado. En su currículum está haber correteado para Daniel el Travieso (en su infancia), interpretar el cartel de El graduado y trabajar como Pierre Nodoyuna, el malo de los Autos locos.

Ahora pueden leer, hablar, correr, y hacer estiramientos siempre que quieran. Hoy se han pasado la tarde probándose mis zapatos y bailando en el comedor. Ya no las aguanto. Pero estoy atada de manos y... más manos. Mucho me temo que mis piernas se solidaricen con ellas si les doy la patada.

Por los menos son abstemias, y las rodillas no les tiemblan.

martes, 13 de marzo de 2007

Cómo se hunden los recuerdos



Bajaba hasta la calle del Mar con las espardenyes de suela de esparto. Subía por la escalera del número 8 mientras preguntaba "¿se puede?" alargando mucho la e. Luego besaba a los abuelos -la cara arrugada de mi abuela, que fumaba Record de la caja verde-, y mi abuelo me llevaba en barca a pescar. La abuela se asomaba al balcón un momento mientras nos acercábamos a la boca del puerto, que a mí me daba un poco de miedo, porque allí las olas nos daban con fuerza y yo creía que íbamos a zozobrar.

Cuando la palabra zozobrar no existía todavía. O no para mí.

Mi abuelo al timón, con aquellos pantalones cortos azul marino y otro tipo de espardenya también azul (las suelas de goma) viraba hasta que la proa se encaraba a las olas. Los cormoranes buceaban durante más tiempo del que aprendí a contar; desaparecían casi debajo de la barca y reaparecían en las rocas, a veces con un pez en la boca.

Nos acercábamos al faro y tirábamos el ancla. Una imagen de silencio es cuando mi abuelo apagaba el motor del llaüt. Luego recuerdo los dedos metidos en la masa del pan mojado. No necesitábamos pescar con gusano, aunque también lo hicimos alguna vez, y eran amarillos y parecían mecanos. Cuidado con el anzuelo. El anzuelo se te metía en la piel de la mano, si no ibas con cuidado, y no te hacía daño, pero era muy molesto.

Nunca pescábamos nada, porque ya entonces lo único que podías sacar era una llisa guarra y había que devolverla al agua. Las llises se alimentan de mierda. Mi abuelo decía "de caca".

A veces, cuando buceaba en la playa, veía estrellas de mar que se escondían en la arena. Mi amigo Sebastià cazaba pulpos poniendo una lata en el embarcadero, donde los pulpos se refugiaban, y alguien, años antes, vio flotar un cuerpo sin cabeza por allí cerca.

También hacíamos guerras de agua, cada grupo de amigos desde su barca. Luego volvía a casa, junto a la iglesia, la misa se hacía fuera. En bañador, empapada, pasaba entre las beatas, por debajo de los pinos, y el cura ponía el grito en el cielo, y también ponía allí las manos y las cejas y la mirada. El padre de alguno de mis amigos nos reñía porque nos habíamos cargado el motor de su llaüt d'una poalada d'aigua.

Cuando crecimos, nos mojamos de otras maneras.

Mi abuela todavía fuma Record de la caja verde. Pronto mi abuelo habrá vivido más años en mi memoria que en mi vida. Ya no quedan ni llises.

Lo van a convertir en un puerto deportivo.

Nueva llamada misteriosa

Vuelve a ser martes.

Mientras comía -pasta larga con salsa de gorgonzola y nueces- ha sonado mi teléfono móvil.

Como hasta ese momento me había quejado de que a uno de los comensales le estaban llamando todo el rato ("por lo menos podrías ponerlo en silencio", le he repetido un par de veces), al sonar mi móvil he sentido un poco de vergüenza. La gente con la que comía (ellos arroz a banda) se han reído de mí. "Podrías ponerlo en silencio!", han gritado todos a una.

He sacado el móvil del bolso, pero ya era demasiado tarde.
Una llamada perdida.
Un número desconocido: 626696325.
Hora: las 15,04h.

