martes, 15 de mayo de 2007

París-Londres

Hoy me ha pasado una cosa que no puedo contar, pero que me ha hecho sentir muy rara, como si alguien me hubiera atado muy fuerte el nudo de una corbata, o estuvieran a punto de ejecutarme en la horca. Y como si, a la vez, me hubieran tirado polvos pica pica en los ojos, y de paso me estuvieran dando puñetazos en el pecho.

Como no puedo hablar de ello, hablaré de la vez que fui a Londres. Pero para eso, antes tengo que pasar por París. Dice una leyenda urbana que todos venimos de allí, porque las cigüeñas nos traen en el pico y nos reparten por las clínicas. Me perdí ese capítulo de House, pero seguro que existe, y House utiliza las cigüeñas para hacer tiro al blanco.

Dice otra leyenda urbana que es bueno recuperar las raíces, supongo que son buenas para la dieta, o no sé. En cualquier caso, mis raíces son belgas, pero también parisinas, porque todos venimos de allí. De manera que una vez, después de siete meses trabajando como una burra, cogí todos mis ahorros y me largué a las tierras donde se habla francés. Menos a Canadá, porque tampoco había ahorrado tanto. Y menos a África, porque me pillaba en dirección contraria. Y menos a... Que me fui a Francia, con intención de pasar por Bélgica después.

Vivía en lo que llaman una "chambre de bonne" (habitación de la criada) en el barrio más pijo de toda Europa, al lado del Bois de Boulogne. Y bueno, me familiaricé con los micropisos (creo que el cuartucho tenía unos 4 metros cuadrados, tirando por lo alto). Para los que nunca habéis intentado vivir en París, tengo que decir que sus funcionarios son peores que los de Larra, porque para darte de alta en una cuenta bancaria tienes que presentar un contrato como aval... y, claro, no puedes contratar nada si no tienes una cuenta bancaria.

Por culpa de estos rollos, y también porque me creía muy bohemia, durante las primeras semanas me dedicaba únicamente a pasear, que es una de las dos únicas cosas gratis que se pueden hacer en la Ciudad Histérica. Entonces, en uno de esos paseos interminables, me acerqué a Montmartre, porque sabía que en la rue du Chevalier de la Barre vivía un escritor argentino que estaba muy bueno. Y, bueno, a lo mejor me encontraba con él por casualidad.

Estaba buscando esa calle detrás de Sacré Coeur, cuando un chico en bicicleta se me acerca y me dice: "Hola". No porque estuviera especialmente buena (que lo estoy), sino simplemente porque imagino que allí van escasos de sexo, y le tiran los trastos a todo lo que se mueva.

Como no tenía nada mejor que hacer, y estaba sedienta de una buena historia que poder explicar algún día, le respondí: "Hola". Y nos pusimos a hablar. Resultó ser un artista americano que había abierto una galería en Barcelona. Al decirle yo que era periodista, aseguró que conocía al padre de Manu Chao, uno de los importantes de Radio France International. Que si quería que me diera su teléfono. Y contesté: "Pues vale".

"¿Sabes?", me dijo el artista de la bicicleta, "hace exactamente nueve años iba por esta misma calle, encontré a una chica española como tú, la invité a subir a casa, tomamos un café, al cabo de tres meses empezamos a salir, y desde entonces vivimos juntos".

"Qué fuerte", respondí yo, "que al cabo de nueve años te encuentres a una chica como yo en la misma calle, que también sea española, también la invites a subir, y te diga que no".

La cuestión es que, sin rencor, subió solo a su apartamento (y pensé: "Me cago en la puta, soy gilipollas, cómo es que estoy viviendo en una mierda buhardilla pudiendo meterme en la cama de este tío y levantándome cada mañana viendo el Sacré Coeur"), y bajó el número de teléfono de Ramón Chao apuntado en una nota.

Pasó un mes antes de que me atreviera a llamarle. Lo hice desde una cabina de la calle Saint Germain, porque por allí cerca estaba la Alianza Francesa donde me dedicaba a aprender un poco más de la lengua que el simple francés, y él me convocó en la radio. El hombre es un encanto, y un poco viejo verde, que cada noche llama a su nieto para leerle fragmentos de Don Quijote y no se le olvide el castellano. Lleva tatuajes por todo el cuerpo, y me invitó a una fiesta superpija de Le Canard Enchainé, que es un diario gráfico muy importante. Me planté con dos amigos de Barcelona que llevaban cuatro años en París y que nunca jamás de los jamases habían visto tanto petardeo. Me trataban como una héroe.

