domingo, 18 de diciembre de 2011

Twiggy no mini skirt de

En esta ciudad, siempre llega un momento en el que el tío se aparta y, mirándote a los ojos, te dice con arrogancia: “Supongo que estás tomando la pastilla, porque como no dices nada”. Entonces le respondes: “No sabes cómo te la juegas, ¿acaso ignoras lo peligrosas que son las mujeres a nuestra edad?”. En realidad, le pellizcarías los genitales con las uñas porque a ti te enseñaron que antes de entrar hay que pedir permiso y, antes de correrte, tienes que avisar. Habrase visto semejante rostro.

Luego lo acojonas un poco. Cuatro palabras para después de un polvo: “¿Te gustan los niños?”.

Él se lo toma como una broma pesada y, mientras, tú le observas con atención. La alopecia amenaza su sesera, no quieres eso para tu hijo. Demasiado pelo en el pecho, su boca es fea. A tu lado yace un monstruo sudoroso y satisfecho al que no conoces de nada y con quien podrías tener una relación genética el resto de tu vida.

Te imaginas levantando a tu hijo por las mañanas, dándole el desayuno, acompañándole al colegio, una copia de este tío que te recordará para siempre aquellos cuatro polvos que echaste un viernes noche porque ibas borracha o caliente o porque, simplemente, te daba la gana. Hay mujeres dispuestas a ello. Mujeres cuyo absurdo reloj biológico se lo reclama al precio del sexo gratis que, a diferencia del deporte, debilita el corazón y te calienta la cabeza.

No sabes cómo, la conversación deriva hacia las estrategias de apareamiento, los concursos de deletrear americanos, los escritores posmodernos, la tontería de los escritores posmodernos, secretos y mentiras de los putos posmodernos, algún exnovio, alguna examante. 

Y de repente (siempre llega ese momento en esta maldita ciudad), salta un nombre. El nombre de una mujer que te odia y dentro de la cual este semental dejó impregnada durante unas horas su semilla. Siempre pasa. Da igual con quién te acuestes, da igual si lo haces la primera noche o después de un cortejo de tres días. Siempre descubres que has intercambiado fluidos con alguna petarda, la hermana de una vieja rival o la novia de tu mejor amigo. Tú te guardas muy mucho de mencionar nombres, igual que en este blog, que voy a tener que empezar a cambiar pseudónimos porque, queridas lectoras, son ustedes muy listas y su capacidad deductiva deja en ridículo a cualquier detective.

De hecho, hace poco más de un año, uno de esos amantes esporádicos que tuvo conmigo (igual que otros) problemas de erección, reconoció que se había liado con alguien que leía este blog. De modo que ya sabéis, chicas, aquél que os dijo: “Nunca me había pasado esto”, mentía. Como mínimo, le pasó conmigo.

Breve inciso sobre los gatillazos. La lección me la dio mi hermano. “Maligno”, le dije, “algunos hombres no empalman conmigo, yo les digo que no pasa nada, pero en realidad me jode un huevo. Les comento de coña: eso es porque no te gusto, y ellos responden, sí, me gustas mucho, nunca me había pasado esto”. Mi hermano el Maligo contestó: “Qué coño. Tendrían que decirte: Perdona, bonita, pero si me gustaras la tendría dura como un palo”.

Repasados viejos amores sin amor, tras calibrar afinidades (qué es mejor, el vino o la cerveza? El vino. Mierda, no tenemos futuro), y soltar algunas anécdotas, empieza el reto con el compañero de cama.

Antiguamente, llegados a este punto, los mandaba a buscar cruasanes y, cuando volvían, no les abría la puerta. Luego maduré y jugaba a lo mismo que ellos. Primera opción: a ver quién ha sido más cabrón. Empieza una retahíla de medallas al más hijoputa, incluyendo la estrategia de mandar a tu comañero de cama a buscar cruasanes y no abrirle la puerta cuando vuelve. Por su parte, qué sé yo, chiquillas desesperadas que les envían mensajes sin parar y son capaces de plantarles en casa a la policía. Es como decirte: nena, no te convengo. Y en tu caso: no te hagas ilusiones, pequeño.

La segunda opción es más sibilina, pero no por ello más femenina. Muchos hombres la llevan a cabo apelando a nuestra sensibilidad. Consiste en decirte: “Estoy muy bien contigo, me gustas mucho, blablablá”, para que exhales un oh, y apuntes su nombre y su teléfono, y los tengas en mente (aunque ellos nunca te llamarán y, si se te ocurre llamar a ti, te pondrán cualquier excusa en el caso muy improbable de que contesten). Vencer es fácil, consiste en pagar con la misma moneda, nada de hacerse la dura. “Oh, sí, tú también me gustas un poco, tendríamos que hacer algo juntos”, a ver si así se asustan y te dejan en paz. De este modo empieza en muchos casos el enamoramiento. En serio.

