viernes, 20 de julio de 2007

El Pato Encadenado

He contado dos veces la historia de la calle de París por lo siguiente: una de ellas representa lo que pasó, y la otra, lo que le conté a Ramón Chao.

Después de dudarlo mucho, un día me decidí a llamarle desde una cabina. "¿Desde dónde me llamas?", preguntó. "Desde una cabina", contesté yo. "Pero, ¿dónde está esa cabina?", volvió a preguntar. "En el Boulevard Raspail", respondí entonces. Recuerdo el Boulevard Raspail como un sitio con árboles en el que, una vez, una mujer extrañamente amable me vio muy despistada mientras intentaba entender un mapa y me ayudó. Con el tiempo he entendido que en realidad debí imaginarlo.

Bien. Ramón Chao me citó en la radio la misma tarde que lo llamé, y al verme preguntó: "¿Cómo has llegado hasta aquí?". Le respondí: "En metro". Insistió: "Sí, pero, quién te ha dado mi teléfono". Y entonces le conté lo de la calle y de Montmartre y de la bici y un chico y las escaleras del Sacré Coeur y una nota con un número de teléfono al que no me atrevía a llamar. Cuando acabé, Ramón Chao me miró con ojos como platos y dijo: "¿Sabes que me encantas?". Pero en realidad no es que me estuviera mirando con ojos como platos, sino que me miraba las piernas, porque llevaba falda.

La cuestión es que durante unos días fuimos amigos, y me llevó a una fiesta pija para celebrar noséqué aniversario de Le Canard enchainé, que es un periódico satírico como El Jueves y que, como El Jueves, se publica los miércoles, pero que, a diferencia de El Jueves, no lo secuestran. Pero bueno, yo era consciente de que, aunque en esa fiesta conociera a los mejores periodistas franceses, nunca me aceptarían como una más de ellos, porque en realidad era pobre, y no era francesa, y lo único que les interesaba de mí era verme las piernas, porque llevaba falda. En cualquier caso, comí como nunca más comí en París, y bebí los mejores vinos y me paseé por los jardines y me emborraché un poco y lo pasé muy bien. Menos cuando Chao padre me habló de sus Chaos hijos, uno de los cuales le había dicho "chao-chao", pero no puedo deciros quién.

Ramón había tenido una embolia, y le daba miedo sentarse al piano. Le acojonaba no hacerlo bien.

Por aquellas fechas, cumplí cinco años menos de los que tengo ahora, la familia que me prestaba su chambre de bonne me regaló un viaje a Londres y Ramón Chao, al saberlo, me dijo que llamara a unas amigas suyas que luego resultaron estar como cabras. Lo cual, teniendo en cuenta que mi tía era una yegua, no estaba nada mal.

En términos narrativos, diríamos que todo lo escrito hasta ahora enlaza con una tarde en la que me encontraba en la casa de mis sueños en Ascot. Habíamos ido hasta donde corren los caballos para ver si es cierto que los jockeys son pequeños. Y en efecto, lo son, porque le dan tanto al caballo que no crecen. Al verlos, las hijas-hermanas de mi tía los adoptaron, y les pusieron toda la ropa de bebé de una marca que forma parte de la misma casa de Pringles y Schweppes. Hasta que, claro, los jockeys se cansaron de tanta camisita y tanto camesú, que no sé lo que es pero que queda muy de muñeco Nenuco.

En fin, que después de todo eso, le dije a la yegua de mi tía que iba a hacer una llamada. Marqué el número que me había dado Ramón. El teléfono dio señal. Y al quinto tono, alguien al otro lado contestó chillando algo que no entendí, pero que no era "Happy Jubilee", sino más bien: "England World Cup!", o algo parecido. Entonces pensé que estos ingleses son una panda de gritones.

"Hello", empecé a gritar yo también, "I'm calling from... well, I'm a Ramon Chao's friend... may I speak to... Happy Jubilee!!!". Al otro lado, quien había contestado dijo en un perfecto castellano: "Ah, hola, ya nos dijo Ramón que llamarías. Pero no nos dijo que fueras monárquica. Claro que ser monárquico en España es un poco patético, con lo drogata que es Marichalar, y lo ninfómana que es su mujer, y lo deprimida que está vuestra reina por culpa de los cuernos que le pone el rey, encima tenéis un príncipe que es maricón perdido. Menos mal que Cristina se casó con un tío parecido a él para que sea Urdangarin quien le haga los hijos a la persona que se case con Felipe, sea quien sea. ¿Cuándo dices que te istalas en casa?".

