sábado, 18 de agosto de 2007

Desaparecida

Presiento que mañana voy a desaparecer.

Desaparecer es un poco rollo, porque los sensores de las puertas ésas para salir de la estación del metro no te perciben, y no se abren, y nunca puedes salir de la estación del metro, y por eso está demostrado que hay más gente que entra en el metro de la que sale. En realidad es porque de repente han desaparecido y por eso ya no pueden salir.

Pero bueno, eso no me preocupa, porque, en la isla en la que estoy, sólo hay un metro, que hundirá la isla, primero económicamente, pero luego también porque el hueco por donde pasa el metro se inundará de agua, y claro, pasará como pasa con los barcos que se llenan de agua, que se hunden.

Nunca he ido en el metro que hay en esta isla, y que debería de llamarse centímetro, pero sí he ido al súper alguna vez. Y en la puerta del súper también hay sensores, y si eres invisible no te captan, y te quedas para siempre encerrada en la sección de congelados. O peor: en la sección de las lejías. Y ésa sí que es peligrosa, porque como te caiga un poco de lejía encima, además de invisible te quedas en blanco. Le pasó a una amiga mía, y la confundían con un fantasma. Cuando iba en autobús, por ejemplo, y se acercaba a la gente con la mano extendida, la gente hacía como que no la veía. Y es que de verdad que no la veían, porque, como además de invisible se había quedado en blanco, no tenía nada que decir, y no la veían ni tampoco la oían, y era como si no estuviese allí.

Pero bueno, yo no me haré invisible, simplemente desapareceré, que no es lo mismo. Invisible es una cosa que no se ve, y el aire es más o menos invisible, menos en Barcelona y en Alcoi y en Santiago de Chile, creo, que es como de color gris. En cambio, si el aire desaparece, te ahogas y te mueres. Es decir: que puedes ser invisible y no desaparecer, pero no puedes desaparecer y ser visible.

En las fotos sí. En las fotos y los vídeos caseros tú puedes haber desaparecido y aún te siguen viendo, pero en realidad no eres tú, sino una imagen de ti. Y a mí me hacen gracia esas películas americanas en las que alguien se muere, y la gente se pone a ver vídeos de cuando la persona muerta todavía estaba viva y decía a cámara: "hola, qué bien me lo estoy pasando vivo, y qué inconsciente soy de que la vida es tan importante", y entonces la gente que está mirando el vídeo del antiguo vivo que ahora está muerto se pone supertriste, y a veces llora, depende de la calidad de la película; la que ves tú como espectador, quiero decir, no la que están viendo ellos como actores videoaficionados.

¿Por dónde iba? Digo que me hace cierta gracia porque en realidad lo que les hace llorar, o más o menos llorar, es una bobina y unos cuantos píxels, o lo que sea que salga en los vídeos. Lo que les hace llorar es un objeto. Un objeto, nada más. Aunque sea un objeto que te recuerde a una persona, un objeto que te lleva a un sujeto, lo cierto es que es un objeto que se puede romper con un martillo. Y llorar por un objeto, pues es muy cutre. Es como llorar por el complemento directo de una frase. Aunque si el complemento directo de una frase es un padre, un novio, un hermano, pues la verdad es que es muy importante. Y lo entiendo. Y no es tan cutre. Y creo que empiezo a entender las películas americanas en las que la gente llora por culpa de las películas caseras.

Ahora que me acuerdo, hay otra manera de ser visible aunque hayas desaparecido, y es la que sale en los dibujos animados cuando el ratón o el gato se van corriendo. En realidad el ratón o el gato ya no están ahí, pero todavía se ve el garabato de su presencia. Cuando todavía se les ve, pero en realidad ya no están, el gato y el ratón hacen un ruido muy peculiar, como rptlrtplrtplunc, que no sé cómo se debe hacer. El correcaminos es más fácil de imitar, porque haces bip bip y ya está. Y Bugs Bunny en realidad come patatas fritas, no zanahorias, porque el sonido de las zanahorias no suena tan bien como el de las patatas fritas para imitar el de las zanahorias.

Pero ya estoy mezclando las cosas. No hablaba de muerte, ni de escapatoria ni de zanahorias, sino desaparición, que tampoco es lo mismo. Desaparecer, según el diccionario, es ocultar, quitar de vista, dejar un lugar. Pero también es dejar de existir. La primera acepción hace referencia a la parte invisible que va implícita a toda desaparición y la segunda, a la parte vital.

Lo malo es que ninguna de las dos hace referencia a lo que me va a pasar mañana: que como me voy a un puerto olvidado de la mano de Internet, ni me veréis ni os veré. Por lo tanto, y aunque la idea no os guste, en cierto modo vosotros también desapareceréis.

Qué fuerte debe ser que alguien te diga: oye, que mañana vas a desaparecer.

Pues eso es lo que os digo.

No hay de qué preocuparse. Porque las vacaciones siempre suelen acabarse, y con ellas, la desconexión. Y un día encenderé el ordenador, y parecerá que no ha pasado nada. Y si parece, no desaparece, cuestión de raíces.

Supongo que la pereza también estará relacionada...

domingo, 12 de agosto de 2007

La vaca que ríe





Hace dos semanas, perdí al señor Fregono de vista. Al principio pensé que me había quedado ciega, que es lo que piensas cuando pierdes la vista sobre cualquier cosa o persona. Pero luego pensé que no era necesario quedarse ciego para perder algo de vista: simplemente basta con que ese algo sea lo que se ha perdido. Y pensé que el señor Fregono se había perdido, y que por eso no lo veía.

