lunes, 29 de junio de 2009

La boda de mi mejor amigo





En la redacción del diario no nos dejaban titular los artículos con nombres de películas o de canciones. Él era muy bueno titulando. Se le ocurrían unas chorradas impresionantes. Como el delitornillador, por ejemplo. Un chorizo se había armado con un destornillador para atracar un banco. Y así tituló él el reportaje: "El delitornillador". Nosotros sí que nos desternillábamos de risa.

Se pasaba horas pensando el titular porque, hasta que no lo tuviera, no empezaba a escribir la noticia. Y yo, que en aquella época vivía con él, esperaba a que acabase porque así me llevaba en coche a casa. Me pagó el carnet de conducir y todavía no me lo he sacado. 

Salíamos del diario pasada la medianoche y comprábamos la cena en un frankfurt cercano, salchichas con nombres alemanes, pollo rebozado, patatas y salsa picante, un montón de cervezas. Hablábamos de trabajo, de los compañeros de trabajo y de la mierda que nos pagaban por el curro que le dedicábamos al trabajo.

Él recuerda que discutíamos a menudo; yo no recuerdo ninguna de nuestras discusiones. Subíamos agotados estas mismas escaleras que subo todavía a diario, y nos tirábamos en el sofá a ver cualquier parida por la tele. Entonces echaban la serie ésa del novio de Patricia Conde. Se llamaba Cuenta atrás, o algo así. Teníamos la teoría de que habían fichado a los peores actores del mundo para que el chico no hiciera tanto el ridículo. De hecho, creíamos que les pagaban para que lo hicieran mal a propósito.

Bueno, podría decirse que éramos algo así como felices de una manera bastante proletaria. Pero nos faltaban emociones y teníamos una manera totalmente distinta de emocionarnos: a él, que cubría sucesos, le pone tener hijos y tener una familia. A mí, que hablaba de literatura y temas aparentemente suaves... la verdad es que no sé qué me pone a mí. 

La cuestión es que cortamos sin dramas, porque a mí los dramas me aburren (de hecho, pongo los que salen en Antena-3 para dormir la siesta los domingos). Y, en fin, continuamos viéndonos en el trabajo. Él ya no se curraba los titulares tanto como antes, yo no me quedaba a esperarle...

...y hace un par de semanas, se casó. Con otra.

En Semana Santa anuncié la boda a mi familia. Estábamos en el reservado de un restaurante, somos 35 y a mi abuela ya no le apetece cocinar para tantos. Mi abuela tiene 89 años y se fuma un paquete de tabaco negro a diario; Record de la caja verde. Está como una rosa, su foto debería salir junto a esos pulmones podridos que quieren imprimir en las cajetillas, rollo: "Fumar puede matar. O no".

Pues eso, que comíamos lo que se come en Semana Santa, que es frit mallorquí, croquetas, cordero o porcella a elegir, a veces sepia. Y bueno, decidí dar la noticia: mi ex se casa con otra. 

A ver, por entonces hacía un año y medio que habíamos cortado. Y precisamente un año y medio es el tiempo que pasamos juntos. Todo muy raro.

Mi primo, que lo adoraba, se quedó lívido. Dijo que quería ir a la boda. Y la mujer de otro primo mío (somos 16), que además es la cuñada del que se quedó lívido, respondió que su obligación era acompañarme y ligarse a la novia. El problema es que el pobre tenía exámenes (primer año de carrera en Barcelona), y claro, el plan le iba un poco mal. Por cierto, hoy ha aprobado Álgebra, que no sé ni lo que es, pero mola.

Mi abuela, que también adoraba a mi ex, dijo: qué lástima, ese chico siempre sonreía, además era un poco franquista, verdad? Y la mujer de mi tío, que es capitán general de ejército, estuvo de acuerdo: ese chico nos gustaba.

Una prima mía preguntó que si yo iría a la boda. Respondí que sí, que me habían invitado. Puso los ojos en blanco y confesó: "Si yo fuera la novia, no me haría ni puta gracia que vinieras. No porque seas la ex, sino por ser tú. Nadie en su sano juicio te querría como la ex de su marido". Flipé un poco, la verdad. Juro que no soy tan mala.