Al día siguiente volvía a estar en un tren cochambroso. Y me dirigía, sin saberlo, a la casa de las locas.

El Jueves, secuestrado


Acaban de secuestrar El Jueves. Bueno, no es un día de la semana demasiado importante. Es un día bastante duro, la verdad, porque está muy cerca del viernes pero todavía no es viernes, y la verdad es que toca un poco la moral. Pero, en fin, el problema es por qué lo han secuestrado.

Iba él tan tranquilo y provocador como siempre con su portada, salió el miércoles de su casa para no llegar tarde a trabajar. Y a alguien no le gustó cómo iba vestido. Hay que decirlo, a veces El Jueves se pasa de vulgar. En esta ocasión llevaba una camiseta estampada con un chico que podría ser el Príncipe dándole por culo a una chica que podría ser Leti mientras le dice: "¿Te das cuenta? Si te quedas preñada ¡esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!". La camiseta lleva el slogan: "¡Se nota que vienen elecciones, ZP! 2.500 euros por niño".

Bueno, en realidad el príncipe no le da por culo a Letizia, porque por el culo no podría fertilizarla. De hecho, ya le costó conseguir que se quedara embarazada por el conducto habitual. Así que lo más probable es que ni él sea el príncipe, ni ella, Letizia.

En cualquier caso, resulta inadmisible que secuestren un día de la semana sólo porque Letizia se ha visto representada y le parece que la han dibujado con el culo demasiado gordo. O a lo mejor es porque Felipe cree que el de la caricatura es él y no le gusta que le hayan puesto michelines-flotador. No sé. Son demasiado egocéntricos.

La cuestión es que la polizía va de kiosco en kiosco, retirando El Jueves del mercado, quitándonos la libertad para salir esa noche de la semana, que es la mejor noche para salir porque no hay tanta gente como los viernes y los sábados. Lo que no sé es qué hacen los agentes luego con tantos jueves, porque lo cierto es que el jueves no es el mejor día de la semana como para ir acumulándolo.

En fin. Con la revista venía un suplemento de los 60 gilipollas de la semana. Curiosamente, entre ellos no está el juez Del Olmo, que es quien ha mandado retirar 'El Jueves' del mercado.

Una calle de París

Una vez me medioenamoré de un escritor. Nada grave. No es que escribiera especialmente bien, ni que su única novela fuera impresionante, ni que (al menos yo lo supiera) fuera rico. Pero en la solapa de su único libro salía bastante guapo, y busqué sus datos en las páginas blancas internacionales e internautas, y vivía en una calle de París, como la canción ésa de Duncan Dhu que empieza con un silbido a lo Silver. O no, o esa era otra canción, pero da igual.

En fin, estàbamos en que yo me había medioenamorado de un escritor porque salía guapo en la solapa, y también estábamos en que me fui unos meses a vivir en París, sin acordarme de que me había medioenamorado de un escritor que también vivía allí. Me instalé en lo que ellos llaman una chambre de bonne, que quiere decir "cuarto de la criada", y que nosotros llamamos buhardilla que suena más bohemio supongo que porque tiene una h intercalada.

En cualquier caso, donde vivía yo era un cuarto de criada, y no una buhardilla, porque las buhardillas tienen algo de bucólico, o entrañable, o algún adjetivo. Y en ese cuarto donde vivía yo no cabían ni los adjetivos. Era una mierda sin ningún encanto, con una cama, un armario que se caía a trozos, una nevera que me despertaba por las noches, una mesa y una silla que apenas aguantaba mi peso y nada más, todo amontonado en unos cuatro metros cuadrados. Eso sí, mi cuarto de criada tenía vistas a la Tour Eiffel, pero para verla tenías que ponerte de puntillas.

Yo, de bohemia, tenía los bolsillos. O sea, vacíos. Y es que para abrir una cuenta corriente en París antes tienes que demostrar que estás pagando tus facturas domiciliadas. Pero claro, no puedes domiciliar tus facturas sin tener antes una cuenta corriente.

Así que, como no tenía dinero, me dediqué a hacer una de las dos únicas cosas que se pueden hacer gratis en París: meterme las manos en los bolsillos de bohemia, y pasear.