He vuelto al trabajo, y lo primero que he hecho al sentarme en mi mesa, ha sido marcar el número.

Medio tono, y después, las gotas psicodélicas de la semana pasada. Luego, un ruido distinto, pero que tampoco había oído antes.

¿Serán los extraterrestres? Si es así, seguro que son marcianos, por eso siempre me llaman en martes.

A lo mejor ha empezado la revuelta de las máquinas (revuelta, porque ya volvieron en 1996 con Terminator 2), y los móviles han tomado su propia voz del mismo modo que los televisores han tomado su propia visión de las cosas. De hecho, Internet -la red- se ha enredado en sí misma.

¿Será Roberto Bolaño que, desde allí donde esté, quiere que me acuerde de sus Llamadas telefónicas? Quizá quiera decirme que viviré hasta 2666.

Justamente hoy Coco comentaba que podría tratarse del tipo de Nokia que me llamaba amenazador desde una silla eléctrica, en plan: connecting people.

A lo mejor es el pasado, que está tan distorsionado que ya no hay quien lo entienda.
O el futuro... ¡y no sé interpretarlo!

En qualquier caso, no es el mismo ente de la semana pasada, puesto que su número de teléfono es distinto.

Antes, un fax me llamaba -también siempre los martes- al fijo que tengo en el trabajo. Llamaba, intentaba pasarme un parte por escrito, yo sólo oía el prrrrrrrrriiiiiiiiiiiiiipooooooinggg, y luego insistía una segunda vez. A veces también una tercera. Pero no había misterio: era un fax pesado que se estaba equivocando de raza. Como si un cangrejo quisiera comunicarse con un Van Gogh, o una mofeta quisiera tirarse a un gato, como en esa serie de dibujos animados. Vamos, que no hay caso.

Ahora la cosa es distinta. Es el propio misterio quien ha descubierto mi teléfono móvil.
La cuestión es: ¿qué intentará decirme?

domingo, 11 de marzo de 2007

La cerveza de este domingo

Aunque, pensándolo mejor, hoy me conviene más un buen vino. ¡Salud!

sábado, 10 de marzo de 2007

El juego de la oca


Por razones que no vienen al caso, me encontraba la semana pasada en un club de tenis de la ciudad, cuando llegó el revuelo. Nunca mejor dicho: en una de las pistas había una oca caminando como una oca y haciendo ese ruido que hacen las ocas.

Como últimamente estoy en plan nostálgica televisiva, me acordé de una serie que se llamaba Nils Horlgersson y que iba de un niño que se hacía pequeño, y se pasaba un año haciendo el ganso mientras emigraba con las ocas montado a horcajadas en una de ellas y le pasaban un montón de cosas. Y el final de la serie era muy triste, porque el niño recuperaba su tamaño normal y entonces ya no se podía comunicar con los animales.

Hoy, visto el rebaño de borregos que se han manifestado (no contra el gobierno, no contra De Juana Chaos, sino) contra las normas de la justicia, convendríamos que son los animales quienes no quieren comunicarse con las personas (con perdón de los animales de verdad), y los muy ánsares se limitan a rebuaznar, a berrear o a hacer el Paquito (para más información, buscad el comentario que hizo Gus Aneu hace unos días). Pero estoy perdiendo el hilo.

El caso es que al ver la oca, y al acordarme de Nils Holgersson y al comprobar cómo está el patio en este país, me entraron ganas de hacerme muy pequeñita, muy pequeñita, para poder subirme a lomos del ave y salir volando quién sabe dónde.

Entonces me acerqué a ella y le pregunté cuánto costaría el viaje. Ella me dijo: "¿Tengo pinta de compañia de bajo coste?". Yo: "No, se nota que eres de altos vuelos, pero necesito salir de aquí". Y ella: "Es que creo que me confundes con otra, yo soy de las que se lo juega todo a suertes".

Ningún problema; en los clubs ésos de tenis siempre hay dados.

