viernes, 20 de julio de 2007

Una calle de París

Una vez me medioenamoré de un escritor. Nada grave. No es que escribiera especialmente bien, ni que su única novela fuera impresionante, ni que (al menos yo lo supiera) fuera rico. Pero en la solapa de su único libro salía bastante guapo, y busqué sus datos en las páginas blancas internacionales e internautas, y vivía en una calle de París, como la canción ésa de Duncan Dhu que empieza con un silbido a lo Silver. O no, o esa era otra canción, pero da igual.

En fin, estàbamos en que yo me había medioenamorado de un escritor porque salía guapo en la solapa, y también estábamos en que me fui unos meses a vivir en París, sin acordarme de que me había medioenamorado de un escritor que también vivía allí. Me instalé en lo que ellos llaman una chambre de bonne, que quiere decir "cuarto de la criada", y que nosotros llamamos buhardilla que suena más bohemio supongo que porque tiene una h intercalada.

En cualquier caso, donde vivía yo era un cuarto de criada, y no una buhardilla, porque las buhardillas tienen algo de bucólico, o entrañable, o algún adjetivo. Y en ese cuarto donde vivía yo no cabían ni los adjetivos. Era una mierda sin ningún encanto, con una cama, un armario que se caía a trozos, una nevera que me despertaba por las noches, una mesa y una silla que apenas aguantaba mi peso y nada más, todo amontonado en unos cuatro metros cuadrados. Eso sí, mi cuarto de criada tenía vistas a la Tour Eiffel, pero para verla tenías que ponerte de puntillas.

Yo, de bohemia, tenía los bolsillos. O sea, vacíos. Y es que para abrir una cuenta corriente en París antes tienes que demostrar que estás pagando tus facturas domiciliadas. Pero claro, no puedes domiciliar tus facturas sin tener antes una cuenta corriente.

Así que, como no tenía dinero, me dediqué a hacer una de las dos únicas cosas que se pueden hacer gratis en París: meterme las manos en los bolsillos de bohemia, y pasear.

En uno de esos paseos, llegué a Montmartre. Estaba dando una vuelta por detrás de Sacré Coeur, cuando de repente, el nombre de una calle me llamó la atención. "Pst, pst, oye", me dijo el nombre de la calle, "¿te acuerdas de mí?".

Era la calle donde, un año atrás, había visto que vivía el escritor del que me había medioenamorado. Era una calle bonita, vacía y que recuerdo blanca, aunque debía ser gris. Me dijo: "Ya tenía ganas de conocerte, creo que nadie se ha fijado tanto en mí como tú. Si hasta me consta que has buscado información sobre toda mi vida en Google". La calle se sentía muy orgullosa y estaba contenta. Mientras la recorría, esperaba ver salir al escritor de la solapa desde cualquier portal, eso era lo que la calle me debía. En cambio, me topé con un hombre que iba de chico y que iba en bicicleta.

Normalmente, cuando un tipo de ésos se dirigía a mí ("ça va?", te preguntaban y luego se ofrecían a acompañarte), yo solía contestarle: "Non, ça va pas du tout". ¿Por qué no, ma belle?", insistían ellos. "Pues porque vengo de enterrar a mi madre, estoy embarazada y tengo sida", respondía yo. Y así me dejaban en paz.

Pero esta vez había algo literario en el encuentro, la calle me había puesto de buen humor, y cuando el hombre que iba de chico en bicicleta me preguntó si era americana, le contesté que no. Y eso fue suficiente para iniciar una conversación.

Nos sentamos en la escalera de Sacré Coeur, y me contó que el americano era él, que era artista, que acababa de abrir una galería en Barcelona. Le conté que yo había sido periodista en otra vida que también transcurrió en Barcelona, pero que en París era simplemente pobre, y que era muy duro ser pobre, pero más duro había sido ser periodista. Algo así.

Entonces se me quedó mirando un rato largo, y tuvo una idea: "¿Quieres llamar al padre de Manu Chao? Manu es quien me alquila los locales en Barcelona, y su padre Ramón es director de una radio, quizá pueda darte trabajo". Me tocó mirarle un rato largo yo a él y finalmente acepté.

El artista americano vivía en la misma calle del escritor del que me había medioenamorado, en un piso envidiable (nada que ver con mi puto cuarto de criada) con vistas al Sacré Coeur. "Es curioso", me dijo el artista americano mientras íbamos hacia su piso envidiable, "hace nueve años iba por esta misma calle en bicicleta, como hoy, me encontré con una chica catalana como tú, la invité a tomar un café, al cabo de un mes salíamos juntos, y el mes pasado se fue, nueve años más tarde".

"Es curioso", respondí yo, "que nos hayamos encontrado en la misma calle después de tanto tiempo, que yo no sea catalana y que no vaya a subir a tu casa; supongo que es una cuestión de simetría, redondeada nueve años más tarde".

El artista americano subió solo a su piso perfecto y vacío, bajó con el teléfono de Ramón Chao apuntado en un papel. No nos hemos vuelto a ver.

Hace unos días, el artista americano aparecía en un diario, en su galería de Barcelona. Han pasado cinco años desde aquel encuentro. No recordaba sus rasgos, pero sí nombre. También recordaba esta historia por la que, unas semanas más tarde, Ramón Chao se medioenamoró de mí.

Han pasado cinco años desde aquel encuentro. Quizá dentro de cuatro tú irás por esa calle y me encuentres. O tal vez será él quien te detenga un momento desde su bicicleta.

6 comentarios:

Luigi dijo...

Me encanta la forma que redactas, como narras las historias, los sutiles toques de ironía y el encanto que das al conjunto.

Carabiru dijo...

Joer, suena sobado y manido, pero iba a decir prácticamente lo mismo que luigi...

No se si es real o no la historia, pero me ha cautivado, casi me he sentido con las manos en los bolsillos caminando por París.

Salu2

Don Peperomio dijo...

on a déjà lu la première partie de cette histoire? je me souviens du père de Manu Chao, je crois

J'ai beaucoup aimé, en tout cas.

Gracias por tus relatos...

Galahan dijo...

Ey, has retomado esta historia. Ahora está mucho más cerrada. Genial. Perfécta.

Me encanta tu ironía. Sería peligroso para mi encontrarme contigo en una calle de París, me temo :P

Tienen gracia las escaleras de Sacre Cour. Más que para subir, sirven para sentarse.

Alberto Ramos dijo...

Cerrada o abierta, la historia es de premio Rulfo.

Y estoy siendo totalmente objetivo (pero aviso: cuando me envíes aquellas herbes dolces que me prometiste, dejaré de serlo).

Diamante dijo...

Yo también he vivido en le cuarto de la chacha, a mi me gustaba.