martes, 28 de septiembre de 2010

The Door On The Floor

Conversación por SMS, ayer sobre las cuatro de la tarde:

Hombre Supuestamente Interesante con el que Nunca Volveré a Acostarme (modalidad: periodista de sucesos): Sé quién es el tío del que hablas en tu post, pero ¿cuántas veces me embanyaste? Serás perra... besooooo.

Yo: Ninguna, lo he puesto muy clarito, si me porté como una santa. ¿Y tú cuándo vas a ser papá?

HSINVA: Besar es engañar. Me quedan al menos nueve meses para ser padre. ¿Todo bien?

Yo: Visto así, te pido perdón. ¿Me perdonas con cinco años de retraso? En Una historia de amor y oscuridad, Oz dice que "engañar" es follar con una mujer y no casarse con ella. Mucho trabajo, gran catarro y pequeña depresión. Pero bien, feliz en mi nuevo piso. Oye, yo creía que mi blog era secreto.

HSINVA: Entonces no lo publiques, melón.

Yo: Joder, es que pensaba que no lo leía nadie. Y ahora empiezo a recibir anónimos chungos. Eso es que has llegado a la edad adulta de Internet, no?

HSINVA: Eso es que hay mucho aburrido suelto. Sabes perfectamente que lo leemos porque somos unos cotillas un poco masocas y como nunca tienes tiempo para nada, por lo menos así nos enteramos de si estás bien.

Yo: Cada vez que estoy depre, mi Amiga La Loca le echa un ojo para saber qué me pasa. Luego están mis visitantes habituales, a los que también visito, y son como de la familia. Pero si no es a vosotros, a quién coño le importa. Además, me invento la mitad de las cosas. ¿Todavía juegas a pádel?

HSINVA: Jajajaja, siempre has sido una exagerada. Seguro que si transcribes esta conversación, te montarás una película. Por cierto: COMO PUBLIQUES ESTA CONVERSACIÓN EN TU BLOG, TE CORTO LAS TETAS.

Yo: Al final acabo publicándolo todo, ya lo sabes. Todavía no sé por qué lo hago.

HSINVA: Juego a pádel y voy en moto. Eres la chica gamba.

Yo: ¿Estoy buena pero soy tan fea y boba que mejor si me arrancan la cabeza?

HSINVA: Te desnudas en público, pero no das la cara. Eres una exhibicionista rara que pretende no tener identidad, como si estuvieras en una cabina porno.

Yo: Hostias, pero si por lo visto todo el puto mundo ha descubierto quién soy. Ahora ya no me atrevo a contar ni la mitad de las cosas que contaba antes. Es una mierda. Y yo, una cobarde. El anonimato es juego y a veces literatura. Lo demás es Sálvame Deluxe. Por cierto, esto nos va a costar un pastón.

HSINVA: Tranquila, tengo contactos.

Yo: ¿En Vodafone?????

HSINVA: Oye, perla, se te está yendo la pinza con la licencia poética. Esta conversación no se parece nada al intercambio de mensajes que tuvimos ayer.

Yo: Vale, ya paro. Es que mi Amor Sobre Ruedas me dijo una cosa muy fea que me puso muy triste. Dijo: "Queremos ser tu personaje. Pero no uno de los que salen en tus novelas o en tu blog. Queremos ser un personaje en tu vida. Y no nos dejas". Lloré.

HSINVA: ¿Y a quién se refería con ese plural?

Yo: Ni idea, será un plural mayestático. ¿Tan difícil soy?

HSINVA: No me hagas contestar a esa pregunta.

Yo: Ya has contestado.

HSINVA: Leíste el de John Irving?

Yo: Vi la película. Y prefiero el título en inglés: The Door On The Floor. Pero no jodas, a mí no se me ha muerto nadie. De veras tengo mucho curro. Quedamos un día de estos?

HSINVA: Nadie quiere ser un personaje tuyo, todos son insoportables, unos arrogantes de cuidado. Empezando por la narradora.

