Voy al médico y le pregunto sobre eso que han descubierto del corazón. Por lo visto, pueden vaciarlo y rellenarlo con células primarias de otro que no esté dañado. “El mío está muy mal”, le digo, “normalmente no late, pero de repente da un vuelco y estoy a punto de tener un infarto; desde que se rompió, ya no es el mismo”.
Quedó hecho añicos hará unos cinco años. Nunca antes había tenido un rasguño. También es cierto que nunca antes había conocido a un Hombre de Hojalata. Me esforcé cuanto pude para que me quisiera. Y lo curioso es que lo conseguí. Pero ya era demasiado tarde. El tiempo que dediqué a ir derribando sus defensas, tan estúpidas y cobardes, me faltó luego para recomponer aquel puñado de nada al que había quedado reducido mi corazón. Necesité mucha paciencia y mucho superglue para conseguir que sus piezas encajaran. Sin embargo, me aterrorizaba tener emociones fuertes; sabía que la mínima sacudida lo destrozaría de nuevo. Por eso me dejé amar por un chico maravilloso que me llevaba entre algodones, y me acostumbré a que me trataran así de bien.
El problema es que él no se sentía correspondido del todo. Tampoco los que llegaron más tarde. Es decir, intuían que les quería, pero en mi reserva levantaban la suya. En cierto modo, me temían. Soy una morbosa, aspiro al deseo, ese imposible al alcance de la mano. Conseguir algo o a alguien equivale a dejar de desearlo porque ahí está. Y tal vez, con un corazón mal reparado, yo no pudiera aspirar a nada más. Sólo me tentaba el desafío.
O lo que es peor: ésa era mi excusa, inaceptable en cualquier caso. Poner trabas es demostrarle al otro que su empeño no vale la pena.
Intenté cambiar. De acuerdo, tal vez me asustara sentir según qué, pero eso no quitaba que me gustaran las personas. Podía decirles lo mucho que me gustaban. Volvieron a temerme, pero por todo lo contrario. No está bien visto que le digas a tu amante “joder, estoy muy bien contigo”, aunque sea la puta verdad. Piensa que le estás diciendo algo más. Peor: piensa que le estás pidiendo algo.
Lo recuerdo en mi anterior casa, yo destrozada porque cuando estoy cansada pierdo los papeles y lloriqueo como una niña caprichosa. Lo recuerdo arguyendo que no tenía cojones y que tenía que irse. No estaba enamorada, sólo necesitaba un poco de paciencia, un poco de cariño, y ni siquiera se lo estaba exigiendo, quédate un poco más. El sexo es lo de menos. Por fin lo ha entendido, no sé cuántos años después. El sábado pasado estábamos en el Michael Collins tomándonos una cerveza, y yo me reía de él y de aquella madrugada lejana que huyó y llovía, y luego pilló una pulmonía por gilipollas integral. Desde entonces, cada vez que llueve, le digo: “Por qué no te vas?”.
“Sois unos arrogantes. Creéis que estoy enamorada de vosotros y que os haré la vida imposible, cuando lo único que hago es deciros lo que soy capaz de sentir porque estoy orgullosa de poder sentirlo y contenta de poder expresarlo; llevaba treinta años de mutismo y la exaltación forma parte de mi felicidad”. Y la vida es muy corta, qué coño, y estoy harta de estrategias y mi corazón no funciona. A otros no les funciona la cabeza y es peor, pero eso está socialmente aceptado.
La puta arrogancia masculina. La puta vanidad femenina. Mi amiga La Loca no comprende que alguien pueda no perder el culo por ella. Y en realidad, supongo que a todos nos pasa más o menos lo mismo. Somos cojonudos, no te jode, qué mejor plan que pasar un rato conmigo.
Sentados en el Michael Collins, cerveza en mano, le hablaba al Examante Que Una vez Huyó Bajo La Lluvia del bloguero al que conocí por internet y con quien pienso casarme sin su permiso (como no viviremos juntos, nos enviaremos a nuestro hijo vía AVE, que será muy espabilado y acabará descubriendo la vacuna contra el cáncer). El bloguero también se acojonó. Tuve que explicarle que, aunque lo nuestro esté por escrito, sólo está por escrito. No pienso plantarme en tu casa para que te replantees tu vida, muchacho.
Le hablaba de otro Hombre de Hojalata que va de no-me-acerco-a-ti-para-no-hacerte-daño-pero-no-creas-que-te-evito, cuando en realidad lo que pasa es que pasa; de mí, quiero decir. Y no pasa nada. Me hubiera gustado que fuéramos amigos porque me cae bien y todo eso. Pero tiene los dedos demasiado delgados para que lo nuestro funcionara en la cama. Cada vez que intento acercarme a él movida por el recuerdo de algún buen capítulo que compartimos, me rehuye. Y ah, la vanidad, me resisto a entender por qué. Aunque lo entiendo perfectamente.
