Queridos dos,
Que no quiero irme lo demuestra mi repentino ataque de cuarentona prematura. He comprado muebles para el piso, he pintado un armario y voy a Pilates dos veces por semana, me da mucha vergüenza cuando la profesora me riñe porque hago los ejercicios mal, y el otro día una chica me dijo: “Perdona que te haga esta pregunta, pero tú no te dedicas a las letras?”. Y yo me quedé muy quieta, sin saber qué contestar.
La cosa está fatal. Ya os dije que cobraba setecientos euros al mes, de los cuales trescientos se van a Autónomos. Supongo que podría buscar trabajo en revistas como Men's Health o GQ, pero ya no me quedan fuerzas para escribir reportajes por los que me pagarían unos cincuenta euros menos IRPF. Me oigo decir esto (o lo leo) y odio ser tan quejica, pero llevo catorce años dedicándome al maldito periodismo y os juro que no puedo más.
He ofrecido mis servicios como traductora y estoy metida de lleno en una novela que debería entregar en mayo (de ahí que dude ante la idea de irme, porque tengo previsto hacerlo a principios de marzo). Por otro lado, es como si lloviera cada puto día en esta puta ciudad. Todo el mundo está triste y de mal humor, y eso que el Barça gana siempre. Las noticias son cada vez más desalentadoras y me siento muy sola. La crisis ha llegado hasta los quesitos. Me gusta más la vaca que ríe, pero ahora compro del caserío me río, porque crearon una cooperativa para salvar la empresa, y bueno, los pobres no tienen ni para el hilo ese rojo con el que podías quitarle el papel a la caja, y me paso varios minutos intentando arrancar el papel del cartón con las uñas, como la secuencia de Mira Sorvino abriendo un CD en aquella película de Paul Auster, creo que era Lulu on the Bridge.
Esta tarde vendrá un amigo de Santander que también ha visto frustrado su sueño de irse a NY porque ha cortado con su novia (una modelo que por lo visto está muy buena, pero como una puta cabra). Quizá quiera alquilar mi piso desde marzo hasta finales de mayo, fecha en la que tengo que volver porque se casa mi primo en Córdoba. Y luego, ya veremos.
No me gusta hablar de sueños frustrados ni de personajes que rebuscan en el bolso porque, como dice Zadie Smith, son tópicos que implican ir sonámbulo por la frase. Es una pequeña traición, pero es traición de todos modos. Cuando la cometemos, nos hemos vuelto perezosos y nos adaptamos al clisé. “Cómo separar al bolso de su viejo y persistente amigo rebuscar”, apunta Zadie Smith sin darse cuenta de que “viejo amigo” también es ir sonámbulo por la frase. Ayer lo hablaba con otro amigo, nada viejo, mientras comíamos: escribir es procurar no ir siempre sonámbulo.
Y luego, ya veremos. No sé cuál es mi intención en Buenos Aires, conocer a la gente del mundo editorial, ir a la feria del libro, enrollarme con un par de argentinos cultos y cool, y olvidarme de esta mierda de país donde los jurados populares cometen delitos no sólo ortográficos, quiebran empresas y familias, mandan los hijosdeputa, los oligofrénicos agachan la cabeza, el que no está parado tiene un sueldo paupérrimo y nadie sabe qué hacer, nos limitamos a esperar a que se nos caiga el techo encima. Preferiría irme a Gran Bretaña o Estados Unidos, pero mi nivel de inglés deja mucho que desear. Me asusta la inseguridad ciudadana y en este sentido, aunque haya terremotos, dicen que Chile está mejor. Bueno, tal vez al final opte por Chile. No sé. Me da igual. Sólo quiero salir de aquí.
Hablo de inseguridad ciudadana y ayer, mientras comía con mi amigo, asesinaron a tres personas en el edificio de enfrente, a dos manzanas de mi casa. Dos ancianos y su nieta de dieciséis años. Los vecinos vieron cómo alguien metía al perro de los ancianos en el maletero de su coche, se supone que para que no ladrara. Por qué el asesino no mató al perro plantea una cuestión interesante. El hombre metió al perro en el maletero del viejo Mercedes blanco, propiedad de los ancianos, justo a la misma hora en la que mi amigo y yo salíamos de comer. Pero no vimos nada, o no nos fijamos, porque andamos sonámbulos por las calles de siempre.
Estoy tan desanimada que me lo tomo como una especie de alternativa al suicidio. Un suicidio figurado, se entiende, no os asustéis, un empezar de nuevo. Preferiría hacerlo con alguien, para espolearnos mutuamente en los momentos difíciles, pero ésta es una excusa que oculta el miedo que tengo en realidad.
Antes me gustaría hacerte una visita, Anika, pero Pumuky, tú dijiste que no puedes hasta principios de marzo y quizá para entonces ya habré cruzado el Atlántico. Sería divertido vernos los tres masqueperros y pasearnos por los jardines de Londres, ir a St Dunstan in the East, comprar libros y ver algún partido del Manchester. Anika de nuevo: todavía no te he enviado los libros que te prometí, pero lo haré la semana que viene sin falta. Pumuky: hace meses que no voy a Madrid, me hubiera gustado ver tu función. Os echo de menos.
Sin duda la mía es una angustia absurda, hay gente que está mucho peor que yo, pero necesito quitarme de encima esta patética sensación de fracaso. Trapiello dice algo así como que nuestros logros nos resultan ajenos, descubrimos aquello que no sabíamos que sabemos cuando repasamos algo que escribimos, y entonces pensamos que nos lo dictó alguien mejor que nosotros. Mientras que los fracasos, en cambio, los errores, los reconocemos inmediatamente como propios. Cómo despojarme de la impresión de que me he equivocado, tendría que haber leído más, escrito más y mejor. En fin, supongo que también tengo una crisis prematura. O que estoy en crisis más que nunca. O que se contagia la lluvia, aunque no llueva de verdad.
Agradaceré vuestras palmaditas en la espalda y vuestros abrazos virtuales.
Qué es eso de la penicilina????!!!!
Un beso enorme,
Mel