"No, no", insistió la oca, "no me estás entendiendo". Y me contó su historia, casi tan triste como el último capítulo de Nils Holgersson. Resulta que, después de llevar una buena racha sexual ("y me la tiro porque me toca", o algo así, me dijo), la oca cayó en la peor casilla del tablero: "Vuelve a casa". Pero, claro, ella había puesto su casa a la venta para poder emigrar tranquila durante todo el juego. Y aunque su nivel adquisitivo no ha variado mucho desde entonces, con el dinero que sacó de su granja ya no tiene ni para pipas.

"Buf, qué chungo", le dije. "Ya", respondió ella. Si había aterrizado en un club de tenis, me contó, era para ver qué podía sacar de un trocito de su hígado, "a los pijos les gusta bastante el foi", me comentó orgullosa cerrando mucho el pico.

En fin, que llegó un constructor y le dijo que ahora la moda está en habilitar contenedores, porque la verdad es que nadie vive mejor que los vagabundos, ahí, sin tener que preocuparse por las facturas del gas y del agua. Y, bueno, a la oca la oferta le pareció bien. Pagó con parte de su híagado y se instaló en el cuchitril.

Hoy me ha llegado la foto que me envió vía paloma-pulgosa-mensajera. Su container es el de arriba a la derecha; es decir: el ático tercera.

Moraleja: este viento podría hacer perder la señal de la Sexta, y nos quedaríamos sin Barça-Madrid.

martes, 6 de marzo de 2007

¿Quién hay ahí?

Tengo un poco de miedo.

Acababa de comer, estaba en el ascensor -que es lo máximo que puedo ascender en mi trabajo- y he consultado el móvil, por si tenía llamadas perdidas. Es un tic, casi nunca tengo llamadas perdidas, pero cuando las tengo suelen ser importantes. En fin, hoy tenía una llamada perdida de un número -también móvil- que mi teléfono móvil no tiene registrado. Era el (y sudo frío sólo de copiarlo) 650800734. Llamada realizada a las 15,00h. en punto.

Hasta aquí, nada fuera de lo normal. Llego a la planta del trabajo, todavía no ha llegado nadie más, me siento en mi sitio y marco el número en cuestión. Siempre lo hago así, porque de este modo no gasto dinero y nadie me reconoce al otro lado. Ahora que pongo "al otro lado", un escalofrío recorre mi espalda.

Nada, que marco, da señal, puuuup, una única señal, y luego... no sé, se oyen como unos pájaros, o como si Isao Tomita (que es un compositor japonés que versionó la Arabesca número 1 de Debussy para la sintonía de un programa que se llamaba Planeta imaginari, qué gran programa, así hemos quedado todos) en fin, como si Isao Tomita hubiera querido emular a los pájaros o a los peces en su pecera. No sé si me explico. Bueno, un sonido que no era de este mundo. Ni de ningún otro. Y que, desde luego, no tenía voz alguna a quien pudiera preguntar: ¿quién es?

He colgado al cabo de un rato, he trabajado otro rato más, y pasado un tercer rato -todavía no había llegado nadie- he vuelto a marcar.

Lo mismo.

Buf. Entonces he empezado a recordar el millón y medio de películas de terror japonesas (como Isao Tomita) que he visto, y me he acordado de que siempre pasa algo con una llamada. Te llaman y te dicen: "Vas a morir en una semana", como en The Ring, y te cagas. O "pídeme un deseo y verás que te doy a cambio". Aunque ésta creo que era coreana: tú ibas, pedías un deseo, el deseo se cumplía y luego te morías, rollo para demostrarte que no era un Ferrari lo que deseabas, sino seguir vivo.

Como no había nadie más en el curro, me he puesto a pensar: "A ver, a lo mejor te ha llamado la suerte, y ésa no es como el cartero, que siempre llama dos veces". Y también: "Esto va a ser que el colega Satán ha descubierto tu número, y ahora le estás devolviendo la llamada al infierno". Lo que me preocupaba no era eso, sino que, con lo pesado que es, sólo faltaba que Satán tuviera mi móvil.