En uno de esos paseos, llegué a Montmartre. Estaba dando una vuelta por detrás de Sacré Coeur, cuando de repente, el nombre de una calle me llamó la atención. "Pst, pst, oye", me dijo el nombre de la calle, "¿te acuerdas de mí?".

Era la calle donde, un año atrás, había visto que vivía el escritor del que me había medioenamorado. Era una calle bonita, vacía y que recuerdo blanca, aunque debía ser gris. Me dijo: "Ya tenía ganas de conocerte, creo que nadie se ha fijado tanto en mí como tú. Si hasta me consta que has buscado información sobre toda mi vida en Google". La calle se sentía muy orgullosa y estaba contenta. Mientras la recorría, esperaba ver salir al escritor de la solapa desde cualquier portal, eso era lo que la calle me debía. En cambio, me topé con un hombre que iba de chico y que iba en bicicleta.

Normalmente, cuando un tipo de ésos se dirigía a mí ("ça va?", te preguntaban y luego se ofrecían a acompañarte), yo solía contestarle: "Non, ça va pas du tout". ¿Por qué no, ma belle?", insistían ellos. "Pues porque vengo de enterrar a mi madre, estoy embarazada y tengo sida", respondía yo. Y así me dejaban en paz.

Pero esta vez había algo literario en el encuentro, la calle me había puesto de buen humor, y cuando el hombre que iba de chico en bicicleta me preguntó si era americana, le contesté que no. Y eso fue suficiente para iniciar una conversación.

Nos sentamos en la escalera de Sacré Coeur, y me contó que el americano era él, que era artista, que acababa de abrir una galería en Barcelona. Le conté que yo había sido periodista en otra vida que también transcurrió en Barcelona, pero que en París era simplemente pobre, y que era muy duro ser pobre, pero más duro había sido ser periodista. Algo así.

Entonces se me quedó mirando un rato largo, y tuvo una idea: "¿Quieres llamar al padre de Manu Chao? Manu es quien me alquila los locales en Barcelona, y su padre Ramón es director de una radio, quizá pueda darte trabajo". Me tocó mirarle un rato largo yo a él y finalmente acepté.

El artista americano vivía en la misma calle del escritor del que me había medioenamorado, en un piso envidiable (nada que ver con mi puto cuarto de criada) con vistas al Sacré Coeur. "Es curioso", me dijo el artista americano mientras íbamos hacia su piso envidiable, "hace nueve años iba por esta misma calle en bicicleta, como hoy, me encontré con una chica catalana como tú, la invité a tomar un café, al cabo de un mes salíamos juntos, y el mes pasado se fue, nueve años más tarde".

"Es curioso", respondí yo, "que nos hayamos encontrado en la misma calle después de tanto tiempo, que yo no sea catalana y que no vaya a subir a tu casa; supongo que es una cuestión de simetría, redondeada nueve años más tarde".

El artista americano subió solo a su piso perfecto y vacío, bajó con el teléfono de Ramón Chao apuntado en un papel. No nos hemos vuelto a ver.

Hace unos días, el artista americano aparecía en un diario, en su galería de Barcelona. Han pasado cinco años desde aquel encuentro. No recordaba sus rasgos, pero sí nombre. También recordaba esta historia por la que, unas semanas más tarde, Ramón Chao se medioenamoró de mí.

Han pasado cinco años desde aquel encuentro. Quizá dentro de cuatro tú irás por esa calle y me encuentres. O tal vez será él quien te detenga un momento desde su bicicleta.

miércoles, 18 de julio de 2007

Horas muertas

Hace un rato, estaba esperando algo, cuando de repente, ha aparecido una hora muerta. Tenía muy mala pinta, con los minuteros sanguinolentos, le apestaba el aliento, y le había crecido mucho el pelo, también las uñas. Hablaba raro, con un acento a lo Rosana que no había quien lo entendiera.

No sabía qué decirle, si "a buenas horas", "mangas verdes", o "menudo horario tienes, cabrona".

Ella ha empezado a hablar de esa manera tan extraña que tienen las horas muertas, arrastrando el tiempo. Y entonces he entendido que, en vida, había sido una hora menos. Pobre, me he dicho, eso debe ser muy malo para el ego, ser una hora menos, porque tienes la impresión de que siempre vas por detrás.

Además, si fue una hora menos, y ya estaba muerta, significa que murió joven.

