martes, 7 de julio de 2009

Tres historias de terror

Ayer entregué la nueva novela que he escrito. La novela incluye un cuento sobre un hombre que no existe. Es un hombre que vive en un país que tampoco está claro que exista, porque la verdad es que aquel país apenas aparece en la televisión. El hombre del cuento quiere huir de su país porque hay países que existen demasiado. Existen tanto, tanto, que resultan imposibles, pero él no lo sabe y quiere ir a uno de esos países. 

Ese hombre, como otros muchos que sí salen en los telediarios aunque lo hacen lejos de su país inexistente, quiere viajar a ese país que sí existe para ver si, de este modo, él también es capaz de existir. Ignora que la mayoría de sus compatriotas existen en la tele precisamente cuando dejan de existir fuera de ella porque si aparecen en la tele es porque están muertos.

El hombre que no existe cruza un desierto, y luego se mete en una barca llena de gente que no cabe, y paga mucho dinero a un tipo, y peligra que la barca zozobre, y algunos mueren de sed, y luego llega otra barca con luces, y unos piden auxilio, y otros dicen que ése será el final de su viaje, y hay quien cae al mar y se ahoga. Y al final, el hombre que no existe consigue llegar a una playa, y sabe que tiene que ocultarse, y sabe que tiene que dirigirse a una ciudad llamada Barcelona. Barcelona es una de esas ciudades que parece que existan más de lo que existen en realidad. Y el hombre que no existe lleva algo más de dinero en el bolsillo y una dirección en la cabeza que se sabe de memoria. Y en cuanto llegue a esa dirección, le abrirá la puerta el primo de un primo suyo que, a cambio de algún dinero, le dará trabajo, y sólo por eso el hombre que no existe viaja de noche en los camiones de ganado.

Nadie sabe cuánto tiempo dura el viaje de ese hombre, porque ese hombre no existe. Y cuando finalmente llega a la dirección que se sabe de memoria, llama a la puerta y oye la voz de una chica. No esperaba oír una voz. Mucho menos de una chica. Esperaba ver al primo de su primo. Esperaba que ese hombre se hiciera cargo de él. Pero no. Lo intenta varias veces, en vano. Llama y llama y llama a la puerta de aquella casa. Sólo oye la voz de aquella chica y no sabe qué hacer. No sabe qué decir. Por eso no dice nada.

La chica le pregunta quién es, pero él no entiende la pregunta. Aunque la entendiera, no podría contestar porque no es nadie. No existe.

También ayer recibí un e-mail extraño. Era de uno de esos amigos del Facebook que no existe más allá del Facebook. Uno de ésos a los que agregas porque sí. Yo agrego a todo el mundo porque tengo curiosidad por saber qué hace la gente, qué le gusta más, exhibirse o espiar. Los agrego y me exhibo y los espío.

Hace un par de meses, ese amigo invisible me escribió otro e-mail para decirme que me había visto en la inauguración de una exposición, ahora no recuerdo si de Catalina Estrada o de Tim Biskup. Le contesté que la próxima vez que me viera al otro lado del ordenador me lo dijera a la cara. A mí me gusta hablar las cosas cara a cara. Contestó que es tímido.

Ayer me envió un nuevo e-mail en el que ponía: "¿Has recibido un paquete de la editorial Periférica?". No entendí a qué se refería. Conozco al editor de Periférica y sé que está en Cáceres, y pensé que, si aquel amigo anónimo del Facebook trabajara en aquella editorial, yo lo sabría. Era raro que me hiciera esa pregunta. ¿Cómo sabía que me habían enviado un paquete de Periférica? Él insistió: "Esta mañana he tenido ese paquete en las manos, la dirección era la de tu casa".

Bajé corriendo al buzón y, efectivamente, ahí estaba el paquete. Lo abrí. Era 'El agrio', de Valérie Mrejen. Lo más curioso es que hace dos mese arranqué mi nombre del buzón.

Por la noche quise celebrar que había entregado mi nueva novela. Fui a cenar con mi amor sobre ruedas, me invitó al Tantarantana, estábamos en la terraza trasera, y comí nero de sepia con chipirones y tomates secos, brindamos con vino blanco, bebimos y sonó el teléfono. Mi móvil se jodió hace unos días y ahora tengo un Nokia muy antiguo de color gris con puntitos blancos, diseño retrofuturista total, que suena como los zapatomóviles o los troncomóviles y mola mazo. 

En fin, que sonó el teléfono y contesté, y al otro lado alguien preguntó: "Quién tú eres?". Y yo respondí: "¿Y tú?". Y fuera quien fuese el que estuviera al otro lado se rió y dijo: "Yo pienso ecovogado, perdona tú me, yo ecovogado creo". Le dije: "No te preocupes". Y él: "Perdona tú me, gracias, adéu". Colgó.

Su acento era el de alguien que no existe.

Ahora suena el timbre de casa. Una vez, y otra. Y otra más. Y me pregunto si quien lo toca es uno de esos dos hombres que no existen: el amigo anónimo de Facebook que intuyo que además es el cartero de mi barrio, o el personaje de ficción que huyó para no llegar a ninguna parte. 

El timbre suena y yo miro el auricular del portero automático sin decidirme a levantarlo, llevármelo a la oreja y preguntar quién es. 

No sé lo que me da más miedo. Sobre todo cuando descubro que lo que más me asusta es cualquier otra posibilidad.

4 comentarios:

Diamante dijo...

Irak

No dice nada.

Gente mas cuariosa.

Yo estoy por volver a los moviles de toda la vida, esos que no se pueden hacer fotos ni nada, que son como una piedra, como una estaca, cuadraditos y simples XD. Zapatófono está bien pero debe sonar como tal. Los Nokia son muy funcionales.

Solo podia ser tu abogado

Alberto Ramos dijo...

La mejor frase que he leído en mucho tiempo (aunque lo mejor no es la frase en sí, sino que la haya escrito quien la ha escrito): "Ayer entregué la nueva novela que he escrito." Felicitaciones ansiosas.

Se me ha ocurrido un título para una novela: Barcelona tampoco existe.

Anónimo dijo...

Poirot dijo en sueños: "Su amigo de facebook es su cartero.Voilà..."

vaderetrocordero dijo...

Si abres la puerta y es un fontanero sin camiseta sal corriendo de allí!!! Estás en una peli porno!!!

Bueno, o quédate (y dinos como se titula)...