No le hablaba de Mi Amor Sobre Ruedas, que sin duda pretende conmigo este mismo acercamiento incondicional. Mi Amor Sobre Ruedas tiene un corazón de oro a prueba de balas, a prueba de sustos, de disgustos y de mí. Y le quiero. Él lo sabe. Yo le arranqué de cuajo ese corazón de oro para colgármelo del cuello como la medalla de un mafioso, y sin embargo tiene otro de repuesto. Y otro y otro. Está llegando ahora mismo de su viaje por Asia.
Un tipo que bebía chupitos en la barra de Michael Collins se puso a hablar conmigo. El Examante Que Una Vez Huyó Bajo La Lluvia me preguntó: “¿Por qué atraes a todo el mundo?”. O a lo mejor fue: “¿Por qué todos los frikis se acercan a ti?”.
Ayer fui yo quien me acercaba a ellos para presentarles a una amiga de Madrid. Me puse una minifalda muy corta, botas, camisa de leñadora, salimos a cazar. La Loca, que la semana pasada se había enamorado por enésima vez de algún millonario que conoció por ahí, volvió a enamorarse, en esta ocasión de un físico asturiano y veinteañero que hoy ya es su novio. Mi estrategia para ligar era: "Mi amiga es extremeña y dice que no hay ni un chico guapo en todo el bar, vamos a demostrarle que se equivoca, en realidad creo que le gustas tú".
De repente, apareció un sevillano que conocí una noche en Girona, cuando huía de un hombre que había reservado habitación en un hotel; eran las tres de la madrugada, llovía y el primer tren a Barcelona salía a las siete de la mañana. Lo que me diferenciaba de mi Examante Que Huyó Bajo La Lluvia (y a quien aún no conocía) era que ese tío del hotel nunca fue mi amante, pero lo veía dispuesto a todo para conseguirlo. Salí corriendo, como digo, y hacía frío. Y por suerte encontré un bar abierto, conocí al sevillano y me llevó a casa de unos amigos, por la mañana compré cruasanes para todos. El sevillano y yo pasamos un fin de año en Bruselas hace más de seis. Nunca más supe de él, ayer me dijo que acaba de regresar del Congo. Insisto. Todos vuelven. Los oscuros golondrinos.
También mi Examante Que Una Vez Huyó Bajo La Lluvia. Mientras hablaba con el sevillano y me tomaba la cerveza número doscientos tres, apareció por sorpresa. Sigue teniendo cierto miedo a decir lo que siente, pero por lo menos le ha quedado claro que yo, igual que él, tampoco quiero salir con nadie. Las parejas ya no existen, paso de novios, al contrario que mi amiga La Loca. Y odio a las exnovias, que son el puto mayor problema de este mundo. Sin ellas, todo resultaría mucho más sencillo.
Vanidad, deseo, pasado, ganas de decir lo que siento porque para mí es algo nuevo y a todos nos excita la novedad. Las cosas claras, para qué perder el tiempo. Un corazón reconstruido que, pese a todo, a veces prefiere permanecer latente a latir manifiestamente. O al revés: prefiere exhibirse loco antes que confesarse roto.
Sí, tengo sentimientos, aunque siempre diga que no. Pero me cuesta entender el reparo de los demás, su lentitud a la hora de asimilar que lo que me ocurre es que ya no tengo miedo a expresarme. Es mi única arma para defender este pingajo que guardo en el pecho hasta que funcione a toda hostia y reviente. “Vacíemelo, doctor, y rellénemelo con lo que sea, da igual si es de cerdo”.
El cardiólogo sonríe y recomienda: “No intentes alejarte de los Hombres de Hojalata porque ése es el único imán con el que cuentan”. Tras una revisión, me da el alta: “Estás estupendamente”. El amor todo lo cura.
7 comentarios:
Ay, niña, no te dejes convencer de que no expresarse es más sano.
Provoca cáncer.
La narradora tendrá el corazón roto, no sé cómo lo tendrá la autora, pero este post es todo pálpito.
Escribes muy bien, Mel.
Hola Melalcoholía
Mejor tener el corazón destrozado de amores, que usar la cabeza y perderte la vida. Esa es la filosofía que he interpretado al leer tu cuento. Va por ahí la cosa, ¿no?
Bueno, Eduardo, no sé qué es mejor. Si no tuviera una jodida centrifugadora en la cabeza, no escribiría. También es verdad que el amor, todo locura. Lo complicado es conciliar razón y corazón, etcétera. Simplemente pienso que perdemos demasiado tiempo dando explicaciones que nadie nos ha pedido y, en cambio, no le dedicamos ningún esfuerzo a expresarnos "por lo que pueda pasar", como si las emociones fueran un aval o una garantía firmada ante notario.
Anónimo, gracias. Últimamente tengo arritmia.
Querida humo, el hijo que compartiré con el bloguero encontrará la cura para todos los cánceres excepto para los de la estupidez, la cobardía, los reproches y la dejadez. Será Leo y se llamará León.
Dice Neuman que "Ser amado es tan raro como colgar la percha en una ropa".
Y dice la RAE que lo que era ex cita ahora excita.
Los hombres de hojalata tienen bonitas americanas.
Hace tiempo que quiero decirte que me encantaría ser tu amiga. Nos reiríamos un rato.
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