Me ha dado un poco de pena, la hora zombie ésa que había sido una hora menos cuando estaba viva. Pero, más allá del aspecto meramente emocional, cabe decir que era un poco coñazo, la tía. Porque, si bien es cierto que al principio ha intentado contarme algo con su acento canario, luego se ha sentado a mirarme sin hacer nada. Claro, al verla ahí, con tan mala pinta, me daba noséqué hacer cualquier cosa. Además, yo simplemente estaba esperando algo.

Así que las dos nos hemos quedado así un buen rato, sin mirarnos siquiera. Ella cada vez olía peor, y su peste apestosa me iba poniendo nerviosa. Tenía muchas ganas de que viniera un segundero tuneado y la atropellara y la dejara hecha pedazos. Pero no ha venido ningún segundero veloz ni nada.

Luego por fin ha pasado lo que estaba esperando. Y la hora muerta se ha ido.

viernes, 13 de julio de 2007

La extinción de los mediocres

El tío es un cutre de cuidado. Me fichó como redactora estrella porque sabía que soy capaz de acercarme a la Casa Fuster justo la noche que Woody Allen está destrozando el jazz. Sabía que soy capaz de decirle a Woody: "Hey, Woody, I need a scoop". Sabía que soy capaz de sacarle una exclusiva a Woody, como que siembra hijas adoptivas en el jardín de su casa para luego poder casarse con ellas, o que se llama así porque su madre era fan de las películas de Ed Wood. Por eso me fichó, porque soy como Scarlett Johansson pero a lo periodístico, una musa tal vez en excedencia.

Ahora el hombre se ha vuelto loco. Nunca pongas a un hombre en el poder, se vuelven locos. Sólo hay hombres en el poder, y las mujeres pueden tener ataques histéricos, pero no se vuelven locas. Los hombres pierden la cabeza porque no tienen ni idea de lo que es la capacidad de liderazgo. Los hombres no saben mandar. Se ha vuelto loco porque sí, porque no hace falta perder el tiempo intentando averiguar por qué se vuelven locas las personas, sobre todo los hombres. Se ha vuelto loco por cualquier cosa, en cualquier caso no por mí, a mí me odia.

Me fichó como redactora estrella y ahora me pone a limpiar el váter de la redacción.

Encima, no me paga. "Necesito que me hagas un favor", gimotea. Mi jefe. Hombres al poder. Puto asco.

Le digo: No estoy aquí para hacerte favores. Pero llevo encima la bayeta, o la fregona que le he tomado prestada al señor Fregono. Le digo: esto es un trabajo, nada es gratis, las cosas no se hacen por favores, sino por dinero. Pero no sé por qué ya estoy de rodillas limpiando las baldosas.

Puto asco. Creo que se le llama responsabilidad. Hasta cuándo. La responsabilidad está muy mal pagada. Nos sale muy cara, maldita responsabilidad.

Entonces lo decido. Escribo mi carta de dimisión. La carta de dimisión dice: "Ahí te pudras, gilipollas, que te den. Que os den a todos, a todo el mundo". Luego voy al e-mail y escribo un mensaje de ésos que tal vez se confunda con el spam. Un correo masivo. Asunto: "Me voy de este curro porque es una puta mierda".

"Queridos todos y todas", dice el mensaje: "Queridos todos y todas: No voy a poner eso de que dejo el trabajo por razones personales y el rollo consecuente. Me largo porque estoy harta. Me voy por lo mismo que se han ido cuatro compañeros míos este mismo mes: esto es una casa de putas y ha llegado el momento de que se salve quien pueda. Trabajamos con un déspota que nos paga una miseria, mentiroso, tirano y cobarde, chulo, machista y carapán, que no hace falta que os describa con detalle porque lo conocéis todos. En los últimos dos años y medio me habéis preguntado a menudo cómo coño lo soporto. Pues bien, ya tenéis una respuesta: no lo soporto más. De modo que: los imbéciles, o trepas o insensibles, ya sabéis que queda una plaza libre. Los demás, si quereis ficharme, ya véis cómo soy: intolerante con las injusticias, exigente y deslenguada. O sea, una auténtica profesional. Los periodistas no deberíamos ser de otra manera.

PD. Los de la competencia: estoy dispuesta a cantar".