Yo: Soy una desgraciada. Además sólo hablo de mí porque me habéis pedido que no hable de vosotros.

HSINVA: Gracias. Quedamos cuando quieras.

Yo: Sí, seguro.

HSINVA: Un besooooooo.

Historia particular de un muchacho

Nos conocimos hace cinco años en una fiesta. Él llevaba una camiseta gastada de Mickey Mouse y me comentó que tenía algún problema con Barcelona, que aquí no se encontraba bien del todo. Que, cuando venía, apenas salía del hotel.

Quedamos para ir a cenar, no sé si al día siguiente o al cabo de un mes. Fuimos a Gracia, nos sentamos en una terraza de Rius i Taulet y tomamos cerveza. Su padre es psicólogo, el mío también, a los dos nos gusta escribir. En aquella ocasión hablamos de los rusos, de Tolstoi, Dostoievski, Nabokov, Chejov, Biely, de la angustia que provoca saber que nunca lo harás tan bien como ellos, de lo improductivo (casi inútil) de nuestra pasión. Para qué.

También hablamos de nuestros hermanos, de las peleas que teníamos de pequeños. Yo todavía recuerdo sorprendiéndome de rodillas sobre el pecho de uno de los dos mientras le golpeaba la cabeza contra el suelo y él ponía los ojos en blanco. No lo maté de milagro. Después de aquello, ya no le pegué nunca más. Lo agredía con la palabra.

Cenamos en un argentino que no era gran cosa y acabamos brindando con whiskies en algún bar que no recuerdo hasta que cerraron. Me dijo que no le gustaba dormir solo. También me contó historias para no dormir.

Nos besamos bajo una farola que se apagó porque las farolas se encienden y se apagan a mi paso.

Entonces yo empezaba a salir con uno de esos Hombres Supuestamente Interesantes con los que Nunca Volveré a Acostarme (modalidad: periodista de sucesos). Y ahora podría decir que el amor recién estrenado me había hecho fiel. Es como cuando estrenas coche, supongo, que intentas no hacerle ni un rasguño. Aunque, qué sé yo, si no tengo ni carné. Podría decir que le quería tanto que ni siquiera se me pasó por la cabeza irme a un hotel con otro y pasar con él una noche de pasión desenfrenada porque, pobre, este forastero tiene un problema con Barcelona y encima no le gusta dormir solo.

Pero no fue por eso por lo que dejé al forastero -tras un último beso, largo, alcohólico, perfecto- a las puertas de su hotel. No fue por eso por lo que volví a casa sola, no fue por amor ni mucho menos. Lo hice porque creía que tal vez mi Hombre Supuestamente Interesante con el que Nunca Volveré a Acostarme (modalidad: periodista de sucesos) tal vez estuviera esperándome, sorpresa. A veces hacía cosas así. Se presentaba de madrugada con una rosa para que le perdonara por despertarme, y luego me tenía en vela mientras roncaba a mi lado. Cuánto le quise, de todos modos.

En fin, que aquella noche volví sola a casa, y en casa no había nadie, y mi amor recién estrenado no vendría a pasar la noche conmigo, y pasé un buen rato enviándome mensajes con el otro, con mi amante frustrado, preguntándome si tendría que regresar a su hotel y acabar lo que habíamos empezado bajo una farola para dejar de sentir que me arrepentiría el resto de mi vida si no hacía lo que tenía tantas ganas de hacer.

Necesité un cigarro. No tenía mechero ni cerillas. Lo encendí en uno de los fogones de la cocina. Los fogones de la cocina que tenía entonces eran eléctricos.

Amaneció. Mi amante frustrado se fue a Madrid. Estuve viviendo con mi Hombre Supuestamente Interesante (modalidad: periodista de sucesos) durante un año y medio. Todo fue bien.

