Hoy le he llevado una carta al Señor Fregono. Tantos años viéndolo tender la ropa desde mi ventana, limpiando el cordel con un trapo, los sábados tocaba lavar calcetines, los colgaba por riguroso orden de longitud. Tantas mañanas de verano observando cómo quitaba la pelusa de su escoba sin camiseta. En invierno lleva jerseis oscuros. Poco a poco, se ha ido quedando calvo.
Imaginaba más o menos dónde vivía, ése tiene que ser el edificio que está justo detrás del garaje colindante con mi patio interior. Deduzco que ésta es su calle, miro hacia arriba, y sí, desde aquí no se divisa, pero aquella tiene que ser tu terraza. La terraza de la que nunca sale. O al contrario, de la que no entra, sólo limpia, eternamente, no se sabe si para alguien más que él mismo, como si estuviera permanentemente encerrado fuera, como los personajes de las ciudades, que están permanentemente encerrados en los libros y en los itinerarios, en los mapas, más allá de ellos, en la imaginación de todos, en todas las cabezas, vayan quedándose éstas calvas... o no.
Señor Fregono, empezaba mi carta. Miento. Decía: Querido Señor Fregono.
El Señor Fregono ignora que ha formado parte de mi vida durante ocho años. El Señor Fregono actuaba para mí con la misma ingenuidad con la que actúan los personajes de las películas, sin saber que no son más que eso: personajes. Representaciones que alguien llevaba a cabo. El Señor Fregono se mueve con energía, con entusiasmo, como si en eso de limpiar le fuera la vida. Tal vez sea así. Si no hubiera limpiado con esas ganas, tan siempre, tan a todas horas, cualquier día, ahora mismo para mí no existiría. En cualquier caso, no sería para mí el Señor Fregono.
Y no le hubiera escrito una carta.
En la carta le decía: Querido Señor Fregono, muchas gracias por estar ahí. Usted no sabe quién soy porque el personaje desconoce a su propio creador. En realidad, me he limitado a recrearle, a inventarle desde mi ventana. Desde ambas: desde la que le espiaba y desde la otra, desde la que hacía que se asomara a la Red. O por lo menos a mi blog.
Luego añadía todos los posts en los que le he mencionado alguna vez, desde la primera. Ni siquiera recuerdo cuándo fue. Los he impreso y los he metido en el mismo sobre, para que supiera que existe. Tal vez esté allí en su terraza, inconsciente de que está. Despreocupado, o peor: ignorante del papel definitivo (ha sido más que un secundario, representa el escenario de mi día a día) que ha representado durante todo este tiempo en mi vida.
¿Y quién soy yo? Se preguntará. Eso no importa. Lo importante es que existió. Para quién es una cuestión (ésa sí) secundaria. Gracias a quién tampoco tiene valor. Existió, cuenta con una humilde biografía publicada, aquí permanece su retrato. Uno que ni siquiera él mismo se habrá detenido a contemplar. En este blog está su reflejo.
Querido Señor Fregono, créame si le digo que le echaré de menos.
Y a partir de ahora, qué.
He llamado a la puerta de un vecino, no quería darle pistas. "Quién es?", ha preguntado una mujer. Correo, he contestado yo. Me ha abierto. He estudiado los buzones con cuidado y emoción, por fin iba a descubrir su nombre. Pero no, en los buzones correspondientes a los áticos no aparece nombre alguno. Entonces me ha asaltado una duda. ¿vivirá en el ático primera o en el ático segunda? Equivocarme de destinatario sería cometer un terrible error.
Desde mi ventana, su patio queda a la izquierda. Desde el portal, también. Tendría que subir al primer piso para ver qué número corresponde a la izquierda. He subido. Primera. Bien.
He dejado la carta en su buzón. El corazón me ha dado un vuelco. Querido Señor Fregono, muchas gracias por todo, me cuesta aceptar que no volveré a verle. Querido Señor Fregono, nunca sabremos quiénes somos, si me topara con usted por la calle ni siquiera le reconocería, vivía demasiado lejos, como mucho distingo su figura. Querido Señor Fregono, hasta aquí ha llegado su personaje.
Me he quedado unos minutos estúpidamente ante el buzón, esperando tal vez que bajara a buscar el correo. Olvidando que está encerrado en su terraza, allá arriba, a la vista de quien ahora vive en mi casa.
En realidad soy yo quien ha llegado hasta aquí. En realidad, yo soy el personaje.
Y entonces he dado media vuelta, os parecerá mentira, pero con los ojos empañados. Y entonces he tenido que decirlo en voz alta para creerlo. He dicho: hasta la vista, Señor Fregono.
Disfrazados de certeza
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El gran enemigo del conocimiento no es la ignorancia, sino la ilusión de
conocimiento.
Hace 4 horas