martes, 18 de octubre de 2011

Un sueño


Estaba tumbada a su lado, con la cabeza apoyada sobre su pecho, en uno de esos abrazos de oso que solía darnos. Nos hallábamos en aquel espacio desajustado en el que sabíamos lo que iba a pasar al cabo de dos días, pero no lo que ocurriría antes de que se cumpliera ese plazo fatídico. Esto es: el territorio de los sueños. 

Hablábamos creo que de Ellroy. Se giró hacia un calendario de 1971 colgado junto a la cama y dijo: “El día 13 se cumple el aniversario de su muerte. Ochenta años”.

–Ochenta años mola, es una buena edad para morir –le contesté consciente de que él no alcanzaría esa edad. Yo sabía, porque en los sueños esas cosas se saben porque la vigilia va a otro ritmo, que él se moriría al cabo de dos días, a los cuarenta y tres. El siete de octubre. Pero para que esa realidad no se cumpliera (y en el mundo onírico podemos cambiar lo que queramos), añadí: –Claro que nosotros viviremos hasta los ciento veinte.

–No, lo importante es 1971, lo importante es el día 13 –respondió.

Era extraño estar con él en la cama, de aquel modo fraternal, hablando de Ellroy y de la muerte. Descubriendo cosas que no sabía que habían pasado, porque la cronología, la lógica del tiempo, iba en otra dirección. En eso consisten los sueños, sí, y en eso consiste la ficción: en jugar con los datos, en desordenar la información, en mezclarlo todo según unos intereses para otorgarle un sentido. 

Que él se haya muerto no tiene sentido alguno. Que se haya muerto así, tan de repente.

Se levantó. “Me encuentro mal”, dijo. “No”, pensé yo. Así empezó todo. O así acabó. 

–¿Quieres que llame a un médico? ¿Te acompaño a algún sitio?

He intentado aferrarme a ese sueño desesperadamente, porque en el sueño él aún estaba vivo y yo sabía que iba a morirse y él no, y tal vez todavía podríamos salvarle y, en cuanto despertara, nada tendría sentido. Para que la ficción se convierta en realidad, hay que transformarla. Creérsela. Espera, espera.

Me he despertado con el pelo por delante de la cara. Temblando. Ellroy, por qué Ellroy, si ni siquiera ha fallecido. Dice mi amigo el Lobo que los sueños son el lenguaje de... pero para mí aún no está muerto. Como Ellroy. Cómo voy a creerme eso, si no tiene sentido.

La vida, en realidad, es inenarrable. Con la muerte pasa lo mismo.

Eran pasadas las tres y media. He jugueteado con Google, buscando respuestas que sólo inventaría. En 1971, Ellroy fue arrestado por la policía de Los Angeles. Vale. Su madre fue asesinada en 1958, tenía 42 años. 

Su manera de escribir nada tiene que ver con la de él. Mero pasatiempo para no recordar qué era lo que de verdad me había despertado. Intento de recuperar el sueño, ese terreno en el que, aunque sabemos lo que va a pasar, creemos que podemos cambiarlo.

Insomnio. Miedo. La crueldad de morir despierto. La paradoja. La palabra y el concepto "conciliar". Y luego.

2 comentarios:

humo dijo...

El miedo a la muerte puede superarse; no así el miedo a una larga agonía.

Zittric dijo...

Es genial matar de mil maneras a ese alguien que a veces da abrazos de oso.