Hemos quedado en el Café de la Virreina. Mi amiga La Loca tenía frío, así que nos hemos sentado en la sala interior, donde las mesas están muy apretadas, y hemos comido aceitunas y bocadillos. Ella bebía Trina, yo cerveza, hablábamos de la bajeza moral de algunos tipos o ni siquiera: del modo en el que se arrastran cuando, por algún motivo que sólo les concierne a ellos, sin venir a cuento confiesan que te traicionaron y reclaman tu perdón. “Oye, bonito, yo ya te había olvidado, no eres tan importante en mi vida”, les contestarías. “Vale, pero perdóname, tienes que perdonarme, soy un miserable, tengo ganas de pegarme con alguien, soy un mierda”, responden.
También hablábamos de Bret Easton Ellis, de Jonathan Franzen y Boris Vian cuando, de repente, mi Amiga La Loca ha visto un ejemplar de El talento de los demás en la mesa que yo tenía detrás. Nos ha hecho gracia porque conocemos a Alberto Olmos, que ahora ostenta el título de grantaboy. El libro era de la biblioteca, estaba forrado con plástico barato. Y al girarme con ese gesto mecánico que sólo sirve para comprobar algo con tus propios ojos, me ha parecido que en esa mesa, a tres centímetros escasos de distancia, estaban hablando de mí.
Al volver a mi posición original, he visto que mi amiga La Loca tenía los ojos como platos. Vale, entonces no es que fueran imaginaciones mías. La chica que tenía a mis espaldas, cuyo hombro rozaba el mío, estaba diciendo: “La conocí en Sant Jordi, yo quería conocer a Vila-Matas, entonces me la presentaron a ella y me pareció... bueno, decía cosas como que no le gustaba firmar libros, que era un palo y todo eso”. El chico también ha pronunciado mi nombre, de modo que no había ninguna duda. Y ella: “Le di dos besos y todo, intenté hablar con ella, pero ella estaba como... bueno, como si no me viera. Es soberbia, un poco altiva, no sé, muy sobrada, bastante borde, la verdad”. Así se han pasado un buen rato, sin sospechar siquiera que yo estaba ahí.
Mi amiga La Loca y yo no podíamos creerlo. La hijaputa que tenía detrás me estaba poniendo a parir y lo estábamos oyendo todo. Hemos explotado a la vez. Nos ha dado un ataque de risa, no podíamos parar. El chico nos ha mirado con mucha curiosidad, el pobre no entendía nada. Y entonces he vuelto a girarme para que la chica me viera la cara. Casi se muere. Dios, todo el mundo tendría que ver esa expresión en el rostro de alguien por lo menos una vez en la vida. “No te preocupes, me suele pasar; nunca caigo bien a la primera, pero con el tiempo soy encantadora”, le he dicho con la más dentada de mis sonrisas. Ella se ha quedado sin saber qué decir.
La Chica: Vaya, menuda metedura de pata, pero ahora no puedo... o sea, si dijera que me arrepiento... de hecho, no me arrepiento, es lo que sentí entonces. Eres muy fría.
Mi amiga La Loca: Qué va, ¿no ves que es muy amable? ¿Os conocisteis en Sant Jordi porque eres escritora?
La Chica: Sí. Bueno, no. He escrito un libro.
Yo: Espera, que necesito fumar un cigarro, comprenderás que esté nerviosa.
Mi amiga La Loca: No doy crédito. Es como estar viviendo una de las típicas historia que Mel cuenta en sus novelas. Supongo que eres consciente de que vas a salir en la próxima, ¿no?
La Chica: Si pudiera hacer algo... es que...
Yo: Que no pasa nada, en serio, ha sido muy divertido. Un momentazo en toda regla, insuperable. Por cierto, leí tu libro y me gustó.
La Chica: Ah, yo no he leído el tuyo, lo siento.
Yo: Pero ahora que lo pienso, también coincidimos en aquel programa de televisión. Y sí que fui a hablar contigo, ¿por qué dices que pasé de ti? Estaba enfermísima ese día.
La Chica: No.
Mi amiga La Loca: Sí. Estaba fatal, pobrecita.
Entonces el Chico, que había permanecido callado sin saber donde meterse, va y suelta: “Hola, yo soy un gran amigo de la Mujer de Tecla Negra, ¿qué tal?”. Cágate. ¿Quién da más?
“Joder, ahora mismo debo ser la persona más odiada de todo el puto bar”. Y a La Chica: “Si para ti soy mala, para él, mil veces peor”.
Yo: Bueno, y cómo está la Mujer de Tecla Negra?
El Chico: Ex Mujer.
La Chica: Oye, esto es muy pequeño, no?
Yo: Pronto entenderás que es un puto pueblo.
El Chico: ¿Cómo se llamaba tu blog?
Yo: ¿Qué blog?
El Chico: El de la melancolía o algo así; me lo pasó la Ex Mujer de Tecla Negra.
Mi amiga La Loca: Entonces este tío, ¿sabe quién soy?
Yo: ¿Cómo?! Yo no tengo ningún blog!
El Chico: Sí, algo de una valla melancólica.
Yo: No sé de qué me hablas.
Consciente del grave peligro que estábamos corriendo, mi amiga La Loca se ha apresurado a pagar las aceitunas rellenas, el Trina, las cervezas y los bocadillos. Nos hemos despedido amablemente y nos hemos ido.
Mi amiga La Loca estaba indignada, "¿por qué alguien que no te conoce tiene que decir esas cosas de ti? Es deprimente, miserable y patético; además es mentira, tú no eres así, esto no me ha gustado nada". Bueno, son cotilleos, el cuento más antiguo del mundo. Todos nos inventamos la vida de los demás, los convertimos en personajes más o menos acordes a nuestros intereses. La situación es lo que cuenta. "Va, no te cabrees, ha sido divertido, quédate con la anécdota".
Desde que cerré por melalcoholía, ésta es la primera vez que no me he sacado ni una coma de la manga. Nada de lo que apunto en este post es ficción. Nada en absoluto. Pero qué más da, viviré como si lo fuera.
2 comentarios:
JAJAJAJAJAA! Tremendo! Cuando te presentan a alguien y éste responde "sí hombre, claro, vaderetro!" te das cuenta de que están ahí... nos leen de verdad... ¡Qué miedo!
¡Fantástico!
Aunque debo señalar que a mí me caíste bien a la primera.
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