Aquel muchacho aparecía de vez en cuando. Ahora una presentación en Barcelona, ahora otra fiesta, ahora un SMS esporádico para felicitarme por algo. En estos cinco años nos habremos visto cinco veces. Siempre dedicamos un rato a una copa, a una conversación sobre libros, a algún cotilleo que no hace daño a nadie. Pero a la debida distancia. Apenas unas palabras.

Es guapo, lo sabe y se aprovecha de ello. Es de los que, en vez de despedirse con un abrazo, se despide con “un gran beso”. Cree que todas las mujeres están enamoradas de él porque sin duda habrá unas cuantas que lo estén. Su condescendencia me hace gracia. No llega a ser un chulo ni un fantasma, no es soberbio, ni pedante, ni relamido. Simplemente espera que todo el mundo le adore o algo así, y la estrategia es hacerte sentir como que le has afectado de algún modo. Entiendo que las vuelva locas.

Ni siquiera es verdad que no le guste dormir solo, “supongo que te lo dije para ligar contigo”. Pero, en definitiva, es un tío-bueno con conversación y puede que también sea buen tío, qué más se puede pedir. No sólo porque nuestros padres sean psicólogos y nos tomemos la literatura en serio, también porque somos unos seductores natos y nada nos divierte más que gustar, estaba claro que nos llevaríamos bien.

La penúltima vez que nos vimos -editores y escritores de por medio-, confesé: “Sólo hay una cosa de la que me arrepiento en esta vida, y es de no haberme liado contigo aquella noche que me ofreciste tu hotel”. De eso hace ya más de un año, durante el cual él se ha sentido atraído por una amiga mía y yo he salido con mi Amor Sobre Ruedas, y luego con Tecla Negra y finalmente decidí tomarme un año sabático de hombres.

Hace un par de domingos me llamó. Estaba en Barcelona, ciudad en la que no sabe estar. Fuimos a ver el Atlético de Madrid-Barça en un bar bonito del Born. Hablamos de Alice Munro (según chivatazo sueco, próximo premio Nobel), de Clarice Lispector, Amos Oz, A.S. Byatt, Henry James, Richard Yates, Coetzee y Naipaul.

Hablamos de la vez que cenó con Diego Forlán y se portó como un crío. También de la vez que vio el Atlético de Madrid-Fulham en el único bar húngaro que estaba abierto. Desgraciadamente lleno de ingleses que estuvieron a punto de darle una paliza cuando se le ocurrió pagar una ronda para celebrar la victoria. Tuvo que largarse para no acabar como mi hermano cuando fuimos pequeños, los ojos en blanco y el peso de un cuerpo aplastándole el pecho.

Ganó el Barça. Después del partido, continuamos tomando cervezas en otro bar y yo ya me había puesto enferma. Un catarro que dura hasta hoy. Le pedí un paracetamol al camarero.

Mientras me encendía el único cigarro que me atreví a fumar, volvió a besarme. Igual que hace cinco años, bajo aquella farola que se apagó. 

Cuando llevábamos un buen rato interrumpiendo nuestra conversación con besos delicados y cerveceros, ya en la calle, abrazados y satisfechos como sólo pueden estarlo los que entienden que, pese a todo, todo vuelve a estar en su sitio, preguntó: “¿Tienes novio o algo así?”. Respondí: “No”.

Él se quedó un rato dubitativo y entendí que me tocaba decirle: “¿Por qué me lo preguntas?”. Respondió: “Yo sí tengo una novieta. Bueno, algo así. Ella no sabe si me quiere”. Yo: “Pues qué tonta. ¿Y tú la quieres a ella?”. Él: “Mucho”. Yo: “De todos modos, no sé por qué tenías que decírmelo. No estoy loca, ¿sabes? No soy una acosadora, ni pensaba acribillarte con llamadas o e-mails, no es mi estilo”.

Me adelanté unos pasos, visiblemente ofendida. Él me agarró del brazo: “Perdona, supongo que puede interpretarse así, lo siento, no te lo decía por eso. Me gustas mucho”. Yo: “Eso ya lo sé, pero no era necesario marcar límites, hay cosas que se sobreentienden”. Él: “Me gustaría que mañana desayunáramos juntos”.

