lunes, 28 de septiembre de 2009

During that time (Colombo II)



Traducción del catalán.


Colombo, 31 de julio de 2009
(mientras espero una Lion Beer y mi amor sobre ruedas está en el centro Pettah comprando una tarjeta SIM)

La selva se divisa a través de los cristales del aeropuerto, empañados por la humedad y el calor. Cambiamos dólares por rupias o petrodólares, palabra aceptada por la Real Academia de la Lengua aunque parezca mentira, y un señor con traje y zapatos lustrosos nos convence para que vayamos en uno de sus taxis. Las guías lo desaconsejan, pero nos da igual. Se llama Maxi porque cree ser lo más. Damos unas monedas al tío que carga las maletas y, por la cara que pone, le hemos dado poco.

El taxi arranca y nos adentramos en una mezcla casi absurda de Tailandia y el Caribe. No he estado ni en Tailandia ni en el Caribe, pero mi amor sobre ruedas sí, y me lo comenta. Lo de "mezcla absurda" es de mi cosecha, tal vez la mezcla no sea tan absurda. Son las cinco de la mañana y los niños ya juegan en los parques con el uniforme impoluto del colegio, las niñas van vestidas de blanco inmaculado y la gente camina por el arcén de la carretera como si fuera una calle principal.

Veo palmeras, perros, casas que se doblan bajo el peso de grandes anuncios de colores, veo figuras de santos enormes en vitrinas, figuras de Buda, veo basura, cuervos, motos, bicicletas, autobuses y tuk-tuks. Las señales de tráfico son decorativas.

El lugar de frenar, se pitan los unos a los otros, perpetúan una competición que consiste en ver quién es capaz de llegar más lejos sin detenerse, colarse es una afición. Nuestro conductor debe considerar muy divertido escurrirse entre los autobuses que no le hacen caso y pretenden cortarle el paso sin conseguirlo. Es falso que en Sri Lanka conduzcan por la izquierda; también lo hacen por la derecha y contra dirección.

Resulta curioso, pero no tengo miedo. Tampoco me asustan las cabinas con militares que cargan gastadas kalashnikovs. Uno de ellos nos para con un gesto desde lejos y nos pide el pasaporte, pero sólo porque no ha visto antes un pasaporte español. Lee correctamente: "Es-pa-ña".

La eñe suena a eñe.

Intento matar un mosquito que se ha metido en el coche. El taxista me da un trozo de papel higiénico. El mosquito no opone resistencia.

Recuerdo que esta gente es budista, y cree en la reencarnación. A lo mejor acabo de cargarme a la abuela del taxista.

El aire acondicionado estaba muy alto.

El hotel Galle Face se yergue con la elegancia y la moderación de los edificios coloniales, tiene ese algo de country club inglés. Hace ilusión ver una construcción ordenada (como mínimo descriptible) en medio de todo este caos. Un descanso para la vista y para los sentidos después de la saturación de emociones, acrecentada por un viaje de nosécuántashoras sin dormir, y un jet lag o sucedáneos.

Tras el hotel se levantan unos edificios terribles convenientemente borrados con Photoshop en su página web.

Ahora mi amor sobre ruedas dibuja a mi lado. Tenemos el Índico delante, gente que come a nuestras espaldas. Estamos sentados en el porche, sostenido por columnas y una balaustrada que aquí (y sólo aquí) queda bien. Hay palmeras y banderas y anoche se celebró una boda en esta misma terraza. Vimos la sesión fotográfica desde la tabla de ajedrez que se extiende en el centro del jardín. Mientras tanto, el sol se ponía en el mar.




Esto está lleno de cuervos. Me pregunto si Hitchcock pasó unos días en Sri Lanka.

El barrio de Pettah está petao. Por eso se llama Pettah. A mi amor sobre ruedas le encanta, a mí me estresa. Me pongo histérica cada vez que tenemos que cruzar una calle.

Fuimos a comprar billetes de tren para ir Kandy. Fuimos en tuk-tuk, y el humo de los camiones se nos metía en las narices.

Imposible comprar billetes en plena Perahera. La Perahera es una procesión para celebrar la luna llena. Milagrosamente, si le pedías al tipo del centro de turismo que te consiguiera una plaza en primera, conseguía que viajaras en ese tren. Siempre y cuando te alojaras en el hotel que él te recomendaba.

