miércoles, 31 de octubre de 2007

La secta de la perra

Hoy me ha pasado algo muy específico. Me estaba comiendo un taco mexicano con un guacamole de color escatológico, cuando, de repente, un reservista me ha definido. En realidad no sé qué es un reservista. Creo que es una persona que obliga a las demás a que tengan reservas. Pero no sé si son reservas de despensa, en plan llega una guerra nuclear. O más bien reservas en plan "oye, mejor córtate y resérvate eso para ti".

A veces puedo ser un poco deslenguada, expresión extraña que quiere decir lo contrario de lo que dice. Deslenguado: no tiene lengua. Por lo tanto, no puede hablar. ¿Por qué se llama deslenguado al que habla demasiado? Tal vez porque su lengua se ha independizado y dice lo que le da la gana. Como el catalán. O el vasco.

Bien, sea como sea, estaba comiéndome un taco mexicano, cuando el reservista ha soltado: "Lo que pasa es que eres una post-cínica". Toma ya. Nunca me habían definido con tanta precisión. Claro que los reservistas, donde ponen el ojo, ponen la bala. Si no, ya me dirás tú para qué sirven. Pues para atinar y no errar el tiro. Pero bueno, en cualquier caso, no tengo ni puta idea de lo que puede significar post-cínica.

Seguramente debo ser la primera post-cínica de la historia. Ni siquiera tengo claro si va con guión o sin él. ¿Post-cínica o postcínica? Lo que he entendido es que tengo un cometido. Debo crear una filosofía, o un manual, o algo (lo que sea!) que defina mi naturaleza.

Junto al reservista había un argentino que no lo puede evitar. Y claro, ha empezado a hablar de psicoanálisis o de psicología, o de cualquier cosa que empezara por psi, que es una letra griega. De hecho, él hablaba de la secta del perro, o del perro sectario, algo parecido.

He interpretado que se refería al perro de Pavlov, que era un perro que segregaba saliva o jugos gástricos, o una guarrada de ésas, cada vez que sonaba un silbato. Entonces me he preguntado qué coño tendrá que ver segregar saliva con ser una postcínica. O post-cínica. Es más: ¿qué sentido tiene que un perro monte una secta con otros canes que segregan saliva?

Me daba vergüenza preguntárselo al argentino, pero lo he hecho. Craso error. Nunca preguntes a un argentino, salvo que no tengas nada que hacer en toda la tarde. El hombre se ha puesto a hablar de Diógenes. Y he flipado, porque no entiendo qué tienen que ver el cinismo, el postcinismo, los perros, las sectas y mis tacos mexicanos con el hecho de acumular basura en casa.

En fin, ahora resulta que soy una cosa que no sé lo que es, pero que me define a la perfección. Es más: soy la primera respresentante de la historia de la humanidad de lo que soy. Acojona un poco, todo sea dicho, porque tengo una responsabilidad muy grande. Pero bueno, me colgaré la etiqueta (al final de este post), y marcaré tendencia.

Tiembla, House, tú sólo eres cínico. Yo estoy más allá.

domingo, 28 de octubre de 2007

Memhora de más

Ésta es una noche vieja porque tiene una hora más que las demás. Y cuantas más horas, días, meses o años tienes, más viejo eres. Por eso no entiendo que se llame "noche joven" a las noches largas. En realidad, cuanto más larga sea tu vida, más viejo serás. Por lo tanto, las noches largas son mayores que el resto. Tampoco entiendo por qué la nochevieja va vestida así, en conjunto, nochevieja, pero ésta es otra cuestión.

Hoy a las tres volvían a ser las dos. Hasta ahí llega la mentira social. Tú sabes que son las tres, los relojes que te rodean marcan las tres. Pero te dicen que son las dos, y tú vas y cambias tu reloj. Y al día siguiente, cuando te levantas, no son las once, sino las diez. Porque te han dicho que es así. La programación de la tele ha cambiado, y la tele siempre marca tus horarios.

Hoy, a las primeras tres de la madrugada, estaba en el Lisboa. El Lisboa es un bar de Palma, y yo estaba ahí porque he venido a pasar el fin de semana con mis padres. Estaba en el Lisboa rodeada de gente rara; de hecho, de un montón de gente, y he pensado: "Todo lo que haga a partir de ahora hasta dentro de una hora no existirá". Y claro, he ido a pedir otra cerveza.