También he pensado que me había llamado la muerte, pero entonces lo más fuerte es que luego he sido yo quien he llamado a la muerte. Aunque fuera para devolverle la llamada; lo cual es todavía peor, porque eso me convierte en su eco.

Por fin, ha llegado una de mis compañeras de trabajo, y le he dicho: "Tienes que oír esto". Llamadme hijadelagranputa, pero si de verdad esa llamada era del Más Allá, paso de irme sola. Así que, como en el curro tengo un poco fama de zumbada, su primera reacción ha sido alzar las cejas y decirme: "Buenoooooo, valeeeeee, qué tengo que escuchar...".

Le he pasado el auricular, he marcado el número, ha oído la primera señal, y luego ha fruncido el ceño. "Coño, qué mal rollo", ha dicho, porque es un poco malhablada. "Pero si incluso suena un gong". Porque, es verdad, ahora que me acuerdo, después de los pájaros o los peces a lo Isao Tomita, se oye algo así como un gong. Gonggggg. ¿Será terror chino en lugar de terror japonés? No lo sé.

Luego he tenido tanto trabajo que me olvidado de que me iba a pasar algo. Y de hecho, no me ha pasado nada más que un montón de trabajo por encima, que me ha dejado chafada.

Venía ahora a casa y me acordaba de todo esto. En la calle, silencio. Pero es porque jugaba el Barça.

Se lo dije ayer a Mario Milagro y es momento para recordarlo: hay alguien al otro lado.

La cuestión es: ¿quién?

Javier Bardem tiene el culo feo

Advertencia para los que creen en el poder de la primavera: ésta es una historia sobre el desamor.

Estaba anoche en la Plaça del Rei tocando la Sinfonía número 2 de Malher y, de repente, entre los turistas que escuchaban, me pareció a Javier Bardem. Digo "me pareció" porque llevaba una gorra superhortera calada hasta la barbilla que no me dejaba verle bien la cara. Estaba como inquieto, observando a su alrededor, con las manos en las caderas y los dientes prietos para que se le marcara la mandíbula, y al principio creí en el poder de la primavera porque el corazón se me puso al borde de la boca y pensé en House, y siempre que estoy a punto de morirme de amor, no sé por qué, pienso en House. Supongo que para que me salve. Y me dije: "por fin, después de quince años, el sueño de mi vida se ha cumplido, gracias a Dios o a Satán o a Fausto, o al responsable de que los sueños se cumplan".

Entonces le dije a mi compañero (el que toca el clarinete) que descansábamos un rato, y él se picó un poco, porque es de ésos que creen que cuanto más tocas, más dinero ganas, pero es mentira: depende más de la hora que sea y del día de la semana. La cuestión es que Bardem aprovechó, y se acercó a nosotros (o sea, a MÍ!) y, sí, efectivamente era Bardem, el hijo de Pilar, el sobrino... o sea, Javier Bardem de verdad, y dijo: "Dame un piti". Y le contesté: "Será posible que no pueda cumplir tu único deseo", porque a veces fumo, pero sólo los días pares, y ayer era impar. Y él se dio media vuelta y se fue.

Ahí es cuando vi lo mal que le quedaban los pantalones, y pensé: pues mejor, porque la verdad es que no me pone nada.

Luego me sentí muy desgraciada, porque es como haber desperdiciado 15 años de mi vida enamorada del hombre equivocado. Y pensé en House, y en John Cusack, y en la invitación que tengo para cenar con ellos el próximo mes de abril, que creo que tiraré por el váter porque ya no quiero conocerlos. Y bueno, quizá la primavera nos hace ver cosas que no son, y pone mariposas en lugares que no tocan. Pero un culo es un culo, y lo es en cualquier estación del año.

domingo, 4 de marzo de 2007

La venganza del señor Fregono

La casa del señor Fregono a través de mi cerveza de hoy


Confieso que ayer intententé saber más sobre el señor Fregono. Así que me armé de valor y una escoba, y me dirigí a su casa. Soy fatal para orientarme, y una cosa es ver la casa del señor Fregono por la ventana y a través de una cerveza, y otra, muy distinta, saber llegar al lugar en el que vive.

