lunes, 17 de diciembre de 2007

No me imaginaba los cactus así

Al coger La trilogía de Claus y Lucas, uno de los personajes cayó de las páginas del libro a mi vaso de cerveza.

Es lo que pasa cuando estableces el punto de lectura doblando una esquina de la hoja, que si no vas con cuidado, luego los personajes se escapan. Y es lo que hizo Claus. O Lucas. Uno de los dos. Me costó reconocerlo, porque como son gemelos e idénticos, y además a veces juegan a hacerse pasar el uno por el otro, era prácticamente imposible saber de quién se trataba.

Estuve mirando un rato cómo nadaba en el vaso de cerveza, y le pregunté: ¿Quién eres? ¿Claus o Lucas? Otro de los juegos que les divierte es que uno se haga pasar por sordo y el otro por ciego. Entonces el sordo le describe al ciego quién viene, y el ciego articula marcadamente con los labios qué dice el visitante para que el sordo pueda seguir la conversación. Pero, en realidad, ni Claus ni Lucas son ciegos ni sordos.

Había una chica que era las dos cosas, ciega y sorda, y sólo conoció a una mujer en su vida con quien consiguió comunicarse. Lo hacía mediante el tacto, y esa mujer la llevó al zoo, para que tocara a los monos, y la subió en un avión, para que conociera la sensación de elevarse. También le hizo acariciar un cactus y, después de pincharse, la sordociega exclamó: "No me imaginaba los cactus así".

Un día, la intérprete de la sordociega murió, y la sordociega se sintió más sola que nunca. No hay nadie más solo que el que está ahí sin que los demás se den cuenta. Viene a ser como cuando Johnny cogió su fusil, que quiere desaparecer, pero no le dejan, Nadie entiende que quiera desaparecer, porque no comprenden que la incomunicación en público es una putada. Bueno, sólo lo es cuando ha habido una comunicación previa.

No es que te hayan arrancado del mundo, eso sería soportable. Es que te han arrancado el mundo a ti.

"Si estallara una guerra nuclear, yo no me enteraría", pensaba la sordociega. Seguramente los que vemos y oímos tampoco nos enteraríamos, ni de eso ni de nada, pero ésta es otra cuestión.

La cuestión es que ni Lucas ni Claus son ciegos ni sordos. Sólo juegan, porque así establecen un lenguaje propio, ajeno al resto de la humanidad. Yo miraba a Claus o a Lucas nadando en mi vaso de cerveza, y le amenazaba: "Hasta que no me digas quién eres, no te saco de ahí". Él seguía nadando sin contestar, porque a veces Claus y Lucas se entrenan para sobrevivir. Se pasan días sin comer, de modo que, cuando llegue el momento en el que tengan que pasar hambre, ya sepan cómo se hace. A veces hacen ejercicios de crueldad.

También escriben en un gran libro lo que les pasa, sin anotar ni una sola palabra que se refiera a las emociones, porque las emociones son subjetivas, y externas y, en realidad, ellos han creado un mundo interno. Más interno, de hecho, que interior.

Hacía frío, y a mí sí que me queda algún que otro sentimiento. No muchos, la verdad, porque me los extirparon sin querer cuando me operaron de las amígdalas. Yo creía que los sentimientos estaban en el corazón, incluso en la cabeza, en un lugar de esos que se consideran importantes. Pero por lo visto están en la garganta, ahí donde Linda Lovelace tenía el clítoris. Y que los sentimientos estén junto al clítoris tampoco me hubiera sorprendido; pero incluso las que no tenemos el clítoris en la garganta, también tenemos los sentimientos ahí. O en todo caso, yo los tengo ahí. Mejor: los tenía. Porque, como digo, me los extirparon sin querer.

En fin, por dónde iba. Hacía frío, y ver a Lucas o a Claus en el vaso de cerveza removió algo en mis amígdalas, así que lo saqué aunque no me hubiera contestado quién era. Lo pillé con la punta de los dedos, lo dejé sobre la mesa de centro y, oh, sorpresa, se convirtió en una mujer.

Tuve que frotarme los ojos durante un buen rato. Primero creí que Lucas o Claus en realidad era Ranma, que cambia de sexo cada vez que se moja. Pero Claus o Lucas no saben japonés ni están trazados como el manga. Luego pensé que mi teoría de pequeña era cierta. De pequeña, yo creía que quien nacía chico se volvía chica al cumplir los cinco años, y viceversa. Tanto era así, que recordaba sin duda que mi prima Marga antes se había llamado Juan.

En cualquier caso, ni Lucas o Claus, ni la mujer que había aparecido en su lugar, tenían cinco años.

