martes, 14 de diciembre de 2010

Todas las películas hablan de él

Nos conocimos una noche en la que yo iba de Clyde, rodeada de algunas Bonnies. Fuimos a propósito a un bar de la Diagonal para verlo con nuestros propios ojos, nos dijeron que él estaría allí y nos costaba creerlo. El impacto fue brutal. Se acercó inmediatamente. Era un galán loser, medio loco y muy listo, simpático, divertido y encantador, que fingió que le arreglaba un zapato a mi amiga La Loca, se le había roto un tacón. También fingió que me regañaba delante de todo el mundo supongo que para impresionarme. No lo consiguió.

Volvimos a coincidir meses después, en noviembre. Nos emborrachamos en el Milano con otros que también se emborracharon por culpa de los tequilas letales a los que siempre nos invita un amigo. Acabamos en el Luz de Gas, él contándome historias desgarradadoras, yo con el corazón hecho un trapo.

No sé si sería una estrategia o qué, pero su rollo surtió efecto. Lo acompañé a un taxi, del taxi lo acompañé al hotel. Me dijo que quería que me fuera con él a Madrid, que viviéramos juntos. Luego cayó redondo en la cama y se quedó profundamente dormido.

A la mañana siguiente aún se acordaba de mí. Consiguió mi número y me llamó con una excusa rara. Yo me olvidé de él, pero no del todo: siempre tendría una anécdota que contar. Días antes del puente de la Constitución, me escribió un mensaje: tenía que venir a Barcelona. Vale, pues iremos a tomar un aperitivo a la Boqueria. “¿Y no quieres tomarte otro en Madrid?”. Convénceme de que el trabajo no es tan importante. “Aquí nieva y estoy frente a la chimenea, además cocino muy bien”. Si no lo consigues así es que no tengo sentimientos. Etcétera.

Fui a buscarlo a la estación preguntándome qué coño estaba haciendo. Dejarme seducir por él era lo más friki que haría en la vida. Me dijo que necesitaba unos zapatos nuevos y lo acompañé a comprarse unos. La gente nos miraba en la Rambla.

Antes pasamos por su hotel y, en la recepción, me soltó a bocajarro: quiero pasar contigo todo el tiempo posible, intentaré no separarme de ti. No supe qué decir. Me reí. Este tío me descoloca. Nos tomamos unos boquerones y unas cañas en La Bodegueta. La gente le felicitaba, se sacaba fotos con él, uno le pidió un autógrafo, le saludaban y le decían que muy bien.

Le hicieron una entrevista en una televisión. Volvimos al Milano, nos tomamos uns gintónics. Vinieron mis amigos y algún amigo suyo. No nos emborrachamos tanto como la otra vez. Por eso, cuando me dijo que me amaba, que se había pasado las tres semanas pensando en mí, comprando el periódico a diario para leer mis artículos, flipé. Puse los ojos como platos. Le dije: no puede ser. Él sonrió resignado. Ése es el papel que represento normalmente, me lo había arrebatado. La que suelta barbaridades sentimentales para dejar al otro clavado soy yo. Y de repente me tocaba dar la réplica. Nunca había estado al otro lado.

De todos modos, le creo solo a medias; al fin y al cabo, ambos trabajamos con la ficción. Sabemos jugar con ella. Dominamos, cada uno a su manera, los trucos de la interpretación.

Le propuse que tuviéramos un amor platónico para hacer algo distinto de lo que había hecho él con sus tres mil mujeres, yo con los doscientos hombres con los que me habré acostado. ¿Doscientos?, preguntó con cierta incredulidad. Bueno, dejémoslo en cien. Dijo que haríamos lo que yo quisiera, aunque debía matizar que no le parecía una buena idea: si lo único que había funcionado con toda esa gente era el sexo, ¿por qué privarnos de él? Tiene lógica.

Al día siguiente fuimos a Madrid, al estreno de Todas las canciones hablan de mí. Salimos con el futuro inmediato del cine español y nos divertimos hasta tarde. Hablé con el director de Pagafantas sobre su madre, que debe ser el personaje más bizarro y extraordinario sobre la faz de la tierra: la buena mujer mira la televisión a través de un espejo porque no le gusta dónde está colocada en su habitación. Evidentemente, puede ir olvidándose de las versiones subtituladas.

Hemos pasado juntos casi una semana comiendo castañas junto al fuego, tomando cañas con sus amigos, paseando con su perro cojo por el Escorial, viendo el capítulo más demencial de su serie. He jugado a la Play con su hijo, he hecho los deberes con él, le conté el chiste del bollo que habla. Es verdad que cocina bien, ahora unas lentejas, ahora un pescado con naranja.

Desayunábamos durante horas en su porche con vistas a la Sierra, mientras leíamos la prensa, él sin miedo ni pudor alguno a decirme que me adora. “Así que eres una mantis religiosa, eh?”. No le cuelo una. Y me acerca una tostada con tomate a la boca.

Me enseña su Harley Davidson de montaña. Me promete que me llevará a pasear, le contesto que odio que me digan cosas que no van a cumplirse, me pregunta cuándo me ha fallado, le respondo que no ha tenido tiempo, asegura que nunca. De cine, vaya.

Creo que, por primera vez en mi vida, me he dejado llevar, aunque fuera a rastras. Me lo ha dado todo y el muy capullo dice que no tiene mucho que ofrecer. Ignoro si lo hace para que le quiera, pero aun así, ¿por qué yo? ¿Qué saca él? Y pensar así me repugna, tanto miedo y tanto recelo. Tanta estupidez.