Al día siguiente desayunamos juntos. Hablamos del perdón. Según él, entramos en la edad adulta cuando asimilamos el significado de perdonar y cuando entendemos la necesidad de que nos perdonen.

Le comenté que parecíamos los personajes del guión barato de una película americana. Cinco años después.

Luego fuimos a La Central. Él se compró La trilogía de Depford, de Robertson Davies y me regaló La historia particular de un muchacho, de Edmund White. Yo le regalé Hotel de Dream. Y nos despedimos con un acostumbrado "estamos en contacto".

De repente volví a sentirme muy feliz, como cada día últimamente que, pese a estar enferma, sonrío mientras me sueno la nariz. Supongo que el año que viene volveremos a vernos.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Mi año sabático de hombres

(oculté este post que escribí hace unos días porque pensé que podría herir sensibilidades. ahora me temo que ya da igual)

Tras el resultado devastador de mis últimas experiencias, he decidido tomarme un año sabático de hombres. Lo digo muy en serio: no quiero saber nada de tíos. Si se diera el caso poco probable de que conociera al amor de mi vida, tendría que pedirle que esperara hasta el 20 de agosto. Y claro, como sería el amor de mi vida, el muy capullo esperaría. Por lo tanto, lo consideraría un capullo, y supongo que no podría aceptar a un capullo como amor de mi vida.

Hasta hace dos días, lo llevaba bien. Estaba intelectualmente preparada, emocionalmente convencida. Pero, ay, he descubierto que las mujeres (al menos las satisfechas) a menudo olvidamos una parte que para los hombres por lo visto es esencial. Yo creía que, si controlabas tu cabeza y tu corazón, estaba todo resuelto. Mecagüenlaputa. Reconozco que ayer empecé a sufrir.

Entonces me dije: ya está, voy a conectar el chat de Facebook, que no he conectado nunca porque de mis 1.367 amigos en realidad sólo conozco a doscientos. 

Transcurridos diez minutos, un italiano me llamaba bella y me invitaba a Milán, un granjero me presentaba a sus vacas y me mandaba canciones bonitas por spotify, un amigo se partía de risa con la crónica en directo que iba apuntando en su ventanita, otro amigo se ponía enfermo por culpa de mi decisión, y un tío bueno (pero que muy bueno) me daba su número para que un día de estos vayamos a tomar unas birras.

Me sentí muy afortunada y, con el ego por las nubes, fui a una fiesta en la plaça Reial, típico antro mal ventilado, lleno de humo y con una acústica feroz. O sea: genial. Ahí estábamos todos, de regreso tras las vacaciones. Conciertos de Mujeres y Pelea, mucha cerveza y un gintónic con pepino y fresas. Fue muy divertido, hablé por los codos, dije un montón de tonterías y me sentí muy feliz, exaltación de la amistad y todo eso.

Tal vez a raíz de esa misma exaltación, mis amigos me abandonaron, y acabé en la barra mediotonteando con alguien que no voy a poner quién es porque ayer, entre otras cosas, descubrí que algunas personas muy cotillas han descubierto este blog. Luego me fui alegramente con mi iPod.

Cuando, de repente, un chico me detuvo en Las Ramblas. Lo había conocido en el bar. Bueno, él me reconoció a mí, era uno de esos milnosécuántos amigos de Facebook que no tengo puta idea de quiénes son. Él tío es jovencito, muy majo, pero estaba flipado porque cree que soy famosa. Se puso a llover a cántaros y tuvimos que refugiarnos en un portal, y supongo que el tío debió fantasear con cosas algo así como románticas porque decía: "Qué fuerte, estoy contigo en un portal". O: "Joder, nunca hubiera imaginado que acabaría la noche con una famosa". Y dale. 