El otro día recordé un vídeo que alguien colgó en su blog hace unos años. En él aparecía una revisión occidental y actualizada del clip Twiggy Twiggy, de Pizzicato Five. En lugar de un monitor, salía un ordenador portátil; las cámaras eran digitales, todo muy posmo. La chica que cantaba era rubia y yo comenté en aquel antiguo blog: “Joder, qué fuerte! Pero si ese fue nuestro proyecto final de carrera! ¿Cómo ha llegado hasta aquí?”. Como hiciera Haneke en Funny Games, dije que habíamos grabado exactamente el mismo vídeo frame por frame, pero cambiando los actores y el atrezzo. Era mentira, claro. Una estrategia de seducción basada en la misma falsedad en la que se basan las demás.

Pues bien, el otro día quise recuperar aquel vídeo, pero no sé exactamente dónde lo vi y ha pasado un montón de tiempo, así que sólo se me ocurrió una cosa: contactar con los blogueros de antaño con los que, al abrir Cerrado por Melalcoholía, tenía más o menos relación. Una relación virtual de comentarios y quizás un mail de vez en cuando. Una relación de lugares falsos, nombres falsos, de desconocidos que se encuentran, inventan noches, instantes y nada. Ficción.

Me presenté con mi nombre real y me sentí igual que aquellos polvos esporádicos que ya ni siquiera recuerdas y que irrumpen de pronto y te dicen: “Tengo sida, tendrías que hacerte la prueba”. O casi peor, llegan con un bombo y te sueltan: “Hola que tal, esto es tuyo”. Lío embarazoso.

“Hostia, Mel, ¿eres Mel de verdad? Nunca imaginé que Mel fueras tú, cuánto tiempo. ¿Un vídeo? No sé de qué me hablas, lo siento”. La sinceridad asusta.

La misma sensación de haberlo inventado todo, de que esos hombres, en realidad, nunca estuvieron ahí. Ni yo tampoco.

Cuántas veces no me habré sentido así en esta ciudad, en tantas camas distintas de las que lo único que podías hacer era largarte corriendo y sin correrte. Así que tú eres Tal, que trabajó con Cual, que salió con X, le puso los cuernos con Y y Z, y le rompió el corazón a Mengana por culpa de Fulano que fue mi jefe. Era casi incestuoso. Por eso opté por el fucknrunnismo (huir antes incluso del segundo polvo, para que no empiecen las conversaciones posteriores con su consecuente unión de puntos). Y por fin empecé a salir con alguien que no era de aquí y cuyas ex son tan famosas como personalmente desconocidas, con lo cual me ahorro sorpresas. Y sé con quién estoy. Bueno, más o menos. Eso nunca llegamos a saberlo del todo.

Pero tengo que reconocer que a veces echo de menos la familiaridad de aquellas conversaciones sobre la almohada con desconocidos que resultaban no serlo tanto, ese provincianismo esnob, poner a parir a los posmoniños, jugar al quién es quién entre las sábanas. Saber que, si contraemos alguna enfermedad o tenemos descendencia, todo quedará entre nosotros. Aunque no existamos.

Como tal vez tampoco exista aquel vídeo que, de momento, sólo pervive en mi memoria.

5 comentarios:

humo dijo...

Querida, antes de comentar he contado los tíos con los que me he echado un polvo a lo largo de mis muchiiiiiiiiiisimos años, y no me salen más de una docena, incluyendo a un ex marido.
Así que no he entendido nada de este post.
O sea, el gap generacional, o como se llame.

Mel Alcoholica dijo...

Querida Humo,
Aunque nadie lo crea, este blog es ficción. Además yo soy muy macho; esto es: que exagero hasta la fabulación, sobre todo en lo referente a mis gestas amatorias. En realidad permaneceré virgen hasta el matrimonio. Todo lo que sé, lo sé por lo que me cuentan los demás.
Sin embargo, me iba muy bien la transmisión de cuerpos (carnal) como metáfora de la transmisión de datos (virtual). Salió el otro día la noticia de un hacker que iba a crear un virus para la memoria humana, como si no tuviéramos suficientes virus de esos.
En cualquier caso, Barcelona es una ciudad tan pequeña que parece un club social. Peor: un local de intercambio de parejas.

Alberto Ramos dijo...

Reconozco que flipé mucho con el mail del otro día. En serio, jamás habría imaginado que Mel y Hernán Casciari fuerais la misma persona. ;-)

Zittric dijo...

Y ke importa si eres él o ella, y si anda un video por ahí, o si es real o ficción...igualmente a todos nos gusta...me encanta como se narra cada historia, y como cada una está ligada a la primera del año 2 mil y algo...entrando y saliendo de espejos, esperando al sr. Fregono...o pidiendo croisant para no abrir la puerta nunca más...ke importa si pasaste ya por todas las camas y bares de Barcelona y otras ciudades...o si hay ke salir corriendo por tu Amiga La Loca se mando una de aquellas buenas frases arriba de una mesa...sin eso, no habrían historias y personas riendo de buena gana al otro lado de tu mundo, reflejandose en una especie de espejo empañado, en cada una de tus líneas...me encantan tus letras, y no creo que sea bueno cambiar los seudónimos, si a alguien le keda el poncho ke se lo ponga...al ke no, ke siga riendo...he dicho!

SALUD!!

Galahan dijo...

:-)