Entonces me dije: "El señor Fregono en realidad es El Solitario", el ladrón ése de los bancos que una vez mató a dos guardias civiles y que nadie conocía su identidad real, porque daba los golpes con una barba postiza que le ocultaba el rostro, y que de repente lo descubrieron y lo detuvieron en Portugal.

Era lógico que, si detenían a El Solitario más o menos al mismo tiempo que yo dejaba de ver al Señor Fregono por la ventana, yo dedujera de esa simultaneidad que el Señor Fregono y El Solitario eran la misma persona.

Simultaneidad es una palabra que quiere decir coicidencia en el tiempo de dos o más hechos. Hecho número 1: detienen a El Solitario. Hecho número 2: pierdo de vista al Señor Fregono. Conclusión: son la misma persona y, en efecto, ese hombre tenía muchos trapos sucios que limpiar, y por eso siempre estaba limpiando.

Estaba a punto de celebrar esta averiguación tan importante con una pomada (gin Xoriguer y limonada), cuando me di cuenta de una cosa: quizá no fuera el Señor Fregono quien se hubiera perdido, como yo creía. Quizá fuera yo la perdida. Puesto que, cuando fui a buscar el Xoriguer a la cocina, no lo encontré. Y no porque el Xoriguer se hubiera perdido (lo cual podría convertir a la botella de ginebra en el auténtico Solitario), sino porque aquella cocina en la que me encontraba no era la mía.

Volví atrás, donde estaba la ventana a la que unos minutos antes me había asomado para comprobar con sorpresa que el Señor Fregono NO estaba al otro lado, cuando me di cuenta de que aquella ventana TAMPOCO era la mía. De hecho, esta nueva ventana daba a un porche con una buganvilla medio seca y un olivo, y unas escaleras que bajaban hasta una piscina enorme y vacía. Y detrás de la piscina NO estaba la calle del Señor Fregono, sino un campo de hierbas amarillas donde pastaban unas vacas que, por su color pajizo, parecían leones.

Me froté los ojos, que es lo que se suele hacer cuando te cuesta creer algo que ven tus ojos, y exclamé: "pero qué ven mis ojos, todavía niños despiertos?", que es una frase mítica de un bicho que salía por la tele cada noche y se llamaba Casimiro y que, aunque era realmente muy raro, no era Casimiro García Abadillo. Luego se lavaba los dientes.

Me dije que, si no estaba en mi casa, cabían muchas posibilidades de que la que hubiera desaparecido fuera yo. Más o menos al mismo tiempo que detuvieron a El Solitario, lo cual, según la misma simultaneidad lógica de hace unas líneas, me convertía a mí en el ladrón de bancos que también mató a dos guardias civiles. Empecé a temblar, muerta de miedo: ¿significaba eso que estaba en la cárcel? ¿Estaría para siempre condenada a ver aquellas puestas de sol, y a pasarme las tardes a la sombra de un eucaliptus inmenso?

Para tranquilizarme pensé que una res no es igual a una rea. Y con la de moscas que revoloteaban por ahí, y mi capacidad para rumiar tanto las cosas, no cabía duda de que me había convertido en vaca.

Ser una vaca es la leche, porque te pasas el día comiendo, y duermes cuando tienes sueño, pero si no tienes sueño sigues comiendo y bebiendo, y te paseas por los campos de Jimena de la Frontera, sin cencerro, porque llevar cencerro es de locos, y esos se mueven en carro por la autopista. Si no te apetece, no dices ni mu. Pero si te apetece, puedes hablar con las gentes del pueblo porque más o menos hablan el mismo idioma que tú.

A los culés los llaman "catalinos", y comen unas setas que están muy buenas. Y aunque lidian con los siete infiernos de Dante (de Puerto Cherry a Puerto Banús, pasando por todas las urbanizaciones que se ven desde la autovía), sus carreteras secundarias rozan el paraíso. De vez en cuando puedes encontrar una playa sin construir y con el agua helada y con un montón de pijas madrileñas que se embadurnan de crema de coco.

Descubrí que existe la Sierra de Ubrique, y que si Jesulín se llama así no es sólo porque le gusten las ubres.

No me costó mucho acostrumbrarme a ser una vaca y tumbarme con las ubres al aire en la colchoneta de la piscina mientras me leía seis libros y medio (La cua del mestre de Albert Mas-Griera, Mobius Dick de Andrew Crumey, Gomorra de Roberto Saviano, La interpretació del crim (una basurilla de Jed Rubenfeld), La carretera de Cormac McCarthy, que es la depresión hecha libro, algunos poemas raros de las Certituds immediates de Miquel Bauçà, y un fragmento más del infinito Les Bienveillantes, de Jonathan Littel, que no me acabo nunca, porque en realidad no sé francés. Y una cosa tengo que decir: eso de que las vacas no pueden tumbarse a leer en una colchoneta de piscina es un mito.
Claro que, en realidad, yo no era exactamente una vaca. En realidad me había convertido en un león que, a su vez, se había convertido en vaca. Pero eso me costó más tiempo entenderlo.

Como digo, no me costó a acostrumbrarme a ser una vaca feliz, aunque fuera una vaca-león. Hasta que, hace dos días, me disponía igual que siempre a mordisquear un poco de hierba, cuando, de repente, la piscina, el eucaliptus, las buganvillas y los olivos habían desaparecido.

En su lugar, está el mar. Sólo el mar. Quieto, ¿puede ser un mar seco? Pequeño. Azul como azul es mi infancia.

La incógnita es si me he convertido en besugo. O en medusa-tigre.