lunes, 26 de noviembre de 2007

Bajo el sofá



Recuerdo que, de pequeña, debajo de los sofás de la casa de mis padres, vivían unas señoras que me agarraban de los tobillos para que tropezara. A veces incluso intentaban arrastrarme con ellas a ese mundo que hay debajo de los sofás y de las camas, un mundo con bolas de polvo y monedas extraviadas y algún bolígrafo que salió rodando y los restos de una galleta.

A mí esas mujeres me daban miedo. Sobre todo por las noches. Porque cuando me levantaba a hacer pipí, me perseguían por el pasillo. Eran muy altas, y tenían el pelo largo. Vestían como hippies, con ropas vaporosas un poco transparentes. Tan altas eran, que si se ponían de cuclillas tocaban con las rodilla las paredes del pasillo, y así se deslizaban más rápido.

Recuerdo que por entonces iba a misa todos los domingos, y el cura decía que los demonios no existen, que son fruto de la imaginación o de los sueños. También recuerdo que, cuando pasaba algo malo, mi madre decía: "Sólo ha sido una pesadilla".

Así que, cada vez que una de esas señoras me perseguía, me ponía a rezar un padrenuestro, que era la única oración que me sabía con los ojos cerrados. Y cuando los abría, ellas ya no estaban ahí.

Una vez me encontré a una de esas mujeres en casa de mis abuelos, en el mismo sitio donde los Reyes Magos solían dejar sus regalos después de trepar con sus barrigotas hasta el tercer piso y colarse por la ventana. En aquella ocasión, en casa de mis abuelos, no había regalos, sino aquella mujer espectacularmente guapa que me hacía promesas extrañas. Y me puse a rezar, como siempre, para que se largara.

Ella empezó a reírse como la bruja mala de la Bella Durmiente, algo parecido a esto: jiájiájiá. "No reces, niña", dijo la cabrona, "que esto no es un sueño, y no te vas a despertar. Los sueños no existen".

He olvidado qué pasó luego. Sólo sé que tuve mucho miedo. Y que nunca entendí qué hacía esa tipeja allí, si se supone que vivían todas debajo de los sofás de la casa de mis padres.

En aquella época solían decirme que no fuera con desconocidos. El problema es que luego son los desconocidos los que vienen a ti, y por la mañana descubres que los monstruos no se ocultan bajo tu cama, sino encima de ella.

La cuestión es que en mi trabajo tienes que ir con desconocidos sí o sí. Y preguntarles cosas, y creerte lo que te cuentan. Forma parte de lo que se llama "curiosidad periodística". Y es muy interesante, porque la gente, por lo general, es bastante peculiar. En Caen, de hecho, pasa a ser directamente rara. O freaky, que es lo que se estila ahora. O, hablando con propiedad (que luego los semióticos se cabrean), bizarra.

En Caen todo el mundo hablaba del puerto. Preguntabas: "dónde se sale de fiesta por aquí?", y te respondían: "en el puerto". Preguntabas: "dónde puedo conseguir un cepillo de dientes a estas horas?", respuesta: "en el hotel Mercure, que está en el puerto". Y es un flipe, la verdad, porque Caen está a 30 kilómetros del mar. Yo no entendía nada.

Encima, como los normandos son un poco franceses, creen (como todos los franceses) que cuando les hablas no te estás dirigiendo a ellos. Es decir: consideran más lógico que hables sola. Volviendo al ejemplo anterior, antes de poder preguntar dónde está el puerto has tenido que perseguir a un gabacho durante tres calles, agarrarle del brazo como aquellas mujeres me agarraban a mí del tobillo, cogerle por la barbilla, hacer que vuelva la cara y te mire, y decirle: "Perdón, ¿podría decirme dónde está el puerto, por favor?". Entonces tal vez te conteste, aunque lo normal es que se encoja de hombros y responda: "Lo siento, es que no soy de aquí". O peor: "Lo siento, es que no entiendo su acento".