Antes de que cambiara la hora, y de que la noche se hiciera un poco más vieja, he estado con mis abuelos los belgas. Mi abuela está emperrada en que tiene Alzheimer. "A ver, ¿qué día es el cumpleaños de tu marido?", le he preguntado. "El dieciocho de abril!", ha contestado sin dudarlo. "¿Qué día es el santo de mi padre?". "El 17 de enero!", ha exclamado. "Pero... ¿qué te hace pensar que tienes Alzheimer?", le he preguntado derrotada. "Lo sé, ya tengo edad para saber estas cosas", ha respondido. En fin, a mí me da que sólo quiere tener Alzheimer para estar a la altura de Maragall...

...y para tener una excusa que le permita olvidar sin la necesidad de beber alcohol, porque cree que el alcohol engorda, y ella está a régimen.

Lo de que el alcohol engorda es una falacia. Os lo dice una experta que pesa 51,9 kilos.

Pero mientras estaba en el Lisboa rodeada de gente rara, he pensado en esa hora que cada año forma parte de la amnesia. Una hora que le ganamos al Alzheimer o perdemos en la memoria.

Entonces he decidido volver a casa.

De las tres a las tres, remontaba la Riera cuando un hombre políticorrectamente llamado de tez morena me ha dicho: "Hola, guapa".

He contestado: "Oye, negro, ¿verdad que no te gusta que te estén recordando todo el rato que eres negro? Pues a mí no me gusta que me recuerden todo el tiempo que soy mujer". Ahí están la amnesia de mi abuela y la de Maragall. Ahí está la hora anual en la que se nos está permitido olvidar. Tan peligrosamente voluntaria.

Era un momento de ésos que van de las tres a otra vez las tres. Eran pasadas las primeras tres de la madrugada, pero todavía no habían llegado las segundas tres. La pregunta es: ¿Qué hora pondrían en caso de que hubiera un suceso?

El hombre políticorrectamente llamado de tez morena podía tirarme por el puente, o podía tirarme yo, a la Riera. Dejarme arrastrar hasta el mar. ¿A qué hora registrarían las páginas de sucesos el acontecimiento? ¿A qué hora puedes morir esta noche tan vieja?

Por otro lado, también cabía la posibilidad de que me enamorara de este hombre. ¿A las tres o a las otras tres? Éstas son horas como las antiguas pesetas. Redundantes. Las pesetas son antiguas, pero son pesetas en sí. No son antiguas pesetas. Y l0 mismo pasa con las horas. Las antiguas tres de la madrugada ya no existen, porque se han vuelto las dos. Aunque en realidad, a las tres eran las dos. Por lo tanto a las otras dos era la una. Por lo tanto, a la una eran en realidad las doce; pero no consta en ningún sitio.

He seguido caminando, Riera arriba, hasta el instituto donde estudié. Delante de la puerta, un hombre caminaba haciendo eses. Cuando caminas haciendo eses no pierdes tanto tiempo. No en una noche como la de hoy. Tienes una hora entera por delante en la que puedes arrastrarte como en esas bandas teletransportadoras del aeropuerto, aunque golpeees de lado a lado.

La hora sin nombre sigue adelante. Y te llevará a casa, pese a que no lo recuerdes.

sábado, 27 de octubre de 2007

Qui m'estima més?

Traducción al azar de un fragmento escrito el 28 de octubre de 1996 en el Quadern Mildós

Felicidades, papá. Que cumplas 50 más. Sí, he venido de sorpresa. Ya veo que estás contento. Mañana por la noche saldré. Hoy como pastel de chocolate con vosotros y miramos Canal+. ¿Quién me quiere máaaaaas?, gritabas, qui m'estima méeeees. Y el primero que decía "yo" ganaba.

Mañana, ya verás, el maligno se pondrá enfermo. No, mentira, mañana todavía no; irá a comer una pizza con unos amigos. Será el sábado. El sábado yo también estaré medio enferma, pero porque habré llegado tarde de madrugada (pasadas las cinco) con un nivel de alcohol en las venas más que aceptable. O al revés. Inaceptable sería tal vez el término más preciso. JR me habrá besado en los labios. JR era mi amor platónico en el insitituto. Ya sé que no te lo he dicho nunca, pero tampoco te dije que salía con mi catequista y acabó siendo mi padrino.

La primera vez que el catequista y yo lo dejamos fue por este tal JR. Me gustaba mucho, no sé por qué. Solía decirme estupideces en los pasillos del instituto, hacía comentarios sobre mi pelo. Pero el viernes, aunque tendré unas ganas locas por enrollarme con alguien, no haré nada con él. No haré nada con JR. Pese a que le seguiré el juego, y me hará la pelota y me dirá cosas bonitas y yo recordaré... a pesar de que no lo veré tan fantasma como otras veces, y que estaré sexualmente preparada para lo que me den, a pesar también de que siempre he deseado... Acabaremos como siempre, papá, con las ganas. Pero cómo voy a contarte eso.

