martes, 5 de enero de 2010

Enajenación Sagrera

2001

Estrené milenio en medio del campo, en una casa de 1780. Era la casa de mi abuela y creo que nadie ha vivido en ella desde que mi abuela se casó. En las estanterías de obra se acumulan viejas novelas rosas. Mis antepasados me miraban en blanco y negro, muy serios, retratados y colgados en las paredes pintadas de cal. Llegamos a la hora de comer. Recuerdo las mecedoras y el frío, y un olor a humedad y a tiempo condensado que nos estremecieron bajo el abrigo.

Recorrí con el novio que tenía entonces todas las habitaciones de la casa, y juro por dios que aquella cuna se movió. Un murciélago nos asustó en la buhardilla y me pregunté si llevaría allí semanas o siglos. Nos comimos el salmón que habíamos llevado para cenar y a las siete de la tarde ya estábamos borrachos y hartos de tanto salmón.

Nos habíamos aislado para no enterarnos de que empezaba el puto 2000 (o el 2001, no sé cómo se cuentan estas cosas, sólo sé cómo se cuentan las otras) y, paradójicamente, nos sentíamos solos. Bajamos al pueblo y nos metimos en el único bar que hay. Las cortinas metálicas tintinearon cuando entramos. Los viejos que jugaban a dominó junto a las estufas nos miraron unos segundos antes de volver al juego. Pedimos unas herbes mesclades y brindamos.

La vuelta a casa fue deprimente. Encendimos el fuego, que ocupaba media cocina, y nos sentamos delante a beber ginebra, whisky y a jugar al Trivial. Aun así, teníamos la espalda helada. Él ganó casi todas las partidas y no me apeteció la revancha. Cuando calculamos que serían las doce, salimos al campo. El cielo estaba limpio y estrellado, hacía muchísimo frío, vimos fuegos artificiales a lo lejos. Un par de horas más tarde, nos fuimos a dormir.

Me desperté sola en aquella cama antigua custodiada por la Virgen, el abrigo todavía puesto bajo las mantas, los muelles clavados en la espalda. Esperé a que volviera del baño. La oscuridad era casi tan densa como el silencio. Pasaron los minutos. Nada. No se oía siquiera el desplazamiento de sus ropas, las caladas que la da al cigarro mientras caga. Me asustaba incluso pronunciar su nombre. Lo llamé en voz muy baja, como si alguien pudiera oírnos.

Nada.

Volví a decir su nombre, ahora claramente. En vano.

Grité.

De repente, se encendió una luz. Era la luz de la escalera. Poco después vi su figura recortada en el umbral de la puerta del cuarto en el que dormíamos. Estaba totalmente desnudo, en pelota picada. Temblaba y aún no sé si era de miedo o de frío: se había despertado en el suelo de la habitación de la cuna. Se vistió rápidamente y volvió a la cama.

2002

También pasamos más o menos juntos el primer fin de año que celebré en este piso. Vino de Palma para verme. Creo que volvimos a cenar salmón. Bebimos vino blanco. Nos emborrachamos y discutimos. Me parece recordar que vacié una botella de agua sobre su cabeza, su camisa empapada.

Salí de casa a las doce menos diez dando un portazo.

Al final de la calle hay una plaza, es la plaza de Elche. En la plaza hay una iglesia y hace unos años también había una caseta de esas de los parques infantiles con toboganes, cuerdas y escaleras, ventanucos. Me senté en el interior de la caseta y esperé a que el reloj de la iglesia diera la medianoche.

Una ecuatoriana llamaba a su casa desde una cabina. Nadie más en la calle.

El puto reloj de la iglesia iba atrasado. De repente, se oyeron un montón de gritos tras las ventanas, petardos y el disparo de las botellas de cava. El cielo se llenó de luz y la calle se llenó de chicas con tacones altos, chicos con americanas. En el campanario todavía eran menos cinco. Volví a casa.

2003

El 31 de diciembre del año siguiente, tuve una cita a ciegas en aquella misma caseta delante de la iglesia. Nos paseamos por el barrio y ahora él vive por aquí, nos une el Puente del Trabajo. Trabaja en Correos y el otro día me explicó que las cartas que no van a ninguna parte acaban en un lugar llamado Enajenación.

Ese lugar en este barrio recibe el nombre de Enajenación Sagrera. Y ahí estarán almacenados los deseos de tantos niños que sueñan ahora mismo.