Le pregunté a la mujer: "Pero, ¿quién coño eres tú? ¿Qué coño haces aquí?".
Ella contestó: "No digas tanto coño, que lo tengo seco".
Le dije: "Pero si estás empapada". Y le puse una toalla sobre los hombros. También le ofrecí una cerveza.

La mujer se llamaba Jennifer, y me contó que todos los gemelos en realidad son la misma persona. No es que dos gemelos sean iguales. Es que todos los gemelos de la humanidad entera por los siglos de los siglos son el mismo ser. Tienen un código genético exacto, son como clones. Por eso hablan un idioma diferente, y de pequeños se desmayan cuando los separas.

A ella, de pequeña, la separaron de su hermana June, y se desmayaron. Pero luego las juntaron otra vez, y se pusieron a escribir cuentos del mismo modo que Claus y Lucas también escribieron un gran libro. June y Jennifer escribieron sobre trasplantes de corazón de un perro a un niño, y sobre ataques de epilepsia en las discotecas. Y alguien pensó que estaban locas, y las drogó y las metió en un manicomio, y las drogas, en lugar de acentuar su imaginación, la mermó.

Cuenta la leyenda que Jennifer se sacrificó para que su hermana June pudiera comunicarse con el resto de la gente, y no sólo con ella. A eso, al hecho de poder comunicarse con más de una persona, se le llama libertad.

Pero la libertad comporta una responsabilidad muy grande, porque te obliga a comunicarte constantemente. Porque si no lo haces, se interpreta que no estás aprovechando tu libertad y te consideran una desagradecida. Y una desgraciada, de paso, también.

En cualquier caso, me contaba Jennifer que es cierto que se sacrificó, pero no del modo que dice la leyenda. No está muerta, como pude comprobar ayer, sino que se ha vuelto algo así como una emisaria de todos los gemelos del mundo para hacerles entender que no están solos en su aislamiento. Que tampoco están solos en pareja.

Es decir, Jennifer también está condenada a la comunicación: a aquélla que une a todos los gemelos del mundo en un único ente con un lenguaje propio.

Estuve mirándola un buen rato envuelta en la toalla, mientras se tomaba la cerveza que le había ofrecido, y empecé a pensar que no entiendo nada. ¿Por qué habría venido a verme a mí, precisamente a mí, si no tengo hermanas gemelas?

Luego le presté algo de ropa y se fue para continuar con su misión. Me dio una tarjeta, por si la necesito. En la tarjeta pone: "Jennifer Gibbons, The Silent Twin".

Regresé al libro de Agota Kristof. Y juro que Claus había desaparecido.

9 comentarios:

humo dijo...

Querida, yo que soy monotemática con una sola línea a-argumental, pasmo ante la capacidad que demuestras para juntar churras con merinas, darle vuelta y vuelta y sacar un plato estupendo.

Pi dijo...

Yo también me apunto a la línea monotemática de Humo, pero es que cómo no darle un empujoncito a tu ego de escritora para que flote más alto? es que te lo mereces, guapa.
Por lo demás... me dejas pensando en eso del uso de la libertad y la comunicación... sí, es una responsabilidad, sí...

clink clink
(que chin chin está muy visto)

Marta Luth dijo...

También existe una teoría por la cual Agota Kristof es hermana gemela de Fleur Jaeggy.

Anónimo dijo...

como pluritematica (nada mas llegar y ya hay que definirse, esta es una de las peores fiestas en las que he estado!)emocional y de dificil centro, em arrodillo antes vos.

Solo ver si los dedos de tus pies me cuentan el secreto.

Alberto Ramos dijo...

Ya lo dice la canción: "¿Dónde están las llaves?" (Claus, en catalán). Conclusión: Claus está en el fondo del mar, o de un vaso de cerveza.

Matarilerilerón.

Anónimo dijo...

La carcel de la exprexión

Vórtice Marxista dijo...

Es la primera vez en X años en que no sé exactamente qué decir ante una lectura. No obstante me veo profundamente movido a decir algo porque francamente me ha impresionado esta entrada (y todas las que he leido después buscando el truco -pensar:"lo mismo solo es genial en un texto... no, lo es en todos"-). Pues eso, que brindo y aplaudo, no sin cierta dificultad por tamaña gesta de equilibrio entre copa y aplauso y agrego ipso-facto tu blog a mis enlaces para poder seguirte el rastro con mayor facilidad.

Un abrazo de un futuro afín a tus próximos brindis.

Blasfuemia dijo...

Para no repetirme, dejo constancia de que te he leído. En todo caso, comento que he empezado a comerme orejas por si me produce el mismo efecto que a ti.

Zebedeo dijo...

Quizás no seas gemela pero si estás condenada a la comunicación. Aunque bien pensado como todos tienes algo de gemela: ya que tienes dos manos, dos piernas (y pies), dos ojos y dos... cervezas cuando las tomas de par en par.