miércoles, 3 de enero de 2007

Beethoven en el metro

Hoy, en el metro, un hombre maltrataba un violín gastado. Después de que el tipo intentara sacarle las notas a un villancico por enésima vez, le he pedido por favor que me prestara el instrumento. Lo he afinado (más o menos) y me he puesto a interpretar la Primavera de Beethoven, el Capricho número 24 de Paganini y The Raggle Taggle Gypsy, de los Waterboys. En un momento, el vagón se ha llenado de gente que venía a escucharme y se cogían de las manos y lloraban de emoción. Ocho años de conservatorio tenían que servir al menos para que la tacita de ese hombre se llenara de monedas de 20 céntimos.

El hombre ceniciento, escaso cabello blanco y chaqueta de lana gris, parecía contento.

Hubiera seguido tocando, pero hemos llegado a la parada de Sant Ildefons y ahí se acaba la línea cinco. Así que le he devuelto el violín al hombre diciéndole que no entendía cómo era tan mal músico, porque tengo entendido que los rumanos aprenden a tocar desde muy pequeños. El hombre me ha dicho que no es rumano, sino búlgaro, y yo le he contestado que vi una película en París que se titulaba Filantropía que iba sobre las mafias rumanas del timo (un padrino abarca unos cuantos barrios de la ciudad, y ayuda a los indigentes a mendigar siempre y cuando luego éstos le paguen un impuesto). Bueno, el búlgaro se ha mosqueado y me ha vuelto a decir que él no es rumano, sino búlgaro: "Tú sólo oyes lo que quieres oír", ha soltado. Pero se refería a que sólo escucho lo que quiero escuchar. O que entiendo las cosas como más me convienen. Entonces le he comentado que el viernes vi Babel, que entre otras cosas va de eso, de los lenguajes internacionalmente establecidos, pero también va de que el mundo es muy pequeño y de que todo lo que hagas deja rastro, y luego no eres consciente de las repercusiones que puede tener, y yo le contaba todo esto al búlgaro y el búlgaro me ha mirado con cara rara y se ha ido con su tacita llena de monedas y su violín gastado.

Luego me he quedado esperando el metro de vuelta. A mi lado se ha sentado un chico que no estaba mal, con barba pero sin bigote. Tenía una bolsa de plástico sobre las rodillas de la que iba sacando pasteles salados que luego se comía. Como yo tenía un poco de hambre me lo he quedado mirando y le he dicho: "Podrías haber sido el hombre de mi vida, pero masticas con la boca abierta y soy una aristócrata". Creía que iba a escupirme, o algo, pero no.

4 comentarios:

Mario Milagro dijo...

eyyy. yo se quien es el tio de barba sin bigote, es mi amigo Moncho, estoy seguro... Yo creo que le deberias dar otra oportunidad...

TIPO CON CHAQUETA dijo...

Hola, soy Moncho.

En el pasado he llevado barba con bigote, en efecto, pero nunca como galletas saladas (aunque es posible que, de hacerlo, lo hiciera con la boca abierta).

No recuerdo que nadie me haya dicho nada parecido en el metro y no suelo coger la línea 5. En cualquier caso, mi memoria es mala, y por impactante que sea la frase, no puedo asegurar que no me haya olvidado (suelo confundir mi propia edad y alguna vez hasta mi nombre).

No toco el violín, pero me gusta Beethoven y también la gente que lo relaciona todo inmediatamente con una película. A Debussy apenas lo conozco y nunca he visto a la chica de la foto carnet de Plaça Catalunya.

Jamás he escupido a nadie. Ojalá me hubieras dado otra oportunidad.

No sé... tú podrías haber sido la mujer de mi vida, pero soy un aristócrata.

Mel Alcoholica dijo...

Querido Moncho.
Qué pena que no fueras tú, porque precisamente el 25 de diciembre tuve una conversación muy intensa sobre los escupitajos y la aristocracia, dos expresiones del amor infravaloradas en estos tiempos que corren y a las que algún día devolveré al lugar al que pertenecen: no en vano los besos están hechos de saliva.
O tal vez tú sí fueras tú, pero yo no lo fuera. Entonces tendría un problema grave, porque juraría que vi esos pastelitos salados que te comías con estos mismos ojos que ahora siguen las letras que aparecen en esta pantalla.

siuari dijo...

Perdona Moncho. El del metro era yo, Mohamed Al Siuari. Como con la boca abierta porque no tengo dientes, aunque la estampa de melalcoholica me dejó boquiabierto también. Siento decir que no soy aristócratra pero tengo una misión divina. ¿Sabes cuál es?