El famoso puerto resultó ser una ría con cuatro barcas amarradas. Me subí a una de ellas, hacía un frío de cojones, y me quedé dormida por culpa del vino de la cena.

Desperté en un pueblo de Finlandia cuya traducción sería Muerte. Y empecé a caminar flipando un poco, porque no sabía cómo coño había llegado hasta allí.

Entonces las vi. Primero pensé que aún iba borracha y veía doble. Las mujeres me miraban con muchísima curiosidad, como si yo fuera un fantasma. Aunque luego descubrí que si me miraban así era porque precisamente no lo era.

"¿Qué haces aquí?", preguntaron. Y había algo en ellas que me resultaba familiar, pero no sabía de qué se trataba exactamente. No es que fueran maleducadas como los franceses. Simplemente, se dirigían a mí con esa cordialidad un poco impostada de las visitas sorpresa. Tú llegas a casa de un amigo, por ejemplo, y justo en ese momento su novia acaba de decirle que quiere que lo dejen. Algo así.

Pero el caso es que yo no conocía a esas señoras, aunque me resultaran familiares. Por eso no entendía que me tutearan, ni que supieran mi idoma, ni que me preguntaran qué hacía yo allí.

"Has llegado demasiado pronto", continuaron. Y eso sí que me dejó KO, porque que te digan eso significa que te estaban esperando. Más tarde, sí, pero que te estaban esperando, al fin y al cabo.

Les conté que me había quedado dormida en una barca en Caen, y me había despertado allí, y les pregunté cuándo salía el siguiente tren a Francia, porque tenía que tomar un avión a Barcelona. Entonces una de las dos exclamó: "Debemos estar soñando".

"Los sueños no existen", respondí yo, presa de un viejo recuerdo.

Entonces aparecieron otras dos mujeres iguales a ellas. Y de repente las reconocí a todas. Eran las señoras que me habían asustado tanto de pequeña. Venidas a menos, todo hay que decirlo. Habían cambiado sus vestidos vaporosos por gruesos jerseis de lana, y se habían cortado el pelo. Llevaban gafas.

Me puse a temblar y a punto estuve de rezar un padrenuestro. Pero me di cuenta de que ya no lo recordaba.

"No te preocupes", resolvieron al final, "haremos que parezca un sueño".

Y así abrí los ojos. Como por accidente.

10 comentarios:

Blasfuemia dijo...

Espectacular sueño. Y los sueños sueños son. ¿O no?

(Estoy encantada con este blog, necesito tiempo para leermelo desde el principio ¿tienes un poco de tiempo sobrante por algún lado para prestarme?)

el llamado perdido dijo...

ufff... por un momento pensé que habías muerto!
Yo también me alegro de haber encontrado este sitio.
Saludos!

Alberto Ramos dijo...

Yo no me pellizco, por si acaso.

errante dijo...

magnífico

vaderetrocordero dijo...

De todo esto saco en claro que las pesadillas vienen de Francia, como los niños (que para el caso...)

Para, creo que voy a vomitar dijo...

"y por la mañana descubres que los monstruos no se ocultan bajo tu cama, sino encima de ella" -->Qué gran frase!!!!!!

Eres deliciosamente bizarra :)

Desesperada dijo...

he olvidado cuántos monstruos albergué sobre mi cama. ahora me conformo con que los que están debajo no se asomen. llevaba tiempo sin pasarme, veo que sigues en forma. saludos.

Para, creo que voy a vomitar dijo...

Por cierto, qué libro de Bolaño me recomiendas? Que sea uno especial :)

Luigi dijo...

¡Fantástico! Su capacidad creativa me asombra cada vez más.

O es que siendo temporada, ha ingerido algún hongo del que ruego me envíe una cesta para probar. :-)

eSadElBlOg dijo...

que buena la descripcion de los franceses y como vas enlazando temas.
Que suerte trabajar entrevistando freakys y viajando de Caen a Finlandia en barca :)