domingo, 28 de diciembre de 2008

El curioso incidente de los calcetines a medianoche.

Sa tristesa dorm en terra, sa tristesa.
(Antònia Font)


A veces, por la noche, los pantalones se convierten en un perro que duerme en el suelo, a tu lado. Te levantas con resaca, doblas la ropa antes de ducharte, o la metes en el cesto de la ropa sucia, y descubres que en una pernera se ha quedado agazapado uno de los calcetines que llevabas ayer, todavía mojado por culpa de aquel charco que pisaste.

Pues bien, esta mañana me ha ocurrido algo parecido a esto mismo que ocurre tantas veces. Pero el calcetín que se ha caído de la pernera no era el mismo que me puse al vestirme. Tampoco el otro, escondido en la otra pernera del pantalón, se correspondía con el que llevé puesto desde que salí de Mallorca.

Ayer me vestí en Palma, en casa de mis padres. Y recuerdo que, mientras discutíamos por alguna memez, yo arrancaba con los dientes ese hilo que ata los pares de calcetines nuevos. Evidentemente, me los habían regalado por Navidad. Eran unos calcetines rojos, muy cantones y cómodos. Lo sé porque, cuando conseguí arrancar el hilo que los unía, me los puse y pensé: "Qué cómodos, y qué cantones".

Siempre tengo frío en los pies, es como si la muerte me agarrara de los tobillos o me pisara, no sólo los talones, sino también el empeine, y los dedos de los pies, y todo. Pero con esos calcetines rojos y cantones y cómodos tenía los pies calentitos, y estaba tan contenta que dejé de discutir con mis padres y me puse a patinar con ellos por el pasillo.

Luego me puse los zapatos, que tuve que quitarme en el control de seguridad del aeropuerto, sin ningún tipo de vergüenza porque no tenía agujeros en los calcetines como ese señor del Fondo Monetario Internacional, creo que era, que manda huevos que llevara esos calcetines tan hechos polvo. Y bueno, los seguratas miraron mis calcetines cantones, pero no hicieron ningún comentario. Y luego me puse los zapatos, subí al avión con destino a Barcelona.

Llegué a Barcelona, me fui de fiesta con mi abogado, nos emborrachamos un poco pero no mucho, volví a casa, pisé un charco de camino al metro, me cagué en la puta, llegué a casa, me desvestí, me puse el pijama, me metí en la cama junto a esa soledad que sólo a veces me da miedo, pero que en invierno es tan fría como la muerte que me agarra de los tobillos y me pisa los empeines.

La muerte y la soledad, menudo par de lesbianas. Y sólo una es más celosa que la otra.

Y esta mañana, el calcetín que se ha caído de la pernera del pantalón no era mi fantástico calcetín cómodo y cantón. Tampoco en la otra pernera se escondía esa pareja que yo separé arrancando un hilo con los dientes.

En cambio, de mis pantalones han caído dos calcetines de lana, viejos, usados, de rombos, que heredé de alguna mudanza, y que no me pongo nunca, pero que tampoco llego a tirar nunca, no sé muy bien por qué.

He flipado pepinos, porque no entiendo qué coño hacían esos calcetines hechos polvo en las perneras de mi pantalón. He sacudido el pantalón, para ver si caían los otros calcetines, los rojos. Pero no. He dado la vuelta a los pantalones como si fueran, pues eso, un calcetín. Y nada. Mis putos calcetines rojos no estaban allí.

He mirado en el cesto de la ropa sucia, en la lavadora, en los cajones del armario, entre las sábanas, qué se yo. Los he buscado por todas partes, en vano.

Es como si ayer, en realidad, me hubiera puesto estos calcetines de mierda, en lugar de mis calcetines rojos, y los hubiera llevado puestos todo el día, de Mallorca a Barcelona.

Tal vez soy daltónica, he pensado. Pero los calcetines marrones y feos con rombos estaban completamente secos. Y yo recuerdo que anoche pisé un charco.

A lo mejor el día de ayer no existió, he pensado entonces. A lo mejor, esta semana en Mallorca, las comidas familiares, las cervezas hasta tarde con los amigos de siempre en los bares de toda la vida, aquella visita fugaz que él me hizo y fuimos a comer junto al mar, tampoco han tenido lugar. Quizá vuelve a ser 20 de diciembre.

Según el calendario de este ordenador, hoy es 28 de diciembre de 2008.

Y que sea el día de los santos inocentes no me parece una casualidad.

6 comentarios:

6 dijo...

Los calcetines rojos y cantones se hicieron viejos en tus pies, en ese viaje de vuelta. De rojos a marrones, a veces pasa.

Alberto Ramos dijo...

A medianoche todos los calcetines son pardos.

Anónimo dijo...

He llegado hasta aquí saltando de blog en blog (como cuando saltas por piedras para no pisar el charco), y me paré, y me gustó tu relato, tiene ritmo y está muy bien contado.
La que te pisa los talones ha sido -como el toro- burlada; se tiró al rojo, y se llevó tus calcetines. No tienes que temerla. No sientes que está ya lejos?

Diamante dijo...

A ver, hay muchas formas de romper el hilo que une a los calcetinos nuevos. Que se haga con los dientes o por tracción es algo que me llena de emoción. Casi que el chasquido parece una canción. Sofocón rimplón. Bueno, de inicentes poetas va el tema y no de hilos de vida.

Pues por tracción lo hace todo el mundo, bien es verdad que el dentellazo es mucho mejor pero no se que razón hay para pensar que haya otra cosa que rompa el hilo que no sea la tracción. Claro que con los dientes se ayuda pero quien enseña esas cosas?

Jorge Barreiro dijo...

Me da que los rojos se fueron solos de marcha y amanecieron con los de rombos .... ¿has mirado en la ducha a ver si estaban los rojos?

nins! dijo...

de casualidad he llegado a tu blog por el texto de tu boda con Angel Martin de hace algunos meses (ke me ha encantaaaado) y he decidido ke voy a pasarme a menudo por akí!

a prpósito... yo probaría de mirar en el horno. Si realmente pisaste un charco con tus calcetines nuevos y luego los abandonaste a su suerte durante una noche entera en la pernera de tus pantalones, lo lógico y normal es que ellos buscaran la forma de secarse (que estos días está haciendo mucho frío). Igual suena estúpido, pero yo me he encontrado calcetines en lugares más extraños!!


Un saludo!
;)