sábado, 20 de noviembre de 2010

Hombres supuestamente interesantes con los nunca volveré a acostarme (IV)

El tío bueno de manual. Este post explica por qué el verano de 2003 fue el más caluroso de la historia. Lo conocí por Internet. De hecho, lo conocí a través de un foro de cine. Entonces no chateaba ni nada, pero era un poco cinéfila y, no sé por qué, me llamó la atención la discusión que él había iniciado bajo el epígrafe ODIO A NANNI MORETTI!!!, así en mayúsculas y un montón de signos de exclamación. Decía que La habitación del hijo era una puta mierda. No recuerdo qué contesté, pero al día siguiente tenía un e-mail suyo bastante divertido en la bandeja de entrada, así que empezamos a escribirnos casi a diario, a ver quién era más chulo, y creo que me dejé ganar.

Una cosa llevó a la otra y, por pura soberbia, decidimos quedar con un par de cojones o varios. Nos citamos en la puerta del Verdi, pero antes me emborraché en casa de un amigo que vivía delante porque una cosa es tener arrojo, y otra muy distinta presentarte sobria a una cita a ciegas. De hecho, tan ciega iba, que me costó creer lo que vieron mis ojos: el tío estaba buenísimo. Pero no estaba bueno porque mira, visto lo visto, tiene un pase y tapándole la cara con la almohada, todavía. Tampoco estaba bueno porque me cayera bien y eso. No: estaba buenísimo de verdad. Como un puto tren, era un jodido adonis. Ojos azules, pelo rizado y moreno, un cuerpazo.

Fuimos a tomar algo al Blues Café y me contó que su novia estaba trabajando en Formentera, no regresaría a Barcelona hasta septiembre. Yo también salía más o menos con un buen chico al que ayudé tanto como puteé, aunque él ahora sólo se acuerde de la primera parte. Pillamos taxi y cuando llegamos a su casa le di un beso en la mejilla, adiós. El tío flipaba. Se quedó en medio de la calle Padilla mirándome como si estuviera loca mientras yo le decía al taxista: arranque. Evidentemente, me conecté nada más llegar y le envié un mail. Volvimos a quedar al cabo de dos días.

Era 21 de junio, justo cuando empezaba el verano.

Recuerdo que la noche más corta del año se nos hizo aún más corta, y los pájaros nos sorprendieron en posturas imposibles que fuimos perfeccionando día a día, enredados y sudados ahora en el sofá del piso de su madre, ahora sobre la lavadora de su casa o en la mesa de mi cocina. Hablando vulgarmente, éramos dos putos conejos; hasta entonces no recuerdo haber follado tanto con nadie ni tan bien. Creo que el mejor polvo fue en la ducha, arrancamos la cortina, lo inundamos todo, pero bueno, él tenía mucho tacto, un gusto delicioso, olfato para entender qué quería, o mucha vista, nunca tocaba de oídas. Aunque los provocara todos, me hacía perder el sentido.

Éramos buenos amigos y él, un narcisista de la hostia. Es decir, cuando lo hacíamos de pie (su madre había forrado las paredes de la habitación con espejos), él miraba cómo se le marcaban los abdominales, por ejemplo. Un fantasma. Tenía cinco o seis amantes con las que quedaba de vez en cuando y luego me contaba cómo había ido; yo también tenía algún que otro amante, pero eso nunca lo cuento. Una de esas chicas vino a propósito desde Italia para pasar cuatro días con él; él prefirió pasar esos cuatro días conmigo y a ella solo le brindó un café. Ella perdió la cabeza y le arañó en la cara. Con las demás, provocaba situaciones así; es lo que tiene la belleza, que apasiona. Nos llevábamos bien. Mejor todavía: nos lo pasábamos bien. Y parte del morbo (si no todo) estaba marcado en la fecha de caducidad.

Las paredes ardían, los viejos se morían en Francia, sudábamos sin parar, bebíamos sin parar, me fui sola diez días a Praga, me instalé en un piso del barrio judío, conocí al camarero de un bar llamado Chocho, releí La insportable levedad del ser en francés, me ahogué en litros de cerveza, engordé pero a él le daba igual. Cuando volví, nos fuimos juntos a Mallorca, lo metí en casa de mi abuela, me la metió en la cocina de mi abuela con mi abuela durmiendo en la habitación de al lado, intentamos seguir en el balcón pero entonces temimos que nos viera todo el puerto. Lo intentamos hacer en una barca. En fin. También pasamos una noche en una playa y primero nos picaron los mosquitos y de día nos quemó el sol, un bicho alado nos perseguía por las dunas y nos refugiamos en el mar.