Y bueno, pasaron los meses. Y reconozco que estaba un poco inquieta porque no sabía con quién podría ir a aquella boda, ni qué sentiría al verlos vestidos con traje él, a ella de blanco, y todas esas cosas típicas que a mí me revientan tanto. Además: ¿cómo vestirse para una ocasión así? No podía ir de largo porque me parecía exagerado; de corto tampoco, porque daría la impresión de que no me lo estaba tomando en serio.

Llegó el gran día y fui muy bien acompañada al autocar que nos llevaría al lugar en cuestión. Ahora que lo pienso, mi acompañante y yo ya estábamos enganchados al Drop7, un juego terrible que tiene el iPhone capaz de abducirte durante horas. Una mierda. Mi acompañante jugaba al Drop7 en el autocar, yo no podía porque me mareaba, y confesó estar muy nervioso. Pensé en ello de camino a La Roca; yo no estaba nerviosa en absoluto. Muy raro todo, en serio.

Pasamos por aquella misma autopista en la que casi me bajé del coche de mi ex, el primer fin de semana que pasamos juntos, cuando descubrí un disco de Andy y Lucas en la guantera. Me acordé de otras escapadas que hicimos durante el año y medio que estuvimos juntos. Y llegamos a la casa.

Era una de aquellas masies de piedra, grande y preciosa, que por dentro olía a madera barnizada y a libros que acumulan polvo, y que por fuera cubrían unos árboles muy altos de esos que seguro que pierden todas las hojas en invierno. Me imaginé a la novia de pequeña: tiene que ponerse el pijama en su habitación, hace frío y seguro que se acerca mucho a la pared por donde pasa la chimenea, tal vez tuvieran uno de esos calefactores de aire absurdos en las casas grandes.

También me la imaginé aquella tarde, después de dar el sí quiero; se habría emborrachado a la hora de comer y habría caído rendida sobre la cama de toda la vida, las sábanas huelen a suavizante. Habría dormido un par de horas para recuperar fuerzas. La vi contenta y un poco despistada, tras una siesta de ésas que, junto a un par de Gelocatiles, te quitan la resaca.

Podría hablar del jamón y de los canapés de sushi y de solomillo, o de aquellos amigos que alguna vez fueron más o menos amigos míos. Podría hablar de José del bar, o de Héctor el padrino, o de una conversación sobre libros y editoriales que tuve con un chico de nombre bíblico cuya mujer tiene un nombre de la mitología griega. Podría hablar de una chica que está como una cabra y que también dio con un buen título para un reportaje que salió en La Vanguardia.

Saludé a la madre del novio y se me hizo raro. Saludé a su hermana y no fue para tanto. Podría hablar de la madre de la novia, demasiado perfecta para ser una madre, o de su padre, demasiado padre como para no preocuparse. 

Podría hablar de la música con la misma propiedad con la que hablaría de Andy y Lucas.

Pero no puedo hacerlo porque, en un momento de la noche, sentadas en un banco junto a la piscina, el alcohol ya formaba parte de nuestro organismo y nos hinchaba la lengua, la novia me dijo algo parecido a: te leo.

En otras palabras: que lee este blog. 

Casi me dio algo. Tuve mucho miedo. Además, a ella le gustan Andy y Lucas.

Mi acompañante, que estuvo toda la noche sacándome fotos, dijo que mi ex es un poco condescendiente. Lo dijo de buen rollo, porque mi ex sólo tenía bonitas palabras para mí y bonitas palabras para él, aunque sea un skater y me haya apuntado al Bicing. De hecho, mi ex dijo: "Qué cabrona eres, has venido a mi boda con un tío más guapo que yo". 

Mi ex quiere que me case con él (con mi acompañante), y también quiere que vayamos un día los cuatro a cenar por ahí, y que seamos amigos. Y a lo mejor también quiere que montemos una orgía, pero eso no lo dice directamente.