Como vivo en un país de cobardes, todos me han borrado de su lista de contactos. Evidentemente, la carta se ha quedado en la bandeja de spam.

sábado, 7 de julio de 2007

Fe de errores

Inglaterra es un lugar extraño. Por ejemplo, Wimbledon es el único lugar del mundo donde la gente exclama oooohhh, cuando la bola le da a la red en un partido de tenis. Ahora mismo, en el partido de Nadal contra Djokovic, cada vez que la pelota le da a la red, se oye ooooohhh. Pero que la bola le dé a la red no tiene nada de particular, ni de extraño. Dejémoslo en que los ingleses flipan por cualquier cosa. Evidentemente, también flipan con Nadal, que es como el Madrid. No sólo es madridista, sino que, además, siempre acaba ganando cuando parecía que iba a perder. Gana gracias a la derrota de los demás.

Bueno, yo estaba en Inglaterra, pero no en Wimbledon, que no sé ni dónde cae; desde luego no cae en la red, porque mi viaje era sin red, y porque si hubiera caído en la red todo el mundo hubiera exclamado oooh, y lo único que exclamaba la gente era Happy Jubileee. Estaba en algún lugar de Ascot, en un coche con dos niñas y una mujer con cara de caballo, de camino a la casa de mis sueños.

Sólo he soñado con dos casas en mi vida. Una estaba cerca de donde estaba mi colegio, allí en Palma. Era una casa en la que las persianas siempre estaban bajadas, y sólo se veía luz en las ventanas que daban al sótano, y por todo eso, que era tan raro, esa casa daba mucho miedo. Una noche soñé que la casa se incendiaba, y unos días más tarde explotó un coche bomba justo en frente.

De la otra casa con la que soñé no me acuerdo.

Lo que sí recuerdo es que, cuando vi la casa de mi tía lejana, casi me da un coma de la impresión; hice lo mismo que hacen los ingleses cuando ven cómo la pelota le da a la red, y pensé: coño, esta es la casa de mis sueños.

No la describiré porque las descripciones son un coñazo, pero era impresionante. Mi habitación, que ocupaba la planta más alta, tenía un montón de ventanas que daban al bosque, y en el cuarto de baño, individual e intransferible, los potingues de la eterna juventud se acumulaban en el grifo y el jacuzzi. De hecho, cuando bajé a cenar, mi tía se sorprendió mucho al preguntarle yo si sus hijas no ceneban con nosotras. "Mis hijas?", respondió escandalizada, "¡No son mis hijas! ¡Son mis hermanas!". Los potingues de la eterna juventud las había conservado con 10 y 7 años, respectivamente, cuando en realidad tenían 23 y 19.

En fin, luego descubrí que el marido de mi tía es el fedatario de la superempresa que lleva todo lo de Schweppes, las patatas Pringles, Nenuco, y no sé qué más porqueyolovalgos. O sea, es un tío que cobra por dar fe de todo lo que firma esa superempresa.

Dar fe puede parecer algo muy fácil, pero no lo es, porque para dar fe, antes tienes que tenerla. Pero tienes que tener mucha, mucha fe, porque si no tuvieras mucha fe, cada vez que dieras fe, perderías un poco, y te quedarías sin. Y si te quedas sin fe, pues ya no puedes ser fedatario y te echan de la superempresa.

Bueno, el marido de mi tía tenía tanta fe que hasta se compró una planta de curry y la puso en la cocina para poder preparar pollo al curry por la noche. Es ese tipo de persona.

A veces tendemos a pensar que el propietario de la casa de tu vida tiene que ser, necesariamente, el hombre de tu vida. Pero nos equivocamos, porque el Palacio de Marivent es la ostia y a mí el rey no me mola nada. Un momento, ahora que lo recuerdo, el Palacio de Marivent no pertenece a la monarquía, sino a todos los mallorquines, pero el rey ése nos lo robó.

En fin, da igual. No, no da igual, pero estaba hablando de otra cosa: el marido de mi tía no era el hombre de mi vida porque en aquel entonces yo estaba enamorada de otro hombre. Se sabe que estás enamorada por lo siguiente: a ti te parece que el tipo con el que sales está un poco gordo, pero sabes que con 10 kilos menos estaría superbueno y perfecto. Entonces esperas que adelgace, y esa espera es una prueba de amor.

Sucede lo mismo que con el marido de mi tía y su planta de curry para hacer pollo al curry: fe es amor. O eso dice dios, creo.