El domingo iremos a Orient con los abuelos para celebrar tu cumpleaños, y tú, hasta mi llegada, estabas triste porque no íbamos a ser siete, iba a faltar yo. Pero he venido. Y sigues triste porque el que no podrá venir al final es el maligno, que tiene fiebre.

Comemos sopes mallorquines y conejo. Te quiero, papá y regreso a Barcelona. Vendrás el próximo sábado con la excusa de que tienes que instalarme el ordenador.

jueves, 25 de octubre de 2007

Julio Verne es Google

Atención: este post puede herir la sensibilidad de los tintinófilos.

Estaba anoche comulgando con el cáliz espiritual... porque el alcohol, en catalán, también recibe el nombre de "esperit", o sea: espíritu. Lo cual tiene su sentido, ya que, al obtenerse mediante destilación, se eleva. Y el espíritu también se eleva. De ahí que, en realidad, el alma sea la parte etílica que hay en nosotros. Así que, a lo mejor, los borrachos y los alcohólicos tienen más alma que los abstemios. Algo en absoluto descartable, puesto que quienes empinan el codo se sienten más cerca del cielo, y a veces ven ángeles y elefantes rosas y otros seres volátiles.

Pero ya me estoy desviando del tema principal. Volvamos a empezar: estaba anoche tomándome unos vinos, cuando de repente me acordé de Tintín. No es que piense muy a menudo en él. Tengo un amigo belga que es periodista y se parece bastante a Tintín. De hecho, es una mezcla física de Tintín y John Cusack. Yo preferiría que se pareciera más a John Cusack que a Tintín, pero se parece a los dos por igual. En fin, anoche no pensaba ni en mi amigo ni en John Cusack, sino en Tintín a secas. No recuerdo por qué. Sólo sé que pensaba en él, y lo hacía a media voz (porque aún no he recuperado la voz del todo), y otra voz me dijo que Tintín era un gilipollas.

Bueno, primero dijo que era un aburrido, pero luego se animó y lo llamó gilipollas. Entonces, mi mediavoz contestó: "Hombre, no te pases, que el tío llegó a la Luna antes que nosotros". Como si "nosotros" hubiéramos estado en la Luna alguna vez. Que, dado que bebo alcohol, y que el alcohol se eleva como el espíritu, y teniendo en cuenta que la Luna no queda tan lejos, también puede ser. Pero no soy consciente de ello.

La cuestión es que dije que Tintín se nos había adelantado yendo a la Luna, y la otra voz respondió: "Sí, pero con bombachos. Ya me dirás tú qué mérito tiene ir a la Luna con bombachos". Es verdad: si viera a alguien con bombachos podría enviarlo a la Luna de una patada en el culo. Queda un poco ridículo ir en bombachos por la calle, así que viajar a la Luna en bombachos es el colmo.

Hubiera hecho una larga disertación filosófica sobre el uso y abuso de bombachos, pero la otra voz había cambiado de tema: "Además, Julio Verne estuvo en la Luna antes que Tintín".

Entonces mi mediavoz y la otra se quedaron un buen rato en silencio, supongo que reflexionando, aunque creo que las voces no reflexionan, sólo fingen que lo hacen, y entonces emiten sonidos como mmmmm. Bueno, se quedaron un rato en silencio mientras nosotros reflexionábamos, aunque creo que las personas tampoco reflexionan, sólo fingen que lo hacen, y obligan a sus voces que emitan sonidos como mmmmmmm.

Sea como sea, un minuto más tarde la otra voz preguntó: "¿Nunca has pensado que Julio Verne es Dios?".

La verdad es que no, nunca antes lo había pensado. Pero claro, es que el tío lo sabía todo. No antes de que sucediera, sino incluso de que existiera! Julio Verne se pasó cinco semanas en globo, viajó al centro de la tierra, fue a la Luna, se pateó veinte mil leguas de viaje submarino, descubrió una ciudad flotante y una isla misteriosa, dio la vuelta al mundo en ochenta días, conoció a los hijos del capitán Grant y a Miguel Strogoff, fue a una escuela de Robinsones y tuvo tribulaciones en China antes de que las tuvieran los Klamstein (Ángelalansbury Klamstein incluida). Encima tuvo tiempo de escribirlo todo. Y está claro que no hay tiempo para eso. A no ser...

...a no ser que seas Dios.

"Dios!", exclamó mi mediavoz. Y luego hizo un sonido de reflexión.