Y llegó septiembre. Pasamos nuestro último fin de semana juntos en Cadaqués, imaginamos cómo seríamos al cabo de veinte años. Él estaría liado con una amiga de su hijo, sería un hombre interesante; yo sería una escritora solitaria un poco huraña, muy cínica por no haber encontrado nunca el amor. “Mentira”, dijo él, “serás una madre cojonuda y estarás hasta las trancas por tu marido, que será la polla en vinagre”. Nos citamos para entonces en aquel mismo bar donde el camarero, sarcástico, nos sirvió dos cortados con un corazón de cacao pintado en la espuma de la leche.

Llegó septiembre, sí. Y con su novia llegó el frío. Dejamos de vernos, según lo previsto. Es curioso que el tío que las volvía a todas locas no me hiciera perder nunca el control. Poco antes de Navidad, fui a comprar un abrigo. Al salir de la tienda, me lo encontré por la calle. Ostras, qué sorpresa, cuánto tiempo, cómo va. Hablamos un rato y me invitó a ver El retorno del rey. Yo había visto las dos anteriores de El señor de los anillos con Hombre Supuestamente Interesante con el que Nunca Volveré a Acostarme (modalidad: cantante de grupo 1) y pensé que sería buena idea cambiar de pareja, a ver si me mentalizaba de una vez de que aquello se acabó.

Fuimos a ver la película, luego tomamos unas birras, me dijo que había cortado con su novia. Últimamente, recibo mensajes de chicos que cortan con sus novias y quieren quedar conmigo, ¿a quién le halaga ser un premio de consolación? Bueno, siempre tranquiliza saber que tienes plan si lo necesitas. Nos colamos en la Sagrada Familia de madrugada con la idea de echar un polvo en una de las torres. Pero el segurata nos pilló cuando inciábamos el ascenso al éxtasis (hablo de escaleras, no de sexo), así que tuvimos que conformarnos con un apaño prosaico en la caseta infantil de un parque que hay delante de la ya Basílica.

Ahora que me he mudado, veo esa Basílica desde el balcón, así que no puedo menos que recordar casi a diario la felicidad despreocupada de aquel verano, el más caluroso de la historia. A él me lo encontré el otro día en el concierto de Micah P. Hinson, está tan guapo como siempre y también piensa mucho en mí. Dice que no le queda más remedio, que soy omnipresente, que salgo en todas partes. Qué pesada, incluso yo estoy harta de mí misma. Cuando nos conocimos, él decía que yo era inevitable. Yo aún guardo su teléfono con el nombre de Dios.

Hasta aquí, la parte pornorromántica. Falta la tragicómica: aquélla en la que descubrí que en realidad no había cortado con su novia, ella me descubrió a mí y se armó la de Dios es Cristo. Nunca mejor dicho. Del paraíso al infierno hay más de un pecado. Pero ésta es otra historia. Podría titularse algo así como Mujeres Sin Duda Interesantes a las que Nunca Podré Acercarme. Próximamente en sus pantallas.

6 comentarios:

Alberto Ramos dijo...

Una vez me presenté sobrio a una triple cita a ciegas.

Mel Alcoholica dijo...

Ellas, que también estaban buenísimas, te vieron doble. Aquel fue el principio de una buena amistad.

Alberto Ramos dijo...

Cierto. Por ídem, lo siguen estando.

Viuda de Hombrepez dijo...

"¿a quién le halaga ser un premio de consolación? Bueno, siempre tranquiliza saber que tienes plan si lo necesitas." Gran verdad.
Ya verás, me va tocar plantearme lo de escribir un libro para añadirle a soitaria la condición de escritora, y así de paso tirar de agenda tan a gusto.

humo dijo...

Me da rabia tenerme que conformar con tus post porque no sé cuál es tu nombre literario.
Eres genial en las historias cortas. Me queda la duda de cómo serán tus novelas, si las hay.
Besos

Mel Alcoholica dijo...

Gracias. Ni mi alter ego ni yo sabemos escribir novelas, querida humo. Tampoco existimos. Ni siquiera la realidad.
Besos.