Nada más bajar, la señora Conchi, que es mi vecina del entresuelo, se alegró mucho de verme. Me dijo: "Vaya, veo que por fin te decides a limpiar la escalera, sólo han pasado cuatro años desde tu último turno". Le contesté que si sabía lo que quiere decir la Concha de tu madre en argentino, y que en eso debía estar pensando su padre cuando le puso el nombre porque los hombres sólo saben pensar en eso. Y eso: que la dejé pensando.

Me pongo a caminar por la calle en obras como siempre y aparece otra vieja de ésas que no tienen nada que hacer en todo el sábado, y al verme con la escoba me dice: "Oye, que ya era hora de que limpiarais un poco todo esto, que mira el barrio, que más que un barrio parece un barro". Un juego de palabras muy elaborado, me dije. Y le contesté que no soy del ayuntamiento, y que si no le gusta cómo está la ciudad, que ya sabe lo que tiene hacer en las próximas municipales, que son dentro de un par de meses. Y ella: "pero si yo me alegro mucho de que nos planten arbolitos por las calles". Y yo: "los plantan para que los coches no puedan aparcar, y acaben encima de los pasos de cebra porque no hay sitio, y de este modo recaudan con las multas y se forran". A ella eso le da igual porque no tiene coche, pero está muy preocupada porque le han dicho que, por culpa de las obras del Ave, la Sagrada Familia se va a caer. Le contesto: "Bueno, si un tranvía se cargó a Gaudí, me parece lógico que un tren se cargue su obra". Y así la dejé también: pensando.

Estaba tan satisfecha de mi labor filosofante por el barrio, que no me di cuenta de que dos operarios de BCNeta venían en dirección contraria muy cabreados porque, al verme con la escoba, interpretaron que lo mío era intrusismo laboral. Desenvainaron sus respectivos recogedores, dije: "hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir", y hala, se armó una buena, rollo el reto de la limpieza-a-ver-quién-tiene-los-cojones-de-lavar-más-blanco.

Entonces llegaron el payaso de Micolor y Mister Proper, preguntándonos que de qué íbamos, que eso del reto de la limpieza ya estaba patentado, y al Proper le contesté que qué iba a contarme él, que por culpa de una patente ha pasado a llamarse Don Limpio, que es el colmo de la humillación. "Bueno, bueno, bueno", contestó el payaso de Micolor, "que eso de meterse vestido en una lavadora también tiene su tela". Los operarios de BCNeta dijeron que ellos también se sentían humillados con ese traje verde que les pone el ayuntamiento, pero que lo peor son unos espías que les pisan los talones para ver si cumplen o no su trabajo.

La cuestión: que los dejé allí compitiendo por ver quién estaba más humillado en su trabajo y llegué por fin al portal del señor Fregono. Me asomé al telefonillo y descubrí cómo se llama: Ático. Pero me dio mucha pereza hablar con él, y volví a casa.

Hoy, mientras limpiaba el suelo, se ha roto la fregona. Lo juro.

sábado, 3 de marzo de 2007

El incansable señor Fregono


Mi hermano el arquitecto me regaló una silla diseño Bonet que es una pasada. No es auténtica -mi hermano es un poco rata-, pero sirve para sentarse y además es cómoda y, para los que no tienen ni idea de diseño, da el pego. Y a mí me gusta más que si fuera la original porque así me siento más identificada conmigo misma, porque yo tampoco soy auténtica ni demasiado original.

Por las mañanas me gusta sentarme en la falsa silla Bonet mientras me tomo el café, y mirar por la ventana, que es enorme. La ventana da a un par de muros con ladrillos, tres grúas amarillas, cinco patios interiores, el tejado de dos párkings, unos veinte balcones tipo inútiles y siete terrazas de puta madre. Miro y bebo café, y hago comentarios en voz alta, y no hablo sola.

