domingo, 22 de marzo de 2009

El baile

Subimos por Passeig de Gràcia, y los veo bailar a través de la ventanilla. Acabo de conocerlos en la exposición de Javier Codesal. Un hombre y una mujer viajan. Un hombre y una mujer miran a cámara, luego fingen que no nos ven. Navegan en una barca, y ella tiene sesión de quimioterapia. Están en el hospital y bailan. Yo observo su baile quieto en unos carteles colgados de las farolas del Passeig de Gràcia.

El taxista pregunta que adónde voy. Y yo qué sé. Pero no contesto eso.

Después de la inauguración, hemos ido a tomar algo al Rívoli. Mi amiga La Loca se ha cabreado un poco, por-qué-nunca-me-habíais-traído-aquí. El gran Eddy servía cañas y vodka, supongo que algún whisky. La Loca hace tiempo que ya no está loca, ahora se llama Sophie. Hablábamos de libros, creo, de autómatas y de Turing. Del test de Turing. Tuve un novio convencido de ser una máquina. Nos enviábamos cartas y siempre me advertía: mis respuestas pueden ser pura coordenada, mínimo margen de error. Una máquina. Ahí es donde se equivocó.

Apareció el cantante del que estuve enamorada. Confundo la actitud crítica con el rechazo. Confundo la duda con el desprecio. El amor ha pasado de moda. Él no lo ha entendido enseguida, nos ha visto animados y contentos brindando por el artista, el artista hacía horas que se había ido. Pero y qué. Los bailarines también habían desaparecido.

El cantante se ha sentado con nosotros. Demasiado tarde. Ya no llegaría allí donde fuera que estábamos. El esnobismo es cruel. No, la cruel soy yo. Y el jodido alcohol.

Tengo que darle una dirección al taxista, son casi las tres y llevo todo el día bebiendo. Existe una dirección que me sé de memoria.

Un hombre tocaba el piano, han entrado unos guiris, paredes pintadas de color dorado y alguien ha amenazado con retirarse si no cenábamos algo. Vale, aquí no se puede fumar, vamos fuera y decidimos. El cantante ha comprendido y ha dicho nos vemos, me largo. Por qué soy tan hijadelagranputa. Sophie estaba contenta y me ha contagiado la euforia. Hemos ido a cenar al restaurante de un hotel. Y, al vernos llegar, seremos ocho, la camarera ha dicho prácticamente lo mismo que me dice el taxista ahora:

"Pero a las doce cerramos". El taxista: "A las tres en punto tengo que estar en un sitio".

Una corriente de aire mece los carteles en los que Roser y Josep bailan. El semáforo está en verde y el coche arranca.

Las mujeres nos sentamos frente a los hombres, uno de ellos pide Moët Chandon. Champagne de aperitivo, vino y un menú para dos, porque la primavera da sed y quita el hambre. Sophie tenía ganas de provocar, con ella me apunto a hacer el payaso. Y sabemos que nada les molestará tanto como la frivolidad. 

La frivolidad y la tontería. 

Nada les irrita tanto como una actitud de ropa interior hecha con papel de lija.

Propone una orgía. Pidamos una habitación y follemos. Ha llegado la primavera. 

Él nos mira. Él es un hombre inteligente y culto, y se está poniendo cachondo, y nos odia. Somos unas farsantes, un par de gilipollas que dicen chorradas, y él es un puto crack, no debería calentarse por estas frivolidades, la frivolidad es el enemigo del pueblo, la frivolidad es el fracaso de todo su trabajo; el poder intelectual se queda en nada por culpa de la frivolidad. El valor de un poema, la capacidad de la belleza, todo se va a la puta mierda porque este par de imbéciles dicen que quieren follar. Y ni siquiera lo dicen en serio. Y, pese a todo, él se pone cachondo igual.

-¿Y dónde tiene que estar a las tres?-, le pregunto al taxista.
-Tengo que ir a buscar a una amiga.

Hemos acabado de cenar a las doce y media, y hemos pasado a los whiskies en el hall. No hay Jameson. He olvidado qué hemos pedido en su lugar. He pensado: "no te queda más remedio que ser provocadora cuando no eres provocativa". Sophie ha empezado a desabrocharse la camisa hasta que le he dicho: basta. También la detuve cuando estaba a punto de hacer un striptease en una mesa llena de editores.

Ella es la auténtica, yo no sé qué soy.

Luego él me ha asaltado en el baño. Él que me desea tanto como me desprecia porque le gustaría que fuera de otra manera, porque cree que puedo ser de otra manera, porque sabe que, en el fondo, lo soy. Un hombre culto e inteligente que jura que me ama, que me quiere, que exige que sea su mujer. Un hombre que no besa, ataca. Y yo que me río y le digo que también le quiero y todo eso, pero que ahora no.