El año y medio que estuvimos juntos, mi ex siempre creyó que estaba enamorada del ex que tenía entonces. Ayer me enteré de que ese señor está saliendo con una jueza. Y en lugar de ponerme celosa o de cabrearme, o de pensar que todos mis ex se casan con la siguiente, o de intentar recuperarle, o de despertar un oculto sentimiento de posesión, me he alegrado. Joder, creo que me está pasando algo.

Esta noche, mi amor sobre ruedas, el de los skates y el bicing, el que me acompañó a la boda, ha soñado que le chupaba los pies a mi ex. Al de ahora. Al que se casó.

Por eso creo que no me expreso bien o que lo hago a destiempo. Mi madre siempre dice que, cuando hay un problema de comunicación, la culpa siempre es del emisor; él es quien debe ponerse a la altura del receptor y del canal.

Supongo que el consejo de mi madre me habrá servido para la cosa ésta del periodismo, pero para poco más. Ni siquiera sé cómo titular este post si no es recurriendo al título de una película.

Sin duda, a él se le ocurriría algo más ingenioso.

Pero estoy segura de que no sería un título mejor.


martes, 9 de junio de 2009

Mi primera experiencia (en Bicing)

El otro día me apunté al Bicing. Lo hice por amor. Por amor se hacen muchas chorradas y se dicen muchas chorradas, como por ejemplo "sí quiero", cuando en realidad no quieres ni de coña. O sea, sí quieres a la persona a la que le dices sí quiero, y por eso se lo dices, pero no quieres hacer lo que ella te pide, ni mucho menos quieres decirle que quieres hacerlo. Pero bueno, como lo haces por amor, pues eso: tienes una excusa o algo.

En fin, que yo no quiero casarme ni tener hijos y tenía un pacto con mis amigas por el que nunca, nunca, jamás, saldríamos con un tío que fuera en Bicing. Que un tío se presentara a una cita con la mierda ésa de bicicleta roja y blanca y hortera era motivo más que suficiente para enviarlo a la mierda. Nunca en la vida se me habría ocurrido enamorarme de un tío que fuera en Bicing. Tampoco se me hubiera ocurrido enamorarme de un tío que hiciera surf. Lo último es que, encima, vaya en monopatín.

Eso ya es la hostia, un puto skater. Que yo soy una intelectual, joder. Que tengo un blog secreto, y una reputación, y una larga lista de hombres supuestamente interesantes con los nunca volveré a follar, y una novela publicada y mucho trabajo. No puedo perder mi valioso tiempo con tipos que tienen hobbies que se pronuncian en inglés.

El problema es que, en el año que hace que nos conocemos, él no me dijo que hacía surf e iba en skate hasta que ya era demasiado tarde. Lo de que era usuario del Bicing lo descubrí sin que me lo dijera. Y era demasiado tarde de todos modos.

Un día -evidentemente estábamos en la cama- intentó convencerme para que yo también me apuntara a eso del Bicing. Le dije que ni de coña, que prefería quedarme embarazada y que nos casara el Papa a hacer semejante vulgaridad. Pero aquella misma tarde me sorprendí preguntando a mis amigas si me retirarían la palabra en el hipotético caso de que me apuntara a eso del Bicing. Contestaron que la respuesta era tan obvia que resultaba estúpido formular la pregunta. Inmediatamente después se encendieron un cigarro en plan histérico, rollo: ésta nos falla.

Fallé a mis amigas, y el domingo por la mañana me metí en la puta página del ayuntamiento de Barcelona para darme de alta en el Bicing, entre lágrimas y quejas. La teoría es que pagas 30 euros anuales y puedes utilizar una bici del Bicing tantas veces como quieras, pero:

Si superas la media hora con la misma bici, te cargan 50 céntimos. Y te irán cargando 50 céntimos cada media hora que pase, hasta que se cumplan las dos horas. Entonces no sé qué ocurre, pero seguro que es terrible: Colón te mete el dedo en el ojo, la torre Agbar te parte el ojete, o algo todavía más chungo.