"Entonces, Julio Verne sigue entre nosotros", acerté a decir por fin. "Sí", contestó la otra voz solemnemente.

Julio Verne lo sabe todo y está en todas partes. Puedes preguntarle lo que quieras y te responderá lo que le dé la gana. Es omnipotente y omnipresente. También tiene el don de la simultaneidad, porque puedes consultarle a la vez en la China donde tribuló y en el resto del mundo que volteó en 80 días. Está en casi cada uno de nuestros hogares. Está nuestras oficinas, en los colegios, en las universidades. Tú le rezas para que sepa decirte por favor, por favor, por favor en qué año nació Fernando Esteso y él va, y te lo dice unas 42.200 veces. Le rezas para que te diga por favor, por favor, por favor, qué tiempo hará hoy, y también te lo dice unas 317.000.000 veces. Y siempre te lo dice por escrito, porque le encanta escribir. De hecho, ni siquiera te exige que se lo pidas por favor. Pero como soy muy educada, me costó años descubrir eso.

En cualquier caso, este Julio Verne es la ostia, pero no sé si puedo decirlo tratándose de Dios. Por eso, creo, recibe el nombre de Google, que es menos sacrílego y permite el uso de la palabra ostia 6.580.000 veces.

La cuestión es que anoche recuperé la fe. Y comulgué unas cuantas veces más con el cáliz espiritual para celebrarlo. Pues eso. Quiero decir: amén.

lunes, 22 de octubre de 2007

Afónica


He perdido la voz. No sé cuándo sucedió exactamente, si después de dar un beso, o de insultar a alguien. Creo que en algún momento oí cómo rebotaba contra el suelo, igual que cuando se cae algo, yo que sé, como cuando el alma se te cae a los pies, o como cuando lo que se te cae es la cabeza que, de tanto dar vueltas, se ha desenroscado de tu cuello, y ha resbalado hasta el suelo para que le des una patada como si fuera un balón y la mandes a tomar por culo.

Pero bueno, cuando oí ese ruido propio de algo que se cae no le di más importancia, ni se me ocurrió que podía tratarse de mi voz. Supongo que en ese momento no tenía nada que decir y claro, si no tienes nada que decir, tampoco utilizas tu voz para nada.


Ya he perdido el habla otras veces, y también la palabra. El alma, además de que se me haya caído alguna que otra vez, se coló un día por el agujero de la bañera, y a veces que creo que mi corazón se largó con un cualquiera. He perdido kilos (y siempre me he preguntado adónde irán), he perdido tiempo, he perdido ilusión, he perdido dinero, he perdido apetito (que se va al mismo sitio misterioso adonde van los kilos que pierdo), he perdido trabajos, supongo que he perdido alguna que otra oportunidad, pero de eso no soy tan consciente.

Es decir, perder una oportunidad es lo mismo que perder las llaves de tu casa: cuando eso ocurre, te das cuenta de que ha sucedido, porque te quedas en la puta calle. Y ya puedes llorar, y lamentarte, y cagarte en tus despistes y tu mala suerte, que da igual. Como no venga un cerrajero y te dé por detrás, te quedas fuera. Pues con las oportunidades pasa lo mismo: si lamentas haber perdido una sola (una sola oportunidad), te vuelves patético, porque pataleas, y lloriqueas. O bueno, finges que tienes dignidad y haces como que te da igual. Pero cuando te quedas sin las llaves de casa, sigues en la calle, aunque mantengas la dignidad y la compostura. Es cuestión de actitud, aunque el resultado es el mismo. Oportunidades y llaves perdidas te dejan fuera. En fin, que no creo haber perdido nunca una oportunidad, porque me acordaría de eso.

He perdido sangre, sobre todo cuando oigo según que frases en el metro, o en el trabajo, que me dejan las venas vacías, y he perdido todos los dientes de leche. Pero no es culpa mía, esos me los robó un ratón, porque en casa debíamos ser menos higiénicos de lo que parecía, y ahí estaban los ratones llevándose nuestros dientes. He perdido algún paraíso; un balcón frente al mar, y un algarrobo entre las ovejas y las garrapatas.

En cualquier caso, nunca he perdido la voluntad. Y hasta ahora, tampoco nunca antes perdí la voz.

He buscado en el lugar donde creí oír cómo algo se caía, peligrosamente cerca de la puerta que da al balcón. Y el balcón es de rejilla. Tal vez rebotó en la ropa tendida de mis vecinos los discjockeys, y cayó en el patio de la señora Dolores, que se ha instalado a vivir con la señora Conchi.