-A las tres pasa a buscarla, vaya horitas-, le digo al taxista.
-Es cuando acaba de trabajar-, responde él.
-Pobre.

La pasión es violenta, o la violencia es apasionada, y la violencia es un acto y la agresividad una actitud. Ocho personas se sientan en un hall y beben cócteles y whiskies, discuten sobre política local. De vez en cuando, alguien suelta una parida, el amor no existe, sois muy jóvenes; los que están de vuelta de todo se cansan de Sophie y de mí. Se cansan de nuestra provocación gratuita, de nuestro espectáculo histriónico, menudo numerito. 

Cuando ella no es el centro de atención, se aburre y exige que alguien se haga una raya. Tampoco esto lo dice en serio. O tal vez sí.

-Es trabajadora de la calle, por eso sale a las tres. Bueno, de la calle, usted ya me entiende. En realidad trabaja en un club.
-¿Y pasa a buscarla cada noche?
-Cada noche. Pero no se vaya a pensar cosas raras, que soy hombre casado.
-Son amigos, nada más.

Aceptación. Necesitan sentir que nos pueden, en eso radica su poder. Son más inteligentes, más cultos, más ricos y más suficientes. Son más serios, más reconocidos, más importantes, más luchadores. O así los inventamos. Ellos también nos inventan. Somos los bufones de la corte. Somos el cuerpo con el que se saciarían. Ni siquiera una copa de vino, somos un vaso de agua. Del grifo. 

Voy borracha, muy borracha, y sólo nos aceptarían si fuéramos discretas, comedidas; eso no nos haría inferiores, no quieren mujeres inferiores. Quieren sentirse superiores sin serlo. Quieren dominar. Y en su desprecio hay algo morboso.

Siento adoración. Admiración. Envidia.

Compasión. 

Y me detesto. No hay sentimiento más egocéntrico; lo que engorda todavía más a ese Yo que tanto odio.

"Tú no eres así 'y punto', nadie es así 'y punto'", me dirá el cantante cuando llegue a casa. "Estás tan empeñada en mantener tus principios de independencia que no te dejas querer: te has dejado esclavizar por la libertad. Tú no eres una mujer libre, eres una mujer sola". 

El taxista me cuenta que conoció a su amiga hace un par de semanas. Es mulata, bellísima, y tiene la cabellera más bonita que ha visto jamás. Me fijo en que él lleva peluquín. Tal vez se lo ponga desde que la conoció. Es treinta años mayor que ella. 
-¿Hablan mucho?- le pregunto.
-No habla mucho, no. -contesta. -Pero no importa, porque ya hablo yo.

El hombre inteligente y culto me agarra de la mano y esto también es mentira. Tan mentira como que montaremos una orgía esta noche, tan mentira como cualquier forma de chantaje. El recepcionista nos ha echado del hotel y buscamos algún bar abierto. Los demás van unos metros por delante, a él le gustaría que nos perdiéramos, se tambalea.

Vete, le digo. Pregunta si de verdad quiero que se vaya. Sí. Y me siento en el portal de una sucursal bancaria mientras desaparece la noche y todo lo que no ha ocurrido. Los demás ya han encontrado ese bar. Él se va, y detengo un taxi en Via Laietana.

-A veces tengo la impresión de que ni siquiera se ha fijado en mí. -confiesa el taxista.- Me parece que no se ha dado cuenta de que quien la recoge cada noche soy yo.

Son las tres menos diez, también hoy llegará a tiempo. Le digo: "Déjeme aquí, aquí me va bien". 

Recorro las últimas calles a pie, los semáforos cambian de color, sincronizados. 

Mientras, sobre mi cabeza, ellos dos siguen bailando.

5 comentarios:

Argeseth dijo...

Me gustó la historia del taxista, es simple y triste.
Salud.

Diamante dijo...

Sublime.

Lo mas duro, lo de la libertad.

Diamante dijo...

Me aterra tener libertad

Anónimo dijo...

OLE!!

ha sido fantástico, en serio, brutal.

a "sofhie" hay que dejarla vivir cuando le toca, la vida son tantas horas de ataduras, formalidades, responsabilidades, dientes, dientes apretados, que claro... se necesita ese escape, ese romper las riendas y hasta mañana que será otro día. otra opción es continuar los días con esa corbata apretada, casi sin poder respirar, sin ser, sin estar...


la libertad es poder elegir. no es otra cosa que ser valiente, que no un héroe

salud-saludos

Zittric dijo...

Una copa por aquí, una cabellera por allá...un baile encima de la mesa...y la libertad bajo nuestros pies.
No sé que tan libres somos...siempre hay algo, el trabajo, la mujer, el hombre, una línea, un trago más...etc.

TREMENDA HISTORIA...COMO SIEMPRE.


SALUD!!