2004

No recuerdo qué ocurrió en 2004. Ah, sí, fui a Bélgica. Conocí a unos tipos en el autocar que nos llevaba al aeropuerto de Girona y pasé con ellos la Nochevieja. Cenamos de falafel y shawarmas en la Grande Place y nos metimos en un antro cualquiera. Desperté en casa de mi prima. Todo estaba nevado y fui a dar una vuelta por el parque.

2005, 2006, 2007

Sé que después de eso pasé algún fin de año en una casa junto al mar, algún otro reencontrándome con mis amigos mallorquines y perdiéndolos de nuevo en este bar o en aquél, y supongo que pasé alguno en Barcelona. Pero sería incapaz de recordar en qué orden van.

2008

Mi amiga La Loca, el Patrullero Mancuso y yo acabamos en un restaurante indio de color rosa. Sólo había otra mesa ocupada, y sus comensales nos ofrecieron un alimento extraño en forma de pelota para que lo probáramos. Su sabor era tan dulce que fuimos incapaces de acabarlo.

Mi amiga La Loca tuvo una conexión telepática con su hermano que nos dejó muy flipados a Mancuso y a mí. Y a eso de la medianoche pedimos por favor que pusieran Televisión Española unos minutos. Ignoro con qué presentador insoportable nos comimos las uvas, pero mi amiga La Loca se puso triste.

Fuimos a uno de los pocos bares en los que no teníamos que pagar entrada. Y mi amiga La Loca se puso más triste todavía. Luego desapareció.

2009

Crisis. Por decirlo de algún modo.

2010

Mi amor sobre ruedas y yo quisimos celebrar que vivimos juntos. Cocinó una amiga suya de Long Island vestida con lentejuelas y botas de tacón alto hechas con piel de vaca. Estaba todo buenísimo; ella también, of course.

Entre los invitados: el responsable de aquella discusión tan fuerte con aquel novio antiguo en Nochevieja de 2002, mi cita a ciegas de Nochevieja 2003, uno de los hermanos Dalton -que se puso nervioso y no paró de beber ponche de ron-, una directora que ha dejado el curro para dar la vuelta al mundo empezando por Japón y mi superamiga E, que tuvo que ver uno de esos programas infumables de la tele para poder escribir la crónica.

Hablamos de amor y de chicas.

Faltaron mi amiga La Loca y los amigos de la neoyorquina: un gay que quiere ser heterosexual y un judío ateo educador de autistas que se casó con una negra.

Y, no sé, tal vez todo esto debería servir para sacar conclusiones sobre esta década. Pero no se me ocurre nada. Lo único que quiero es investigar más sobre Enajenación Sagrera. Hoy es su día.

7 comentarios:

Alberto Ramos dijo...

Lo del restaurante indio de 2008 me suena.

vaderetrocordero dijo...

Nos vemos en la de 2012. A lo mejor nos vemos antes, pero en esa seguro.

humo dijo...

Yo ni me acuerdo de mis fines de año, se conoce que los paso "en familia".
Es que una ya no tiene edad. Ahora hasta pelo las uvas y les quito los pipos.
El otro día éramos sólo cinco y tuve que hacer cinco menús: una era vegetariana, otra no prueba el marisco ni la carne con sabor a carne, mi hijo quiso centollo y chuletón (vive en Polonia), yo estoy con dieta por orden de la de digestivo, y el último quería a toda costa cenar lentejas, así que, ¿por qué no?
El caso es que me pareció divertido...

Bambu dijo...

Pues a cada uno lo que le pide el cuerpo... y si tú quieres investigar el tema... ya que te pones cuenta lo que descubres que a mi tb me intriga.

Soy un kodama dijo...

Hola, he estado leyendo algo de tu blog y me gusta mucho lo que escribes e interesa.
Un placer compartir letras (con lo que ello conllevan) contigo.

Un saludo!

Unknown dijo...

Y de cuál guardas el recuerdo más grato?

zim dijo...

He llegado por casualidad y me ha encantado la casualidad de ver un tu post alusión a La Sagrera y al Puente del Trabajo. Crucé ese puente cientos de veces para ir al colegio de las monjas durante mi niñez y mi adolescencia ... y hace tantísimos años que no he vuelto por allí ... curiosamente ayer volví a recordarlo comentando en un post de El sexo de las moscas ... casulidades tiene la vida.
Saludos.