La señora Dolores se llama así porque siempre le duele todo, si no es la espalda son las piernas, y si no, la cabeza, y si no, los dientes, y si no, el alma y si no, el corazón. Como ya he perdido casi todas esas cosas, alma y cabeza y dientes de leche, creo que corazón, a mí no me duele nada. En cambio, un día encontré unas piernas que no estaban mal y me las puse. Respecto a mi espalda, a veces se me pone de frente.

Pero no encuentro mi voz por ninguna parte.

En ocasiones, quedarse sin voz es como quedarse sin nombre. O como hablar un idioma distinto. Si intento hablar inglés me siento imbécil, porque creo saber decir muchas más cosas de las que digo. Lo mismo pasa ahora. Abro la boca, pero sólo consigo moverla como si fuera un pez. A mi alrededor la gente espera. No pasa nada. Y dejan de prestarme atención.

Justo al darme cuenta de que había perdido la voz, me preocupé bastante. Luego supe que en el silencio cabe todo. Y eso es lo que sale ahora de mi boca.

sábado, 20 de octubre de 2007

Fulanita Letal

Una noche se metió en mi cama sin ninguna pretensión, y a la mañana siguiente seguía allí. Dejé que se duchara, le presté algo de ropa. Delante del armario abierto, nos costó decidir. Unos vaqueros, una camisa cualquiera. Se fue a trabajar.

Durante el día le pierdo la pista, porque a veces se confunde con la pared, o le abduce el ordenador, como en Poltergeist, pero con un ordenador en lugar de una tele. O al revés, de repente se pone a hablar sin parar y cuenta cosas que le pedí que no contara; está demasiado alegre y la gente alegre me cansa.

Durante la noche me despista, porque se enfunda un par de botas altas que a veces son una metáfora y otras no. Y corre, corre mucho. Y si corres con ese calzado, ya sabes lo que te va a pasar. Encima bebe, con lo cual, todavía hay más posibilidades de que pase lo que pasa cuando corres con tacones. En caso de que un desequilibrado pierda el equilibrio, ¿recupera pie?

Llega a casa agotada, y vuelve a meterse en mi cama, y no me deja dormir. Me quedo mirando el techo preguntándome hasta cuándo piensa ponerse mi ropa e ir contando mis cosas; quizá se haya instalado definitivamente aquí.

Siento que me va matando despacio, como la propia realidad más que como una droga. El Espanyol acaba de marcar un gol y la torre Agbar se ha puesto azul como un perico. La muy puta me arranca el nombre. Y en su lugar va y pone otro cualquiera. Me convierte en quien no era. Hasta que me confundo con la pared, o me dejo abducir por el ordenador. Y esta tarde, incluso por la tele.

jueves, 11 de octubre de 2007

Se busca pseudónimo

Responde al nombre que le pongáis, porque es algo promiscuo. Mejor dicho: es femenino y un poco puta, en el sentido más literario de la acepción.

Lo sacaré a pasear sólo un vez al mes, para que no se pierda. Le enseñaré qué se cuece en esos lugares donde hay contrabando de premios, cotilleos y croquetas. Llamará a las cosas por su nombre, pero de momento no puede llamarse a sí mismo, entre otras razones porque no tiene teléfono. Y si lo tuviera, tampoco podría llamarse a sí mismo porque comunicaría.

En cualquier caso, no puede llamarse porque aún no está bautizado. No ha encontrado su propia identidad.

Sabe que su identidad fue Mata Hari en otros tiempos, y de buena tinta sabe que por sus venas corre sangre azul; que en realidad no es sangre, sino (pues eso) tinta azul de boli Bic. El mundillo que voy a enseñarle es de látex y porexpán, y aunque la identidad del pseudónimo tiene mucha clase, acabará paseándose por ese mundillo con la misma naturalidad con la que iría descalza o en zapatillas.

En fin, la identidad del pseudónimo es buena en su trabajo y mala en su intención; creo que a eso se le llama ser incisiva. Es un poco Punta Fina, pero este pseudónimo no me acaba de convencer.

El pseudónimo que estoy buscando tiene que ser exacto, preciso, como también lo será aquello que tenga que firmar y afirmar.

Si conocéis algún pseudónimo que responda al perfil solicitado, por favor, hacedme llegar sus datos. No se precisa experiencia, al revés. Cuanto más desconocido sea, mejor.

Respecto a los honorarios... bueno, digamos que lo trataré bien. Tendrá alojamiento gratis y trabajaremos juntos para que se forje un prestigio y se haga un nombre. A quien me lo presente, evidentemente le invitaré a una o mil cervezas en concepto de derechos de autor, no sea que luego llegue la SGAE y me funda.