Le dije que no sé qué entendía él por ser famoso, pero que se estaba confundiendo de persona o de concepto o qué sé yo. Menos mal que pasó un taxi y lo pillé y me fui corriendo a casa. 

En el chat de gmail me encontré al amigo que se había puesto enfermo por culpa de mi decisión y al chico con el que había mediotonteado en la barra. 

Mi amigo me contó que había quedado con una chica y que, al volver solo a casa, se habían visto en el chat y a él le apetecía estar con ella carnalmente no sólo virtualmente. Así que habían vuelto a quedar y echaron un bonito polvo.

Tras reprocharme que me hubiera ido sin despedirme, el chico con el que había mediotonteado en la barra del bar me hacía una propuesta similar. Apagué el ordenador inmediatamente, para que no pensara ni por un momento que había leído su proposición. Espero que lo haya olvidado porque si no, la próxima vez que nos veamos será raro.

En fin. Me parece que esto del año sabático va a ser más complicado de lo que creía.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Losers Night




Conocí al primo de Peter Pan en tercero de carrera. Yo le pasaba los apuntes de Portugués porque él no iba nunca a clase, y también se apuntó a Francés porque estudió en el Liceo, su madre es gabacha y, en fin, pensó que así se aseguraba la matrícula, pero no. (El otro día, por cierto, encontré una redacción que escribí en la lengua de Pessoa. Ponía que su madre vendía aspiradoras, pero ignoro si eso lo inventó él, lo inventé yo, fue un error de traducción o simplemente es cierto).

Conocí al primo de Peter Pan en el bar de la facultad mientras me comía un bocadillo de queso y él estaba un poco enamorado de una chica que cayó enferma, leucemia, y que posteriormente murió.

Y luego yo también le gusté un poco y no me morí y, aunque por entonces salía con un chico mallorquín trece años mayor, besé al primo de Peter Pan en la boca, y algunas noches dormí con él, pero nunca pasamos del inocente magreo que corresponde a dos niños que lo siguen siendo por puro empeño y con el tiempo en contra.

El primo de Peter Pan se convirtió en uno de mis mejores amigos. Coincidimos en París, la novia que tenía entonces cumplía años el mismo día que yo. Recuerdo que ella no estaba en París ese día, y que el primo de Peter Pan se quedó en París conmigo, y que volvimos a besarnos tiernamente en los labios antes de que yo le apartara también tiernamente pero con un rotundo "no".

La novia que tenía entonces se casó con otro. El primo de Peter Pan lo pasó muy mal por culpa de la incredulidad y porque estaba seguro de que se quedaría solo para siempre, y al primo de Peter Pan le asusta la soledad. Quiere tener hijos.

Luego salió con un pez. No era un besugo, era un pececillo de río, que se movía con gracia y tenía los ojos muy grandes y muy mala memoria y un poco de mala hostia también.

Cortó con el pez. El pez se instaló en el piso de enfrente. El primo de Peter Pan volvió a pasarlo muy mal porque, cada vez que follaba, oía los gemidos de su pez a través del patio de luces y tampoco era plan.

El primo de Peter Pan siempre ha sido un loser, hasta que descubrió que los losers estaban de moda. Entonces se recreó en el papel de sí mismo. Empezó a ligar. Entre sus conquistas: una francesita de diecinueve años que iba tan rigurosamente depilada y tenía una imaginación sexual tan desarrollada que el primo de Peter Pan se acojonó. Ahí, en bolas, en la cama. Por lo que tengo entendido, los gatillazos suelen ser humillantes. Lo dicho: un loser total.

El otro día, el primo de Peter Pan y dos amigos suyos pasaron a buscarme en taxi. Querían que fuéramos a la terraza del hotel Wela para comprobar si es fácil pillar cacho. El hotel Wela es una horterada que construyó Ricardo Bofill, petada de guiris pijos y viejas con pasta. A los amigos del primo de Peter Pan los conozco desde hace siglos.

