martes, 11 de noviembre de 2008

En blanco y negro


Mis abuelos vendieron la casa de los algarrobos a los que yo me subía de niña; recuerdo que leí La historia interminable sentada en la rama de uno de ellos, hasta que las marcas de la corteza me tatuaron el culo.

Mis abuelos vendieron la casa de los algarrobos porque ya son mayores, y mis raíces les hacían tropezar, y aquellas ramas a las que ya no me subía les tapaban el sol, y no había manos suficientes para detener esos hierbajos que los devoraban y los agrietaban.

Mis abuelos vendieron la casa de los algarrobos y con el dinero compraron una planta baja a las afueras de una ciudad. La planta baja tiene un jardín que sí pueden controlar, con rosales y buganvillas, sin granados ni olivos, con césped, sin tierra que arar.

También había higueras, en la casa de los algarrobos, y un níspero, y dos naranjos, y cuatro palmeras que plantó mi padre. Recogió unos dátiles de la Plaza de las Palmeras, en el pueblo, y plantó los dátiles en vasos de plástico, y los dátiles germinaron, y crecieron las palmeras con minúscula. Porque no eran de la Plaza de las Palmeras, aunque lo fueran. Y también porque durante mucho tiempo fueron así, minúsculas, pero luego crecieron.

En la nueva casa de mis abuelos no caben todos los muebles que tenían, y están un poco apretujados, entre tapices que bordó mi bisabuela hace cien años, y lámparas que mi abuela hizo con barro, y alfombras y un perfume eterno de madera buena.

Cuando se mudaron, hace ya dos años, pusieron un corcho en la cocina nueva, en el corcho colgaron fotos nuestras. En algunas fotos aparecemos todos sentados en el porche de la casa de los algarrobos, y somos felices y sonreímos y hacemos el tonto. En otras fotos, aparecen mis hermanos solos, o mis padres, mis tíos. Siempre sonrientes y felices, y guapos, muy guapos. Si mis abuelos eligieron esas fotos para colgarlas en el corcho fue por algo.

Aparece un perro que tuvieron que regalar y al que queríamos mucho, y aparecen los mejores amigos de mis abuelos; aparecemos todos en la cena de navidad, y mis hermanos jugando a baloncesto.

El domingo fui a ver a mis abuelos, siempre me toca a mí preparar el aperitivo. Mi abuela quería un dry Martini y mi abuelo, un vino. Fui a la cocina, a llenar las copas y a servir unas aceitunas, unas galletas saladas y, de paso, me fijé en las fotos.

Entonces me acojoné un poco. Todas las fotos están hechas con una cámara digital, mi abuelo las imprime en un papel especial de ésos para fotos. Pues bien, aquellas fotos en las que salía yo estaban en blanco y negro. Se sacaron en color, se imprimieron en color. Hace dos años que están allí colgadas, en el corcho de la nueva cocina de mis abuelos. Las había visto otras veces, y siempre habían guardado el color. De hecho, el resto de fotografías siguen igual, con sus amarillos y sus naranjas, sus rosas y sus verdes. Las únicas que han cambiado son aquéllas en las que aparezco yo.

Volví a la sala con el dry Martini y el vino, y se lo comenté a mis abuelos. "Ah, sí", dijo mi abuelo, "ya nos habíamos fijado". A mi abuelo nunca le asombra nada, nos contó que a su hermano acababan de amputarle una pierna con la misma emoción con la que nos hubiera dicho que había pillado un catarro. Cosas de belgas, supongo. De belgas que viven en Mallorca.

A mis abuelos le gusta Internet. Mucho. Mi abuela hace partidas de Scrabble en francés, con amigas que tiene en París y en Bruselas, y mi abuelo navega, descubre páginas sobre la belleza y a veces chateamos, pero escribe muy lento. Mientras tomaban el aperitivo, mi abuelo y mi padre se bajaban no sé qué programa para el ordenador; mi abuela y mi madre hablaban de un Alzheimer que mi abuela no tiene.

Recuperé uno de esos álbumes antiguos y pesados en los que las fotos se desprenden igual que los recuerdos. Algunas se pierden. En esos álbumes, las fotos no son digitales. En la cubierta ponía: "Janvier 1980".

Ahí estaba yo, con un peto de pana, unas katiuskas, rubísima, y una bufanda que me llegaba a los pies; mi hermano apenas tenía un año. Todas las demás fotos aparecen en color; aquélla, y sólo aquélla en la que salgo yo, está ahora en blanco y negro. Recuerdo, por otras veces que he visto esa foto, que el peto de pana era marrón claro y las botas, rojas.

Cogí otro tomo, Avril 1983, ya habíamos nacido los tres. Mi hermano mediano y yo nos sentamos cada uno en una rodilla de mi abuelo, él nos lee un cuento de Teo, Teo va en avión. Llevamos aquellos jerseis que nos hizo mi abuela, exactamente iguales, pero el de mi hermano era azul y el mío rojo. No llevamos los gorros que mi abuela nos hizo a juego.

En la foto, también los jerseis aparecen en blanco y negro. Sólo las fotos en las que no aparezco yo guardan el color.

Cerré el álbum de golpe y pregunté: "¿Se puede saber qué coño significa esto?". Mi padre respondió que, por favor, no dijera palabrotas.

7 comentarios:

Don Peperomio dijo...

en un par de semanas me voy a Bruselas.
Alguna sugerencia?

Unknown dijo...

Cuando resuelvas el misterio, no te olvides de contarlo!

rotario dijo...

No será que te sients gris?
A veces pasa, que uno se siente gris y entonces todo recobra ese tono; sus fines de semana, su trabajo, su sonrisa, su casa, sus amantes, sus fotos ...

Bambu dijo...

Será que los colores se quedaron en la casa de los algarrobos?
Quien sabe...

Gwynette dijo...

Me he quedado acohonada!..es un fenomeno paranormal que debería resolver de Iker Jiménez!!! O_O

Saludos

Diamante dijo...

K buena, tan pequeña y ya con tatuajes XDD

El céspeded es la mullida cama de la tierra.

Joe, ahora los abuelos cojen las costumbres de los adolescentes de poner fotos en un cocho! wuau.

Es que el blanco y negro es mas natural, con el color consigues la realidad pero el blanco y negro...

6 dijo...

No tardes mucho, creo que estoy enganchada...