Nominadme. Gracias.

jueves, 4 de octubre de 2007

El fantasma de Roberto Bolaño

Conocí a Roberto Bolaño dos semanas antes de que muriera.

Nos conocimos en Sevilla, no había leído nada de él. Creo que nos caímos bien. Él ya estaba enfermo del hígado y el páncreas, se lo jugaba todo a una operación. En un momento dado le dije: "Cuidado con lo haces porque pienso seguir tus pasos". Me preguntó: "¿Tienes novio?". Respondí: "Cinco o seis". Insistió: "¿Puedo ser el séptimo?".

En otro momento dado, delante de escritores hispanoamericanos y editores españoles, críticos y otros periodistas, dijo en voz alta para que todos lo oyeran: "Porque me contengo, sino te daría un morreo aquí mismo".

Quedamos en volver a vernos en Barcelona si su avión no se estrellaba. Su avión no se estrelló. Yo me quedé un día más en Sevilla. Empecé a leer su obra la misma noche del día que le conocí.

Quince días más tarde murió y fui al entierro. Hacía mucho calor. Han pasado cuatro años y ya he leído todo lo que publicó.

Hace un rato, iba con mi amiga La Loca por la calle, cuando hemos visto a un chico salir de La Central. La Central es una librería de la calle Elisabets. Llovía mucho, y mi amiga La Loca ha invitado al chico a que se tomara unas cervezas con nosotras. Ha aceptado aunque fuera inglés, y nos hemos ido los tres a un bar que se llama El Raval.

Mi amiga La Loca es editora, y el chico inglés es escritor, alto, desgarbado, iba vestido igual que John Lennon. Hemos hablado de libros y de lo frígidos que son los catalanes. El jueves pasado, mi amiga La Loca y yo conocimos a una puta que debió ser rusa en otro tiempo, y que leía a Dostoievski y a Tolstoi. A Chéjov. Eran las cuatro de la madrugada y hablábamos con la puta de literatura.

El escritor inglés que hemos conocido hoy ha confesado que sus mejores amigas son todas putas, porque es tan feo que las chicas no se acercan a él. Creo que mi amiga La Loca y yo hemos sido las primeras en toda su vida que le han invitado a tomar algo.

Él ha optado por un agua con gas, porque no bebe alcohol. Entonces, inconscientemente, me he acordado de Roberto Bolaño, que tenía el hígado y el páncreas tan destrozados que tampoco bebía alcohol. El escritor inglés nos ha contado que ha vivido en Alemania y Dinamarca, donde sus libros pueblan bibliotecas; en Barcelona la cosa le va algo peor. Y he vuelto a recordar a Bolaño que, mientras su obra ya se estudiaba en las universidades argentinas, él se moría de hambre precisamente en las calles del Raval.

Me he fijado un poco más en el escritor inglés. Tenía la cara chupada, los dientes torcidos y unas gafas fashion de pasta negra que le cubrían toda la cara. Había algo muy misterioso en todo aquello, algo que me daba incluso un poco de miedo. Le he pedido por favor que se quitara el sombrero comunista imitación de John Lennon, y cuando lo ha hecho, le he imaginado con otro tipo de gafas; gafas de abuela, horrorosas, gruesas. Entonces lo he visto claro. ERA ÉL. "Eres Bolaño!", hemos exclamado mi amiga La Loca y yo a la vez.

El escritor inglés se ha ruborizado un poco y ha respondido que nunca antes lo habían comparado con Bolaño. Había leído su obra, Los detectives salvajes, Estrella distante, ha dicho que 2666 no, pero no me lo creo del todo. En El secreto del mal hay un cuento muy triste, el último, que me hizo llorar durante horas. En el cuento, consciente de que se lo juega todo a una operación, Bolaño fantasea con que su alter ego, Arturo Belano, viaja a Berlín en busca de su hijo adolescente. El viaje tiene lugar en 2005. Él murió en 2003.

El escritor inglés, que hasta entonces se había limitado a compararse con los personajes solitarios de Cormac McCarthy ("me he leído sus libros dos veces, porque al margen de él no hay nada más que leer", ha dicho), el escritor inglés, digo, sabía a qué cuento me refería cuando he mencionado el último relato de El secreto del mal.

Él, que sólo hablaba inglés, había leído ese cuento. Publicado este mismo año por primera vez y en castellano.

Todo era muy extraño.