Komodo es el típico chico alto, guapo, muy interesante, que estudió telecos y bellas artes a la vez, un poco histriónico, que sólo sale con chicas espectaculares y raritas, y que suaviza su simpatía con una actitud borde-paternalista encantadora.

Él también vivió una temporada en París y vendía crêpes, dulce bohemia. Antes estudió en la escuela de cine de Cuba y ahora es director de fotografía. Su problema es que a veces no se ducha y jamás se pone desodorante. Eso no merma ni un ápice su éxito.

The Gap es conductor de metros. Nos conocimos en el barrio de Gracia, una noche que, con todo lo borracha que iba, se me ocurrió chutar a puerta en un partido que se disputaba en la plaza del Sol. Espera, espera, que voy. Balón parado. Mi pie apenas lo rozó, del impulso caí de espaldas golpeándome la cabeza. Lo más interesante es que no derramé ni una gota de mi cerveza, servida en vaso de tubo.

The Gap dijo estar muy preocupado por mí, tal vez yo tuviera una conmoción cerebral. En tal caso, podría morir durante la noche. Se ofreció a pasarla conmigo, por si me ocurría algo, y le contesté que sí, que claro, no me apetecía morirme.

Pasamos la noche juntos, no sucedió nada, y al día siguiente me invitó a comer una paella en Sitges. La putada es que se tomó la libertad de volver a casa después, supongo que pensó que sería algo así como un try again.

Antes de que me invitara otra vez a comer, a la mañana siguiente le propuse que fuera a comprar croissants mientras yo preparaba el café. Cuando regresó, no le abrí la puerta.

No había vuelto a verlo desde entonces. Han pasado diez años.

Situación en el taxi: Komodo me pregunta, muy alterado, si a las mujeres nos gusta que se corran en nuestra cara. "Es que éstos dicen que es lo normal, que si no te corres en su cara estás acabado". Les pregunto si lo hacen a traición o avisan antes. El taxista flipa.

Sobre todo cuando el primo de Peter Pan y compañía se refieren al gesto en cuestión como facial-lotion.

Ni siquiera alcanzamos el ascensor del hotel Wela, está prohibido subir a la terraza en chanclas y/o hawaianas, calzado que, evidentemente, lleva el primo de Peter Pan, menudo loser.

Vamos al barrio del Born. Diez chicas holandesas toman mojitos con un señor rico pakistaní. Mis acompañantes no se atreven a acercarse, tal vez estar tomando cervezas de la marca servesa-bier-amigo no resulta muy seductor.

Pero bueno, aprovecho que el señor pakistaní ha entrado a buscar más mojitos para pedirles una foto a todos juntos, a ellas y ellos. Las holandesas están encantadas y el espejismo dura una hora, más o menos, en la que hablamos animadamente de todo y de nada, que es de lo que se trata.

De repente, el señor rico pakistaní pasa un brazo alrededor de la cintura de la más buenorra de las holandesas y las demás siguen a la pareja sin despedirse. Todas menos una, muy maja, que empieza a repartir besos fugazmente a todo el mundo cuando, sin aviso previo, la buenorra la agarra del brazo, la arrastra y, contestando a algo que ha preguntado el señor rico pakistaní, dice enfadada: "Not friends at all". Desaparecen.

El primo de Peter Pan y sus amigos se sienten especialmente perdedores. Ligo por ellos con una portuguesa y llega su amigo. Ligo por ellos con unas porretas que se sientan en la calle. Una de ellas nos alcanza luego y le pide el teléfono a Komodo.

Acabamos en uno de esos antros al que sólo llegan los solteros y en mal estado. Pese a todo lo que me he bebido, estoy demasiado lúcida para aguantar esto. El primo de Peter Pan dice: "Nadie se va de aquí sin haber besado antes a alguien". Le planto un beso en los labios.

Me largo.

Aunque me he divertido mucho, estoy profundamente deprimida. Vuelvo a casa caminando mientras se despiertan los pájaros. En mi iPod, Yo La Tengo canta Almost True.