Ya habíamos reservado la guest house.

El barrio de Pettah no puede ser surrealista porque no tiene nada que ver con la realidad. En las calles se acumulan coches, motos, cajas, tuk-tuks, más cajas, gente que lleva cajas, gente que no lleva nada, gente que lleva dos sacos enormes sobre la cabeza, algunas mujeres, muchos hombres, ni un niño, fruta, comida caliente, comida maloliente, ropa, un negro hinchado sin camiseta, una vieja que pide limosna sentada en una silla de ruedas, perros famélicos o no tanto, gente en el suelo, carritos repletos de cajas, más cajas y dos turistas: mi amor sobre ruedas y yo.

No podemos ir por la acera porque no hay acera. Las furgonetas aparcadas se las comen. Entramos en una tienda oscura en la que venden cuadernos. Son preciosos, pero tienen rayas y no nos gusta dibujar ni escribir sobre líneas, como si te dictaran.

Tenemos la impresión de que no cabemos. Curiosamente, éste es el barrio donde menos nos molestan. No nos preguntan todo el rato si necesitamos un taxi, si necesitamos un hotel o si necesitamos algo.

Yo les contestaría: "¿Y tú?".






Pasamos por delante de un edificio extraño de arquitectura extraña en el que la gente se tumba a la sombra, evidentemente descalza.

Hace calor, quiero una cerveza, no venden cerveza en ningún sitio.

Mi amor sobre ruedas compra un coco de color naranja. Cuesta 15 rupias, ignoramos si es mucho o es poco para un coco. Parece poco. Mi amor sobre ruedas intenta comprar unas sandalias por 200 rupias. El vendedor del tenderete le dice que está como una cabra, que valen 2.900.

Creemos que nos seguirá cuando nos vayamos. El vendedor pasa de nosotros.

Para cruzar las calles que llevan al barrio de Fort tienes que estar tarado o ir muy tranquilo. De momento, no nos han atropellado. Creerán que, si matan a un turista, se reencarnarán en mosca. No, en mosquito con malaria, para picar a los turistas. No, en cuervo. Yo qué sé.

El barrio de Fort está lleno de accesos cerrados. Un militar o una militar te impiden pasar. Hay un montón de mujeres militares, pero ellas no llevan kalashnikov.

Tomamos una cerveza en el Hilton (mirar 30 de julio). Observamos cómo una garza se zampa un pez negro y enorme que buceaba en el estanque. La forma del pez se recorta en el cuello largo de la garza mientras se lo traga. Unos cuantos árabes con turbante toman té.

Luego vamos hacia el malecón. Tenemos que pasar por el World Trade Center. Tras una cortina, una srilankesa me toca las tetas por seguridad.

Intento sacar fotos de un edificio. Oigo que alguien me silba. Son unos militares que, desde la distancia, sacuden la cabeza para decirme que no.

Hemos ido a la estación por segunda vez esta mañana y no, definitivamente no queda un puto billete a Kandy. Dentro de unas horas descubriré que, como mínimo, hay que reservar plaza en primera con dos días de antelación. En plena Perahera, misión imposible. Por eso el vendedor de la taquilla se reía tanto, el muy cabrón.

He aprendido a decir bohoma istuti, que significa "muchas gracias".

Regresamos por el paseo marítimo, olas de tres metros, parejas agarradas de la mano, militares haciendo instrucción, un grupo de postadolescentes bromeando y enviando mensajes de móvil. Y ya, delante del hotel, cuando acordamos que Colombo es un lugar realmente feo, unos niños en uniforme hacen volar cometas de alquiler.



3 comentarios:

Diamante dijo...

Se hace uno una idea muy clara con lo de "una mezcla casi absurda de Tailandia y el Caribe" de como es aquello jeje

Salu2

Alberto Ramos dijo...

Es un Thai-Caribe Mix.

vaderetrocordero dijo...

Ya sabes decir "gracias". En cuanto sepas decir "por favor" y "perdón" ya puedes ir a cualquier parte... de Sri Lanka.

Bueno, y "cerveza".