Entonces, justo antes de irse, el escritor inglés le ha preguntado a mi amiga La Loca cómo se llamaba. Ha apuntado su nombre en una libreta. Luego ha sonreído como el gato de Cheshire, y me ha mirado: "¿Cómo te llamas tú?". Y juraría que ha anotado mi nombre antes incluso de que yo se lo dijera.

También juraría que, al besarme en las mejillas, ha susurrado: "Porque me contengo, sino te daría un morreo aquí mismo".

Luego se ha ido.

Quizá su entierro fue un montaje. Roberto Bolaño sobrevivió a la operación. Huyó a Londres o Irlanda. Aprendió inglés. Ha vuelto por morriña, tal vez para ver de lejos a su hijo Lautaro, tal vez para recorrer de nuevo las calles donde malvivió.

No podía hablar en castellano porque hubiéramos descubierto su acento. Hubiéramos descubierto su secreto. Del bien o del mal, ésa es otra cuestión.

Mi boda con Ángel Martín

Tengo un problema: voy a casarme con Ángel Martín.

No es que esté enamorada de él; eso era antes. Cuando estaba enamorada de él, busqué su foto en Internet para hacer un post que se titulara: "Estoy enamorada de Ángel Martín", pero no encontré ninguna foto suya, o encontré muy pocas y de muy baja resolución (el término "baja" no está puesto al azar). Pensé que me había enamorado de un don nadie y también pensé que eso, viniendo de mí, no podía ser, que era imposible, que era caer demasiado bajo (y el término, idem de lo anterior). En cualquier caso, tenía que hacer cualquier cosa por evitarlo.

Entonces me senté a reflexionar porque la reflexión es el mejor antídoto contra el amor, y sobre todo contra el enamoramiento: te quita la venda de los ojos y todo ese rollo.


El amor ciego es un coñazo, porque siempre va dando golpes con el bastón blanco y ese ruidito que hace cuando le da a las paredes de tu corazón me pone muy nerviosa, es como si te tuviera que dar un infarto en cualquier momento y estás susceptible, y es un mal rollo. Y el amor ciego que no tiene bastón, tiene perro, que todavía es peor, porque luego siempre tienes que ir recogiéndole la mierda del suelo. Por eso a mí el amor ciego, sea de golpe o muy perro, me cae fatal. O se cae y punto. Y luego me dan ganas de abandonarlo en la calle, pero me sabe mal, no sea que vengan los de la amorera municipal y me multen por eso.

En fin, que cuando me di cuenta de que me había enamorado de un don nadie Ángel Martín, me senté a reflexionar. Y la reflexión ésa efectivamente me abrió los ojos, pero como soy hipermétrope lo veía todo más grande.

La hipermetropía no tiene nada que ver con ser metrosexual en un hipermercado, sino que es como ser miope pero al revés, o sea: en plan guay. O en plan hiperguay. También puedes intentar ser supermiope, pero entonces cabe la posibilidad de que te caigas por un acantilado y te mueras, como el puto amor ciego, que de repente se cae. Asimismo cabe la posibilidad de que creas ver en tu pareja a una persona maravillosa, hasta que te acercas a ella. Te acercas demasiado. Y ves todos sus defectos. Y si vuelves a alejarte ya no la ves nunca más.

Pero a lo que iba. Como soy hipermétrope lo veo todo más grande: los problemas, las resacas, las pasiones. Y a Ángel Martín.

Un día me enteré de que el tipo es bajito, y ahí empezaron mis desgracias.

Nunca me he enrollado con un hombre más bajo que yo. Me di cuenta en una cena con gente pseudointelectual de ésa con la que me muevo por cuestiones de trabajo. Había un argentino que me decía gilipolleces del palo: "¿Nos habíamos visto antes?". Yo: "No". Él: "Entonces debí soñarte".

Eso fue en mi época promiscua (ahora estoy supermística), y hablábamos de sexo, porque los pseudointelectuales siempre hablan de sexo, con las siguientes variantes:

  • Los chicos gays explican cómo ligan en las duchas del gimnasio.
  • Los chicos heterosexuales fardan de la lista de números que tienen registrados en su móvil bajo el lema: "No descolgar jamás". (suele ser el que se pone a la mañana siguiente, cuando ella se va. Y él, que en el fondo quiere que ella lo recuerde y le espere, aunque sepa que nunca la llamará, le pide su teléfono; cuestión de ego).
  • Las chicas heterosexuales comentan, como yo, sus estrategias para quitarse de la cama al chico que no hace ademán de marcharse pese a que ya se ha hecho de día y a que, como lo ves de cerca y sin ir borracha, ves todos sus defectos y sus defectos son detestables. Le dices: "Oye, sabes qué? Voy a preparar café. Por qué no bajas a comprar croissants?". Y cuando vuelve, no le abres la puerta.
  • Las chicas gays están como una cabra y punto.
Hablámamos de este tipo de cosas, los pseudointelectuales y yo, cuando decidimos ir a tomar algo a un bar. Nos pusimos de pie, y el tema de conversación era: ¿somos elitistas en el sexo? Confesé supertranquila: "Qué va, he estado con gordos, flacos, pobres (ricos no tanto), rubios, morenos, belgas, franceses, mallorquines, catalanes, me parece recordar que con un inglés, altos...". Iba a decir "bajos", pero no me salió.