Como se supone que el Bicing es un medio de transporte, pero no de turismo, transcurrida media hora hay que dejar la bicicleta en uno de los múltiples aparcamientos del Bicing que se esparcen por Barcelona. Al cabo de 10 minutos, puedes coger otra bicicleta si todavía no has llegado a tu destino. La putada es que, con media hora miserable, los que vivimos en el extrarradio no tenemos tiempo ni de llegar a la panadería. Y si tengo que parar diez minutos a esperar, se me va a enfriar la baguette.

Lo peor: que como aparques mal la bici y se pase 24 horas por ahí suelta, te clavan una multa de 150 euros. Ya ves tú. Y qué garantías tienes de que el ayuntamiento no se inventa que la has aparcado mal para ir recaudando pasta por el morro.

Hasta aquí, la teoría.

El domingo fui a comer a Gràcia con el único hombre con quien la palabra "maravilloso" no me parece cursi. Y, cuando acabamos, me propuso que volviéramos a casa en Bicing para demostrarme hasta qué punto había aumentado mi calidad de vida desde que me había dado de alta en el servicio aquella misma mañana en un arrebato de pasión.

Todavía no me había llegado la tarjeta de usuaria a casa, pero él se ofreció a ir en skate mientras yo utilizaba su tarjeta para pillar una bici, aunque esas tarjetas en realidad son personales e intransferibles y se supone que no puede utilizarlas nadie más que uno mismo. Claro.

La cuestión: que vamos al aparcamiento de la plaça del Sol, y las cinco bicicletas que estaban aparcadas por lo visto se encontraban en malas condiciones y no se podían utilizar. Bueno, una pantalla indica dónde se hallan los parkings más cercanos y cuántas bicicletas hay libres. En las tres posibilidades que nos ofreció esa puta pantalla ponía: 0 bicicletas disponibles.

La pregunta que yo me hago es: para qué coño sirve saber dónde está el aparcamiento más cercano si no hay bicicletas disponibles? Pero como estoy enamorada y eso, intento mantener la calma, y voy caminando junto a mi surfer (que arrastra el skate como si fuera un perrito) hasta otra parada de Bicing. Y hasta otra. Y otra. Y otra. Y así.

Con siete parkings nos cruzamos de camino a casa, y los siete resultaron inútiles. Ya en Hospital Sant Pau (llevábamos media hora caminando), le dije a mi amor sobre ruedas: "pillamos metro".

Siempre he tenido la teoría de que los barceloneses son capullos, y el domingo corroboré que la teoría es cierta. Porque, a ver: si tú pagas por un servicio, ese servicio tiene que funcionar, no? Y si no funciona, puedes reclamar para que te devuelvan el dinero, o poner una denuncia. Pero ahí está el puto Bicing, el invento más absurdo y descarado del ayuntamiento de Barcelona para chupar pasta. Y nadie se queja. Todos dicen: qué bonito, qué verde, qué ecológico y qué moderno. Cuando, en realidad, al final no te queda más remedio que soltar la pasta del billete de metro e ir bajo tierra como las lombrices. Una puta basura.

Tú le dices a un barcelonés: pero ¿no ves que es un timo? Y él te contesta: es que, claro, la ciudad está en pendiente, y en las zonas altas no hay bicis porque la gente las pilla para bajar hacia el mar, pero luego nadie se atreve a subir, que pedalear cansa.

A diferencia de los parkings de Gràcia, los de plaça Catalunya, el Raval y el Gòtic siempre están llenos, con lo cual, no puedes aparcar la mierda de bicicleta. Con lo cual, transcurre la media hora inicial y el ayuntamiento te cobra 50 céntimos, y como no encuentres un sitio libre al cabo de media hora, el ayuntamiento te cobrará otros 50 céntimos. Hasta que Colón te saque un ojo o algo peor.

El domingo recordé por qué no quería apuntarme al Bicing: porque soy inteligente y a mí no me toma el pelo ni la peluquera. El problema es que no he perdido pelo, sino la razón. El corazón me lo han robado con la misma impunidad con la que me ha robado 30 euros el ayuntamiento de Barcelona.

Cuando por fin consiga ir en bicicleta por esta ciudad, me daré cuenta de lo bonito que es todo. Me daré cuenta de lo feliz que soy.

Entonces me dará igual.