domingo, 24 de octubre de 2010

Déjame entrar

La Victoire, René Magritte

Atención: este post contiene spoiler. Pero no va sobre la película.


Hoy he quemado la cafetera. Me disponía a escribir una carta, he oído un golpe en la cocina, he ido a ver, y ahí estaba el mango en llamas. La casa apesta.

Entonces he cambiado la historia de la carta que me disponía a escribir. Intentaba hacer un símil con las llaves del piso. La semana pasada fui a un sitio de esos donde reparan bolsos y zapatos, venden pilas gordas de las antiguas que ya no tienen utilidad alguna, e hice una copia de las llaves del piso. No son para nadie, sólo por si acaso. Volví a casa y las probé: la del portal iba bien, correcto, la de arriba también funcionaba, perfecto. Pero la más importante, la de la puerta, no giraba. Mierda. 

Di media vuelta y regresé por las calles del Eixample hasta la pequeña tienda. La mujer estaba revisando género nuevo, unos llaveros muy resultones en los que puedes grabar tu nombre, tu año de promoción o, por qué no, la dirección de tu casa para que los chorizos no se pierdan.

Ésta no va, dije. El hombre miró la llave extrañado, volvió a meterla en el cacharro chirriante, ajustó la máquina, hizo unos cuantos etcéteras incomprensibles (yo tenía una resaca de escándalo) y me dijo que es que había un saliente que ya había corregido. De acuerdo, gracias. Volví por las calles del Eixample hasta donde vivo, subí en ascensor, metí la llave en la cerradura. Y nada. Joder.

Bajé en ascensor hasta la calle, intenté cambiar de itinerario, entré de nuevo en la pequeña tienda, la mujer reparaba el soportamóviles de cuero que una señora llevaba en su silla de ruedas, el hombre me dijo: vaya, ¿no tienes la llave original? Me encogí de hombros. A veces, a fuerza de hacer copias de las copias, al final se pierde el modelo, me explicó. ¿Y entonces?, pregunté yo. Entonces nada, necesito la original.

Lo intentó de todos modos, pero yo ya sabía que aquella copia tampoco valdría. Efectivamente, no giró. Pensé en las casas de alquiler, en la cantidad de llaves que tendrá cada una de estas casas, la cantidad de copias de una copia. Pero, sobre todo, sentada en el sofá con aire derrotado, estuve un buen rato observando aquella llave, tan inútil como las pilas de las gordas que no sirven para nada. Una llave que, por culpa de estar mal tallada, no abría nada.

El símil no es sexual. Bueno, supongo que también es sexual. No es editorial, aunque una mala copia te cierra muchas puertas. Era más bien -vamos a ver- ¿existencial? Menuda gilipollez. Literario, literal, qué más da. La cuestión es que últimamente me siento un poco así, creyendo que tengo la clave. Pero algo ha pasado, algo imperceptible, que me impide llegar allí donde quisiera. Por mucho que revise esa llave y lime sus asperezas, por mucho que quiera entender qué parte está mal hecha, qué diferencias tiene con la que giraría, no hay manera. Y es desesperante quedarse fuera.

No es que no encaje. Es que no abre.

Al final, en la carta, no he contado nada de todo esto. He descrito la noche extraña de ayer, rodeada de víctimas de la epidemia de las separaciones, años sabáticos por doquier, poco sexo y mucha cerveza (los demás, gintónic), hasta que acabé con un montón de desconocidos en el comedor de una mujer llamada “La más guapa de la Historia”, donde un tipo leía en voz alta fragmentos de un libro titulado “El horóscopo del amor”.

Antes, en el Heliogábal, un chico me había asaltado en la barra: "Mel, ¿eres Mel? ¿Mel Alcohólica? Joder, eres la persona mítica que más me gustaría conocer!". Pues ya ves, no soy mítica, soy normal, respondí. Encantada. De lo que se deduce que soy persona.

Volví a pie pasadas las cinco, con una luna tremenda encima de mi cabeza, recordando sueños hermosos que me habían contado otros. Y luego he soñado que me declaraba a Ángel Martín (imagino que trasunto de otra persona) y que él me enseñaba su alianza para pararme los pies. Nos hacíamos amigos y me resultaba raro pasarle un brazo sobre los hombros mientras él me pasaba el suyo por la espalda.

Algo permanece cerrado para mí y, aunque la que tengo se parece mucho a la que vale, carezco de la llave para entrar. La he dejado junto a la de la caja fuerte, cuya combinación todavía no he descubierto.