Al final, transcurrido tres años, el tipo del que te enamoraste no ha adelgazado 10 kilos, sino que ha engordado otros 10. Pero eso es porque el amor sólo dura tres años, según un francés que se llama Beigbeder.

Un buen día descubres que él también estuvo contigo durante tanto tiempo porque, secretamente, esperaba que te crecieran las tetas.

miércoles, 4 de julio de 2007

Happy Jubilee!




Soy alérgica a los niños. No es nada personal, hay gente que es alérgica a la leche y eso no quiere decir que no le guste la leche, simplemente que, cuando bebe leche, tiene una reacción alérgica. Yo no bebo niños, ni siquiera me los como, porque me dan asco. Hay viejas de iglesia con el pelo lila que ven a un niño y dicen: "Es que me lo comería". No es mi caso. Las viejas de iglesia con el pelo lila de mi época me retorcían las mejillas y decían: "Ay, qué mona". Y no soy alérgica a las viejas de iglesia con el pelo lila. No me gustan, pero no soy alérgica a ellas. Tampoco soy una puta mona, como ellas decían. A los niños sí que soy alérgica, y me dan urticaria, pero no es mi culpa.



Cuando por fin llegué a Ascot con el tren cochambroso, nadie había ido a buscarme, así que me metí en una tetería. Es lo que tiene Inglaterra: nuestras cafeterías son teterías para ellos. Y nuestros bares son sus pubs. Y el bar Pepe de toda la vida es su bar Collins de toda la vida. Y un pub, allí, no es un sitio donde quedas con las putas y con las amantes en secreto, y te morreas y te metes mano. Allí un pub es un sitio más o menos normal donde puedes pedirte pintas de Guinness más o menos hasta las once de la noche.


No eran las once de la noche; serían más o menos las cinco de la tarde, la hora del té. Entré en una tetería, saqué mi cuaderno (que es la versión rústica de estos blogs) y garabateé algo que he olvidado. Escribir, escribo. Pero sólo vosotros perdéis vuestro valioso tiempo leyendo lo que he escrito. Yo nunca lo haría.


En fin. Pedí un green tea, o algo parecido, un red tea, o un black tea, algo que supiera qué estaba pidiendo, y los colores en inglés más o menos los domino, por eso tenía que pedir el té de algún color, verde, o rojo, o negro. Y entonces, de repente, empecé a oír bocinas en el exterior.


Eso, en Ascot, es muy raro. Nadie hace sonar el cláxon a no ser que haya pasado algo muy importante, como que el caballo ganador de las carreras se haya roto una pata, o que alguien haya tenido la desfachatz de presentarse con una sombrilla fucsia cuando llevaba un sombrero amarillo. Eso es lo suficientemente grave como para hacer sonar la bocina del coche. Pero miré por la ventana de la tetería, para averiguar quién montaba ese escándalo, y cuál no fue mi catarsis cuando vi a la mujer caballo acompañada de dos potros.

Mierda, me dije, mi tía lejana se ha puesto a parir. Y eso que no sé lo que significa catarsis.


Efectivamente, los potros eran sus hijas: arrogantes como los ingleses, paletas como los belgas y niñas como los niños. Me entraron todas las alergias a la vez. Se me hinchó la cara y se me hubieran hinchado las pelotas si hubiera sido un tío, pero no lo soy. El orgullo tampoco se me hinchó. Tomé aire y me metí en el coche. Las niñas estaban encantadas de conocerme y no paraban de hacerme preguntas en inglés de ésas que todos aprendimos en el cole: What's your name, what's your favorite song, how old are you, do you know spice girls. Entendí que son los únicos temas de conversación que tienen en ese país. Y que por eso nos enseñan esas preguntas esenciales.

Por alguna razón que se me escapa, caí en Inglaterra justo en el Golden Jubilee. O sea, cuando la reina cumplía 50 años calentando el trono. Menudo restreñimiento.

Por una razón todavía más extraña, todo el mundo estaba empeñado en celebrar ese estado que hubieran resuelto unas sales o un bote de Osifar o cualquier laxante similar. Por la calle, la gente gritaba sin venir a cuento: JAPI IUBLIIIIII. Pero yo no estaba en la calle, sino en un coche, rodeada de mi tía-caballo y sus hija potras, de camino, sin saberlo, a la casa de mis sueños.