martes, 10 de junio de 2008

Egosurfing

El otro día decidí buscarme. Siempre me han dicho que ando muy perdida. Primero, mi profe de Mates, doña Matilde: "No vas por buen camino". Luego, mi madre, en plan: "Tendrías que decidir hacia dónde vas". Y más tarde, un montón de tíos, que simplemente me mandaban a la mierda sin especificarme exactamente dónde está.

Buscarte a ti misma queda un poco filosófico y bastante adolescente, así que mola. Pero lo primero que hay que hacer es buscar el modo de buscarte, y eso es algo más complicado. Porque si utilizas un buscador como Google, y haces eso que se llama egosurfing, puedes encontrar un montón de cosas que la gente dice sobre ti, o cosas que hiciste en otra época. Y ni lo que dicen sobre ti, ni lo que hiciste en otra época, acaban de definirte. Es decir: puedes encontrar la impresión que dejaste, en plan huella, marca o cicatriz, pero lo importante es el molde.

Los posmos practican el egosurfing a menudo. Es la manera de navegar sobre sí mismos en una autoidolatría que disfrazan de fashioneidad. Es como decir que practicas la curiosidad cuando en realidad das rienda suelta a tu narcisismo. Creer que estás descubriendo tendencias cuando te descubres a ti mismo sólo puede ahogarte en un estanque de frustración. Porque, por mucho que te encuentres en el teclado de otros, o en tu propio teclado -en aquel ordenador anterior-, siempre te faltará eso que hubieras querido encontrar, acostumbrado como estás al reflejo del espejo, más o menos fiel a la imagen que guardabas de ti.

Descartado el egosurfing, pensé colgar un cartel de "me busco", pero últimamente he estado en el punto de mira de psicópatas benévolos, y los que hemos visto la tele alguna vez sabemos que ésos son los peores: "parecía tan buena persona", decían los vecinos de aquellos asesinos que nos han puesto los pelos de punta, "parecía tan normal".

Nunca he distinguido lo que es normal de lo que no lo es. Pero no me apetece que todo el mundo se ponga a buscarme debajo de su cama (por si acaso soy un monstruo), en su armario de la cocina (por si soy un bote de tabasco), o en el fondo de sus cajones (por si soy una factura sin pagar), tampoco en los pliegues del sofá (esos veinte céntimos perdidos que se cayeron de un bolsillo).

En la tele estaba aquel anuncio, seguramente un servicio ilegal, que garantiza que desde tu móvil puedes encontrar a tu pareja para descubrir si te es infiel. Bien, pensé. Bien. Podría activarlo desde el móvil de mi pareja para localizarme. Pero, ay, no tengo pareja. No creo que el servicio sea muy útil desde el móvil de uno mismo, porque está claro que el móvil sabe dónde se encuentra: justo en el número que indica.

Lo raro es que, cuando te llamas, comunique.

Entonces, sin querer, di con esa página web. Búsqueda de personas, decía, averigüe teléfonos, domicilios, información comercial, antecedentes judiciales y si duerme con pijama o en camiseta, si tiene animales domésticos, ha conocido el amor o le han operado de amígdalas, si tiene tendencia a la histeria, vivirá muchos años o le gusta Operación Triunfo.

No me lo pensé mucho, y rellené el formulario. Puse mi nombre en la casilla y esperé los primeros informes. No tardaron en llegar. Indicaban que tenía que pagar una suma de dinero no excesivamente alta, y pagué, porque soy pobre, pero más pobre es quien no logra encontrarse.

Al poco, en las bandejas de entrada que llevan mi nombre, empezaron a llegar e-mails extraños. E-mails que solicitaban mi contraseña disimuladamente para, disimuladamente, acceder a mis bandejas de entrada y estudiar las cartas que allí se guardan. No caí.

Primer informe sobre mí misma: es recelosa.

Luego empezaron a llamar a casa. Decían ser de compañías de seguros, y yo contestaba: vivo de alquiler. Ellos insistían: pero tendrá objetos de valor. Y yo: una tele de segunda mano que apenas enciendo. Y los presuntos teleoperadores de la companía de seguros: pero tendrá un ordenador. Mi respuesta: los 100 euros que me pagaríais si me lo robaran no cubren ni una milésima parte del valor que tiene para mí lo que en él se guarda.

Segundo informe sobre mí misma: austera y con información reservada de gran valor.

Mi ordenador que no cuesta 100 euros detectaba cada tarde hordas de spywares, y los echaba a patadas, ve a que te fiche M. En fin, que por un lado me buscaba a mí misma, y por el otro rehuía cualquier intento de encontrarme.

Hace un rato, he recibido el tercer informe sobre mí misma. En él simplemente ponía: errar no es equivocarse, sino arrepentirse.

6 comentarios:

Zittric dijo...

Ya viste en las cajas de leche o en las boletas de la luz?...a veces aparecen fotos de personas perdidas...no andarás por ahí?

Saludos

Yeli dijo...

Pasé a saludar...
Un abrazo
Yeli

Benjuí dijo...

¿Qué quieres?, en eso nos pasamos todos la vida...

Argeseth dijo...

Huy, suena bien eso de ser "posmo" y también me gusta como usas el verbo "molar", será que del otro lado del Atlántico no lo usamos. Claro que considerando que ya vamos como en la tercera posmodernidad, yo tampoco estoy muy seguro de dónde me encuentro.
Brindemos por encontrarnos y que nos guste lo que hallemos.

Alberto Ramos dijo...

Yo me encontré en una avenida de las afueras de São Paulo, me hice una foto y me marché.

El taxista flipaba.

Unknown dijo...

Wa! mu interesante el tema, una disertación muy inteligente, unas ideas geniales con una metafísica de lo más amena, y algunas frases muy punteras. Ha sido muy placentero leerte, por lo ingenioso y por el descargo de los que no tenemos tanto talento para expresar ideas tan certeras