La cuestión es que, como de eso hace unos cinco años, mi cumple cayó por aquellas fechas. Y los que me alquilaban la habitación (al módico precio de hacer de canguro de sus hijos), me regalaron un viaje a Ascot, que es el sitio ése ultraglamuroso de los caballos y los sombreros extraños. Por lo visto, la hermana de uno de mis anfitriones tenía una pedazo de casa de cagarseporlapatabajo allí porque su marido es el notario de la firma de las patatas Pringles, que es, a su vez, la empresa de no sé cuántos jabones y ropa de bebés, y la marca Schweppes. El tío vive a cuerpo de rey a cambio de ir cambiando de casa cada dos o tres años: ahora Suiza, ahora Nueva York. El sueño de todo winner.

El problema es que soy un poco looser. Y ya me veía diez días tomando el té de las cinco, hablando de lo cloudy que estaba el tiempo y ejerciendo de milady. Así que antes de coger el Eurostar (que es un tren que flipas porque va por debajo del mar y si miras muy, muy, muy atentamente, incluso puedes ver tiburones y pulpos por la ventanilla), llamé a Ramón Chao. Y él me dijo: "Mnudo coñazo es eso que me cuentas de Ascot". Entonces me pasó el teléfono de Anne Wright, que está más zumbada que él (si cabe) y es la traductora al inglés de García Márquez.

Como me temo que os estoy aburriendo, paro aquí. Contar esto ha sido un ejercicio egoista, porque ha permitido que me desahogara en sustitución de lo que no puedo contar.

9 comentarios:

Galahan dijo...

Joder, que viaje más chulo!
Oye, ni se te ocurra ahora callarte la parte londinense que ya dejaste semi-apuntada en mi blog.

Suena muy muy prometedora!

Me encanta ese viaje y la determinación de hacerlo sola. Es como más aventuras se corren. Genial.
Sigue, por favor.

Galahan dijo...

Por cierto, dices que hablarás de Londres y no has dicho ná!

Ah y... que se pase la alergia pronto. Salud! ;)

Para, creo que voy a vomitar dijo...

Aburrirnos?... aburrirnos????? Quiero más!!!

En serio que me alegras las mañanas cada vez que te leo pq me echo unas risas..., y no es peloteo para que me linkes pq ya me tienes linkado jajaja

Sigue no contándonos lo que no nos quieres contar.

Alberto Ramos dijo...

Pues el año pasado recibí un mail de Ramón Chao con las bases de un concurso de cuentos. Iba a participar, pero ya lo había hecho el año anterior y no me quedaban más cuentos (bueno, en realidad sí me quedaban, pero eran peores).

Mel Alcoholica dijo...

Es verdad, Al; supongo que son los cuentos del Premio Juan Rulfo. Cuando le dije cómo había llegado hasta él, Ramón Chao me animó a que escribiera la historia para presentarme a la convocatoria. Qué fuerte. He acabdo haciéndolo aquí, cinco años más tarde. Con el premio mil veces mejor de que me leáis.

Pero caballeros, vamos a dejar de comernos las pollas, que diría el Señor Lobo. Acabaré el relato del viaje, pero no sé cuándo, que esta noche me toca ir con los candidatos al partido del Español. Dios, y yo que no sé ni cómo se pone un gol.

Alberto Ramos dijo...

Sí, esos premios.

Un gol no se pone: se encesta. Creo, aunque tampoco soy periodista. De lo que sí estoy seguro es de que cuando un jugador ¿mete? tres goles en un partido, eso es un "hat trick" (como sabe cualquiera que haya estudiado inglés).

Buen viaje.

El maligno dijo...

Hat = tres y trick = goles. La misma palabra lo dice...

Joyce dijo...

Qué bonito es viajar! Queremos más viajes así. El próximo a donde?

Churra dijo...

Ahora ya, que me corroe la curiosidad mas malsana sobre lo que no puedes contar ....dime
¿el tio de la bici estaba bueno o no??.....menos da una piedra .
Besos guapa