Mientras volvía en el AVE con una sonrisa boba que no se borró ni durante las tres horas de viaje ni se ha borrado después, pensé que todo es tan raro como sencillo. He hecho con él aquello de lo que siempre he huido. Y no se trata solo de simular una cotidianidad con alguien cuyo pasado es de todo menos cotidiano (preguntó: ¿crees que soy un seta?). No se trata de pasar un fin de semana hogareño con sus conversaciones de pueblo, el señor que nos sirve unos garbanzos, la señora que nos sirve un café, cómo va todo, todo muy bien, comer en el Burger King con tres niños y llevarlos después a una fiesta de cumpleaños. Ni siquiera me acuerdo de que es -o de que fue-, como él dice, “famosete”. No se trata de eso.

Volvía en tren y comprendía que, tal vez por primera vez, me he dejado querer. Sin pedirlo, sin esperarlo, sin buscarlo, sin quererlo siquiera. Y, con la alegría que eso provoca, se mezclaba una suerte de angustia cobarde al entender que, ahora que lo he vivido, me costaría vivir sin ello. Pero, bien pensado, no tengo por qué hacerlo. Acojona pensarlo, es cierto. Sentirlo, no tanto.

Con la farándula nunca sabes cuánde caerá el telón. Poco importa. Han sido unos días preciosos, lejos del mundo en el que suelo moverme, ordenador, móvil, correos electrónicos, entregas inmediatas, redes sociales, insomnio y estrés. Ha sido muy bonito y se ha convertido mucho más que en una anécdota que podré contar.

El final será tan rotundo como un The End y los títulos de crédito. Sonará la música si esto no se convierte en un filme de Haneke, entonces tendremos que abandonar la butaca en silencio. Pero esto no tiene pinta de ser una película de Haneke.

La pregunta está en si aprovecharemos la oscuridad de la sala para secarnos las lágrimas. No, ésa no es todavía la pregunta. La historia acaba de empezar.

Soy la cazadora cazada, la conquistadora conquistada, la amante enamorada no únicamente del amor, como Truffaut. Y me he dejado embaucar precisamente por alguien que antes iba de eso, de pequeño cortejador. Bueno, qué más da. No me apetece asimilar la sorpresa, pero tampoco me atrevo a exclamarlo a los cuatro vientos. Es todo mucho más simple, más asequible. Tenía que ser así. Soy feliz y ya está. Y eso, en realidad, es lo más grande.

Se despidió con un: "y ahora te reirás de mí con tus amigos". Bueno, reconozco que inicialmente ése era el plan. Pero de repente soy incapaz de hacerlo. Sin duda es absurdo, pero en cierto modo le quiero. Tanto como me lo permite este recelo absurdo porque cualquier representación, por muy lograda que esté, hace que todo parezca imposible.

Ayer le escribí para contárselo, me cuesta expresarme si no es por escrito. Temí que, negro sobre blanco, yo en mi papel de nuevo -hola qué tal, esto es lo que siento-, él se fuera corriendo. No sería el primero. Nada de eso. Esta historia no se parece a ninguna de las que haya protagonizado hasta ahora.

Contestó que se sabe mi carta de memoria. Bueno, a fin de cuentas, a él le toca repasar el guión. Yo estoy aprendiendo a improvisar.

El domingo volveremos a vernos.


8 comentarios:

Anónimo dijo...

pues que mejor regalo para esta navidad...
disfrutalo!

Alberto Ramos dijo...

¡Salud! (por lo de brindar, y eso).

Por cierto, ¿has escuchado "La chica (a la que todos escriben canciones)"?

vaderetrocordero dijo...

Me alegro un montón por los dos, de verdad. ¡Tiene una pinta genial!

Viuda de Hombrepez dijo...

Esto no tiene botón de Me Gusta, ¿no?
hum.

Mel Alcoholica dijo...

Querido Anónimo, de eso se trata, de disfrutarlo. Felices fiestas para ti también.

Querido Al, sabes más de lo que crees, siempre das en el clavo. Y ahora, imagínatelo sin música.

Querido Vaderetro, somos conscientes de que las películas que nos montamos no son más que una gran ilusión. Pero que nos quiten lo bailao.

Querida Viuda, a mí también me gusta. Mucho. Y ni siquiera hace falta darle al botón.

Anónimo dijo...

.. hace poco escribiste sobre un aleman... y bueno, yo muy cuca y chismosa lo lei, total que no sabes la de cosas que dije, fue una onda como "sera posible que todos los alemanes sean tan secos? ... o es que llevan su propio holocausto?" porque mirandolo bien una esta re chula ( o asi se siente con dos ginebras bailando en una) y esos cabrones a todo dicen: aja.. si si
habra un manual?
.. y naaa que yo vine a compartir penas contigo, perdon tanta molestia, disfruta el amor antes de que saque lo peor de ti.. disfruta cada noche y amanece con una sonrisa.. carcajada si la noche ha sido realmente buena
:D

humo dijo...

Muchacha, ya sabes que ...dos veces no pasa.
Deja los malos rollos en Barcelona y vente pa Madrid.

Anónimo dijo...

que tendrán los de Madrid con las catalanas, que saben conquistarte como nadie? y decirte todo aquello que siempre has soñado y necesitado que te digan. Te hacen sentir que realmente eres única en el mundo. Y aunque tu no estés enamorada o no sientas lo mismo por él, eres incapaz de prescidir de esa persona y no quieres que se aleje de tu vida jamás... No me abandones, madrileño mío, sabes que te necesito.