"Coño, nunca he estado con un tío más bajo que yo", exclamé. Y el argentino que debió de verme en sueños, y que mide un metro cincuenta, creyó que era una insinuación.

Por cierto, después de lo que le contesté aquella noche cuando intentó besarme, he pasado de aparecer en sus sueños a hacerlo en sus peores pesadillas.

Pero volvamos a Ángel Martín. ¿Sería capaz de romper con la tradición de no enrollarme con tipos más bajos que yo por él? "No, antes me corto las piernas", me decía al principio. Así, ya estaría a su altura.

Luego, poco a poco, fui entendiendo que mis sentimientos eran puros y que, aunque el tamaño importa, también importa el objeto de ese tamaño. En este caso, el objeto era un sujeto, ese sujeto, y con tanto juego de palabra me he perdido.

Bueno, resulta que el martes por la noche, mi amiga E me envió un mensaje para avisarme de que Monegal se entrevistaba con Ángel Martín en la tele, pero mi casa no pilla Barcelona TV. La cuestión es que mi amiga E también está enamorada de Ángel Martín, y es más baja que yo (seguramente más baja que él), y sí pudo ver la entrevista con Monegal porque ella sí que pilla Barcelona TV. O sea, que me puse celosa.

Los celos son todo lo contrario que la cegedad: hacen que veas más de lo que hay. Sería como una hipermetropía hiperagudizada, igual que el hipogrito huracanado, pero en plan visión. Que no supervisión, aunque también.

Vale. Entonces decidí que esta vez NO me sentaría a reflexionar sobre el tema, porque si me quitaba más vendas de los ojos entonces ya tendría rayos X, como el de la película ésa del tío que veía a través de la ropa, y luego veía a través de la carne, y al final como vio pecado y había leído la Biblia, se arrancó los ojos. Y la verdad es que no me apetecía mucho arrancarme los ojos.

Cuando no te sientas a reflexionar, aceptas las cosas como llegan, y lo único que llegaba era trabajo, más trabajo y todavía más trabajo.

Hasta que hoy, maldita jornada, no he ido a trabajar. Y a las tres y media de la tarde se me ha ocurrido encender la televisión. La televisión aumenta el tamaño de las cosas tres veces; eso, añadido a mi hipermetropía, ha hecho que viera a Ángel Martín como el más grande.

Estaba a punto de reconciliarme con mis sentimientos y aceptar que efectivamente él es el hombre de mi vida y que seríamos muy felices juntos porque a su lado siempre me sentiría superior, cuando, de repente... Mercedes Milá ha declarado su amor incondicional por Ángel Martín.

Dios. Nada de lo que le gusta a esa bruja me gusta a mí. No quiero tener nada que ver con ella, no quiero que compartamos nada, no quiero que sintamos lo mismo ni mucho menos que lo sintamos por la misma persona.

Y ahí es cuando he dejado de estar enamorada de Ángel Martín. Definitivamente.

Estar enamorada de él sólo me ha traído problemas, entre los que he evitado mencionar la distancia que nos separa (no sólo a lo alto), su manía de preguntarle a todo "¿verdad?", y que, por si fuera poco, encima pasa de mí.

Así que ya no voy a estar más enamorada de Ángel Martín. Simplemente seré su mujer. Puede que antes fuera necesario que nos conociéramos, pero cuántos matrimonios hay en el mundo que no llegan a conocerse nunca. Además, en los matrimonios, los defectos pueden convertirse en virtudes: la distancia que nos separa nos mantendría siempre alejados, lo cual permitiría que no nos molestáramos y, en términos miopes, seríamos siempre perfectos en la invención del otro. Y si no nos gusta lo que vemos, para eso está el mando. Un zapping emocional a tiempo salva muchos programas.

Creo que es la relación ideal. Voy a concertar cita para la boda.

Al principio he dicho que tengo un problema: y es que, vale, acepto casarme por lo incivil. El problema es que no sé dónde hay que llamar.