Así, mirando y comentando, fue como descubrí al incansable señor Fregono. Es muy fuerte. Cada vez que le echo un ojo a la terraza de puta madre número 3 que tengo en frente, el tipo está haciendo algo: tiende la ropa, o desempolva el mocho, o barre el suelo de la terraza, o coloca bien la ropa que ha tendido hace un momento, o dobla unos calcetines, o llena un cubo de agua, o riega unos arbolitos, o se cerciora de que la ropa está bien tendida, o le quita el polvo a la barandilla, o (atención, esto me ha flipado esta misma mañana) limpia los cordeles de tender.

Al principio pensé que había matado a su mujer y la había cortado a pedacitos y que, en la tarea, la casa le había quedado hecha una mierda, por eso tiene que fregar sin detenerse. Pero la historia se parecía demasiado a La ventana indiscreta y, sí, ya he dicho que no soy original, pero tampoco me considero una indiscreta.

Así que opté por la teoría de que el hombre vivía con su madre, una señora parapléjica que le apunta todo el santo día con una escopeta a la cabeza desde su silla de ruedas, y que le dice: "Fregono, si eso es un edredón bien doblado, esto está desarmado y puedo disparar cuando me dé la gana". Pero ahora que me fijo, todos los caletines que están tendidos son iguales: negros, de ejecutivo, debe de haber unos 100.

El hombre es un solterón maniático que en otras circunstancias sería un marido perfecto, pienso ahora, mientras observo cómo cambia el cabezal de su escoba. O a lo mejor es el señor Crónica, el creador de la política, que tiene que limpiar incansablemente la historia de sus miserias. Para que vivamos tranquilos.

viernes, 2 de marzo de 2007

Cosas que hice desconectada


Lunes. Presencio una lucha en el barro, pero de hombres. Escaso nivel sexual.
Aunque, en un momento dado, Miquel Barceló (pintor y matador de cerdos) pone a
Josef Nadj a cuatro patas, y lo entierra bajo un montón de vasijas de cerámica.
Luego lo pinta de blanco y hace un cuadro de puta madre. Intento llevármelo a
casa, pero no me cabe en el bolso. El segurata me regaña.

Martes. Leo un libro sobre un matador de cerdos que
acaba comiéndose a su novia, a la que han asesinado unos malos muy malos. Antes
de comérsela, la destripa como si fuera un lechón, y luego la aliña con ajo y
perejil. Creo que, si llegas al final de la novela, el tipo se chupa los dedos.

Miércoles. Un cerdo me suelta una guarrada por la calle y me dan ganas de
matarlo.

Jueves. Me doy cuenta de que la conexión a internet no pirula. Me cago en los putos cerdos de Ono.

Viernes, pero no santo. Puedo comer lo que quiera y además no soy judía. Y si como judías, como si nada.

Sábado. Mientras pongo una lavadora, tengo una revelación: "No le des tantas vueltas; la ropa sale limpia aunque pongas el programa rápido y encima ahorras agua y energía".

Domingo. Siempre he sido incapaz de recordar qué pasa los domingos.

Lunes otra vez. Siempre es lunes otra vez y todavía no sé si eso es bueno o no tanto.

Martes. El mal rollo le da demasiadas vueltas al canuto que lo soporta. Adiós a la filosofía de la lavadora. Por la noche me pongo a llorar al lado del Saint Germain, un bar que hay en Torrent de l'Olla. Un moro que habla catalán se pone a llorar conmigo; dice que es un "puto moro de mierda", pero que también tiene emociones. No sé por qué me llama Marta. A mí me entra la risa y creo que se cabrea un poco. Me meto en el bar y me mato a beber. Es más que un juego de palabras.

Miércoles. Un argentino me llama a casa, tiene un gallo y sabe de lo que yo no sé. Veo la luz.
Jueves. Como con un tipo importante. Su filosofía: tú eres el tren. Es decir: no te pierdas. Llega la noche, que es ahora, y descubro que el blog tiene las horas desajustadas. Da igual. Lo importante no es importante por el momento en el que pasa.